Cupido por una vez

Capítulo 16


Al día siguiente nadie parecía haberse percatado de mis horas a la intemperie, lo que era bastante aliviador.  Aún no me explicaba cómo fue que había despertado en mi habitación, pero de momento iba a responsabilizar a algún dios piadoso que pasaba por ahí. 

No, Eros no, él no es piadoso. 

Mi mamá sirvió el desayuno temprano, así que salí de la cama antes de lo habitual, esto es, a las seis de la madrugada.  El desafío no fue problema para mí, ni para Jane, acostumbradas a los horarios matutinos, pero sí para Victor, quien llegó tarde a la mesa y luciendo como si hubiese dormido con las vacas.  Y que conste que esta es la apreciación de una chica que lo ama en secreto. 

Sin embargo lo que ocupaba mi atención esa mañana no era el chico de mis sueños, sino el que se encontraba en la otra esquina de la mesa.  Su nombre era Henry Banzo, cuya visita llegó para arruinarme la vida. 

Los hombres en cuestión se presentaron amablemente e intercambiaron un par de palabras, mientras yo me movía inquieta en mi silla.  Estaba en esa horrible posición entre el chico que me gusta y el chico al que le gustó. Lo peor es que no estaba saliendo con ninguno, omitan eso último. 

—Hoy no amaneciste enferma, Lizzie —observó Victor, incluyéndome en la conversación por las malas. 

—No —convine. 

Rápidamente, mordí un pedazo de pan para que la excusa de la boca llena me sirviera. 

—Entonces podemos ir a pasear todos juntos —dijo Jane. 

Me atraganté con el pan, mientras intentaba tragarlo para poder replicar. 

—¡Paseo! —gritó Vanessa entusiasmada. 

—Yo paso, la señora Rosalía me pidió que la ayudara a mover unos escombros, así que ocuparé mi mañana en eso —dijo Henry. 

No sabía si su repentino abandono me molestaba o me aliviaba.  Por un lado, quedarme sola con la pareja feliz no era bueno para mis niveles de azúcar en la sangre, por el otro, su presencia tampoco era muy saludable que digamos. 

—Yo haré mis deberes, así que no creo que pueda acompañarlos —Me excusé. 

—¿Deberes? ¿Qué deberes? —preguntó Victor. 

—Las lecturas que la profesora Delaney envió para el fin de semana —respondí. 

Victor puso esa típica mirada que pones cuando olvidas algo importante, y no pude evitar sonreír.  Era tan lindo. 

—Pero pueden ir los dos a dar un paseo —propuso Henry—. A la noche podemos juntarnos y hacer una fogata, traeré mi guitarra, será divertido. 

A mi compañero le agradó la idea, no así a su novia. 

—Pero yo quería que pasáramos un tiempo juntos —alegó. 

—Anda, Jane.  No veremos en la tarde —dijo Henry. 

—Sí —Lo secundé—. Deberían pasar tiempo juntos, son novios y el campo es lindo. 

Cada palabra que salía de mi boca dolía en mi corazón, pero me esforcé por no hacer ningún gesto que lo evidenciara. 

—Algunos senderos son muy románticos —bromeó Henry. 

—Sí, pero no vayan a entretenerse demasiado —intervino mi madre. 

Jane  y yo nos sonrojamos al mismo tiempo. 

En cuanto fui libre de la tortura del desayuno, me dirigí a mi habitación para mantener mi coartada.  En realidad la tarea era bastante corta, no eran más de treinta hojas de lectura  que me acabé en apenas una hora, dejándome sin nada que hacer por el resto de la mañana. 

Sabía que Jane y Victor debían haberse ido, al igual que Henry.  Yo era la única sin panorama. 

Hasta que escuché los ladridos en el patio. 

«Llegaron por mí» pensé. 

Bajé tan rápido como pude para reunirme con Sonrisa.  Debía ser la única pobre mujer que se inventaba una cita con su mascota para no sentirse tan sola. 

Sin embargo, Vanessa llegó antes que yo, y para cuando salí al patio, se encontraba jugando con él. Me había ganado. 

—Traidor —murmuré. 

Oficialmente podía decir que ni siquiera los perros querían salir conmigo. 

Miré al cielo y lo encontré tan soleado que me pareció una lástima malgastar el día sin dar un paseo. 

Estaba a punto de dar vuelta, cuando un pequeño animal aleteó a mi lado, clamando por mi atención.   Un pequeño pollito, con sus alas y patas lastimadas.  Dirigí una mirada molesta a Sonrisa, al darme cuenta que estas heridas solo podían ser causadas por un perro.  

Regresé a casa en busca de algo que me ayudara a curar la herida, y volví al patio con todo mi equipo preparado.  Descubrí que habían más pollitos convalecientes, así que me acerqué con cuidado para evitar que mamá gallina se enojara conmigo mientras intentaba sanar a sus hijos. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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