Cupido por una vez

Capítulo 12

 

El centro comercial de pronto se sentía demasiado pequeño y nosotros, demasiado grandes para él. Fran y yo intentábamos disimular nuestra incomodidad, por más latente que fuese, aunque Victor estaba lo suficientemente nervioso como para notarlo. De alguna manera, el club de compras se había ampliado demasiado, no sólo Sandra y Ann se habían colado, sino también Nick y Agustín, solo por el placer de burlarse un rato de su enamorado amigo. 

Fran rechazaba rotundamente cada opción que Victor presentaba, estaba muy molesta, y en ese estado era imposible que algo le agradara. Por mi parte, yo solo habría aceptado la primera propuesta de mi cuñado para poder largarme lo más pronto posible. Fuimos de tienda en tienda, como si estuviésemos descartando de una lista, y en el fondo tenía miedo de que nos acabarán las opciones. 

De camino, los chicos se compraron una bebida, luego un helado, después un batido, unas papas fritas, y al final unos bocadillos para llevar, en un puesto de comida rápida. De modo que tuvieron que esperar afuera de cada tienda comercial, conversando relajadamente entre sí. 

Casi al termino del día, llegamos a una sencilla tienda de accesorios, ya habíamos caminado mucho y estaba segura que faltaban pocas horas para que el comercio cerrara. Decidí hacer mis apuestas por este pequeño negocio, sabiendo que era uno de los favoritos de Fran. 

Me detuve a observar los prendedores, irónicamente había uno de un arco con una flecha atravesándolo. Una mala broma del destino, supongo. 

—Liz, ¿cómo se ponen estas cosas? —preguntó Nick, enseñándome un brasalete de metal, completamente cerrado. 

Tomé el accesorio y lo deslicé en mi muñeca, sin dificultad. 

—¿Ves? Te dije que era así —reprochó Agustín. 

—No estábamos seguros, ahora lo sabemos —repuso el primero con orgullo. 

—Era obvio, al menos pudiste disimular no saber algo tan simple. 

Rodé mis ojos y me prometí no llevarlos jamás a cotizar maquillaje. 

Fran estaba junto a Victor, inspeccionando el área de carteras. Ella me miraba de reojo de vez en cuando, mientras él estaba demasiado enredado entre cierres, broches, colores y diseños como para echarme siquiera un vistazo. 

Al cabo de un rato, mi cuñado se me acercó para mostrarme un pañuelo magenta. Jane odiaba ese color. Definitivamente les tomaría trabajo convertirse en almas gemelas. No me mal entiendan, sé que la intención es lo que cuenta, pero tampoco es la idea andar regalando cosas que jamás va a usar, el punto de mi presencia aquí era ayudarlo con eso. 

Finalmente se decidió por un delicado brazalete plateado, con flores en relieve. Era lindo y suficiente para hacerla feliz hasta el próximo aniversario, o lo que sea que estuviesen celebrando. 

—Es tarde por qué no vamos por unas pizzas, hay un local muy bueno a tres calles de distancia —propuso Agustín al concluir nuestra misión. 

La idea fue aprobada en forma unánime. 

Llegamos caminando y nos detuvimos frente a las pantallas que pasaban las promociones, una tras otra, cambiando justo antes de poder terminar de leer, y obligándonos a esperar la siguiente vuelta para acabar. 

Escogimos una mesa con suficientes sillas y nos instalamos ahí, ya eran cerca de las nueve, la tarde se había tornado fría, pero el negocio tenía calefacción, de modo que nos sacamos los abrigos y los tiramos junto a las mochilas, en una silla desocupada. 

Fue ahí cuando una mirada de reojo a la ventana bastó para notar a una figura familiar paseando tranquilamente por afuera. 

Intenté que mi buen ánimo no se viera perturbado, e hice un esfuerzo por ignorarlo, pero simplemente no podía despegar mi mirada del vidrio. 

El teléfono de Fran comenzó a sonar, haciéndome saltar en la silla. 

—Debe ser mi madre —supuso.

Contestó, pero en cuanto comenzó a hablar, se encontró con problemas de señal que le impedían comunicarse. 

—¿Mamá? ¿Mamá? —repitió—. Espera un momento, te llamaré desde afuera. —Cortó el teléfono y se disculpó con nosotros por tener que salir un momento. 

—¡Voy contigo! —exclamé rápidamente. 

Mi amiga me miró extrañada, pero no se opuso. 

Corrí detrás de ella, escalera abajo, y salimos del negocio. Eros aún estaba ahí disfrutando del paisaje que le ofrecían los semáforos. 

—Estoy con unos amigos de la universidad... Sí, Lizzie también vino... No te preocupes, llegaré antes de las diez a casa... 

Fran respondía el interrogatorio de su madre adoptiva con normalidad. Ya teníamos más de veinte años, pero supongo que para los padres nunca se es lo suficientemente mayor, la preocupación es natural. 

En ese momento, Eros se volteó e hizo un gesto a modo de saludo. De inmediato me aparté de mi amiga, en lo que me parecía la mejor manera de mantenerla a salvo. Alejarla de él. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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