Como era de esperarse, la hora del almuerzo se postergó un par de horas debido a mi ausencia. Nadie tenía ni la menor idea de dónde me encontraba, y Henry soltó la verdad tan pronto le preguntaron. Así fue como al llegar a casa me vi interceptada por el rostro molesto de mi madre, quien no contuvo ni una sola pregunta.
Intenté convencerla de que me había encontrado con un compañero de la universidad, que andaba perdido, ahí fue donde Victor metió su nariz en la conversación y echó abajo todo mi plan.
—Claro que no lo conoces, él es menor y tú vas un año más arriba, pese a que te atrasaste en algunas materias —debatí.
La mención de sus asignaturas reprobadas lo hizo retroceder, y fue una suerte que Henry no agregara que Adrian probablemente era mayor que yo. De esta manera, mi madre se tragó mi mentira, aunque más bien puso su típica cara de: "voy a confiar en ti, aunque no me crea lo que dices". Conocía bien aquella expresión, principalmente porque ella era de aquellas personas que evitaban los conflictos, por lo tanto prefería fingir por sobre pelear con una de sus hijas. Era una mala costumbre que adquirió por culpa de mi papá, quien siempre le mentía, y ella actuaba como si todo estuviese bien. Cuando era niña odiaba esa actitud, pero hoy la había utilizado en mi beneficio, lo que me hacía sentir horrible. En mi defensa, la verdad era demasiado impactante como para poder contarla sin que me enviasen al manicomio.
Luego de la comida me ofrecí a recolectar las zarzas para preparar la tarta para la cena. Era el modo en que pensaba pedir disculpas tácitamente. Tenía la esperanza que mi paseo al huerto me ayudara a tener un tiempo a solas para pensar, no obstante en cuanto Victor se ofreció a acompañarme supe que el destino nuevamente había ideado una maniobra para evitar que pusiera orden en ni mente y emociones.
Enseñé a Victor a seleccionar los frutos y le entregué una cesta para que las dejara. Usualmente mamá tenía a gente encargada de realizar este tipo de laborales, temporeros que llegaban a cuidar la siembra y los animales, de modo que su trabajo se hacía mucho más ligero. Era imposible para una sola persona mantener un terreno tan grande. Aún así los productos se vendían bien es más, ella misma después del incidente con mi padre había desarrollado una pequeña industria de mermeladas caseras, entre otros insumos artesanales para vender en ferias y otros comercios. Sin embargo la actividad se había detenido por el día de hoy, permitiéndonos pasar un tiempo juntos. Apenas sí pude distinguir a un par de desconocidos llevando comida a los animales y encargándose de los regadíos, las operaciones más básicas que no podían dejarse a un lado.
—Este es un sitio muy bello —comentó Victor, mientras el sol pegaba en sus mejillas—. Es difícil pensar que existe un lugar como éste tan cerca de la ciudad.
—A veces tenemos las cosas más cerca de lo que pensamos —contesté, intentando sonar sabia y misteriosa.
Victor regresó a su tarea de recolección. Su inexperiencia era evidente, analizaba varias veces las moras antes de arrancarlas, y las guardaba con inseguridad.
—Estas haciendo un buen trabajo —comenté, con el fin de animarlo y terminar pronto.
Una sonrisa de satisfacción cruzó su rostro y sentí que mi pecho se calentaba. Distraje mi atención rápidamente hacia los arbustos, en un desesperado intento por ocultar mis emociones. Cada vez era más difícil.
—Lizzie. —Su voz hizo que un escalofrío me recorriera.
—¿Hm? —pregunté, incapaz de girarme a verlo.
—Hace tiempo me dijiste que tenías una mala relación con tu padre, y Jane también me advirtió que lo mejor era no mencionarlo —explicó—. Aún así me cuesta ignorarlo, me gustaría saber por qué tanto misterio.
—¿Por qué no le preguntas a Jane? Ustedes son novios.
Mi respuesta podía parecer infantil, pero era verdad. Esas cosas se discuten con tu pareja, no con su hermana.
—Ella no querido decirme —contestó.
—Tiene sus motivos —afirmé.
—Aún así tú también eres mi amiga, y me estoy imaginando lo peor. Hay muchos padres que violan a sus hijos y...
—¡Cállate! —interrumpí. Un líquido púrpura se deslizó por mis muñecas y solo entonces me percaté que había cerrado mis puños con tanta fuerza que las moras se habían reventado en mi mano. Inspiré profundamente para recobrar la compostura—. Mi padre es un maldito borracho que llegaba todas las mañanas sin poder mantenerse de pie, y golpeaba a mi madre cada vez que discutían. ¿De acuerdo?
Me di la vuelta y me encontré con unos ojos castaños que apenas podían contener el asombro. Decir que Victor se había quedado pasmado era quedarse corto, él estaba petrificado, atónito, y estoy segura que en su cabeza mis palabras se repetían constantemente.