Cupido por una vez

Capítulo 18

Una sonrisa se extendió en el rostro de Eros, dándome a entender que tenía la ventaja. Apolo ni siquiera se inmutó.  El segundo asalto comenzó casi de inmediato, y así siguieron tantos más que perdí la cuenta. 

—¿Por qué compiten? —pregunté a Adrian, quien se encontraba a mi lado. 

Él no despejó la vista del improvisado campo de tiro, pero aún así me respondió. 

—Apolo está obsesionado con la idea de que Eros le entregue una de sus flechas doradas. 

—¿Y por qué? —insistí. 

—Hace años Apolo se burló de Eros por su mala puntería.  Él no pudo quedarse de brazos cruzados y se vengó.  Le lanzó una flecha dorada, de las que encienden el amor, y lo unió a una ninfa, de nombre Dafne.  Pero a ella la atravesó con una de plomo, de las que causan rechazo. 

Así que el dios del amor se ponía sensible cada vez que alguien se reía de sus malos disparos. 

—Así que ahora necesita una flecha dorada para despertar el amor en la ninfa —concluí. 

—No. —La voz de Adrian carecía de toda emoción, incluso al corregirme—.  Dafne estaba tan empeñada en alejarse de él que se convirtió en un árbol.  Un laurel, si no me equivoco. 

Fui capaz de disimular la sorpresa que me causaba el desenlace de la historia. 

—¿Entonces? 

Por primera vez, Adrian suspiró, manifestando lo mucho que detestaba andar dando explicaciones. 

—Apolo ahora le rinde culto al árbol, y desea llevarle una ofrenda, para disculparse por haberse dejado guiar por la codicia y el deseo, haciéndole insoportable la vida a su amada.  O algo así. Como sea, Eros solo lo ve como una oportunidad para continuar humillándolo. 

Volví mi atención hacia la competencia.  El rostro del dios de la luz se veía fastidiado, mientras una orgullosa sonrisa iluminada el rostro del falso cupido.  Finalmente, el juez del torneo levantó su brazo para conceder la victoria a Eros. 

El perdedor golpeó la tierra con fuerza, y una furia asesina se reflejó en sus ojos. 

—¡La próxima década yo decidiré el lugar! —exclamó. 

—No importa lo que hagas, es imposible que le ganes a mis flechas —se burló Cupido. 

Mi estómago se retorció ante la idea.  Diez años era mucho tiempo para poder pedir perdón, y no podía imaginar cuánto más llevaba esperando.   Todo por culpa de un dios que originó el conflicto, y que lo mantenía latente a través de los siglos.  Si bien Eros tenía el culto al amor, era evidente que poco o nada entendía sobre sentimientos.  Él sólo se preocupaba de divertirse, y jugar con los demás, aprovechándose de su poder.  

No iba a tolerarlo. 

—Espera —pedí, acercándome a Apolo.  Él me miró con desdén y esperó a que hablara—. Yo puedo ayudarte, tengo flechas doradas en mi mano. 

Sus párpados se abrieron. 

—¿Por qué el nuevo juguete de Eros querría regalarme una flecha? De seguro tienes un favor que cumplir para ese idiota, y sin ellas jamás podrás saldar tu deuda —habló. 

Su voz era ronca y masculina.  Recordé que alguna vez leí que también era la deidad de la música, e imaginé que podía entonar hermosas canciones. 

—Somos dos personas con el corazón roto, la empatía es natural —expliqué. 

Una sonrisa maliciosa se dibujó en su perfecto rostro. 

—Nosotros tenemos en común algo mucho mejor —dijo—. A ambos nos maldijo el dios del amor. 

Sus ojos se elevaron hasta recaer en la persona que se encontraba a mis espaldas.  Yo también me giré hasta chocar con la mirada de Eros, estaba estupefacto,  a tal punto que su expresión me hizo sentir incomoda.   Sentí el peso de una mano sobre mi cabeza y volví a voltear rápidamente, pero para entonces Apolo ya había desaparecido. 

Solo quedábamos tres personas en medio del campo de Nogales, y una de ellas se dispuso a recoger el material que había traído, sin preocuparse por lo acababa de suceder.  El resto no sabía bien cómo reaccionar. 

Finalmente uno de nosotros rompió el silencio. 

—¡¿Por qué hiciste un trato con el idiota exhibicionista?! —gritó Eros. 

—Primero, no sé de qué idiota exhibicionista me hablas. Y segundo, no he hecho ningún acuerdo con ningún otro dios además de ti —repuse. 

—¿Cómo que no? ¡Le ofreciste una flecha! ¡Tocó tu cabeza! —gritó. 

Mi mano se dirigió al lugar donde había sentido el calor de un cuerpo ajeno, como si hubiese dejado algún tipo de rastro ahí, entre los mechones de mi tinturado cabello. 

—Adrian también me tocó la nuca hoy —comenté.  



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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