Cupido por una vez

Capítulo 21

La semana transcurrió tan tranquila que por un momento pude olvidar la existencia de Eros.  Me levantaba temprano, desayunaba con Jane, asistía a clases, iba a la biblioteca con Fran y regresaba a casa durante la tarde, pero pese a la hermosa armonía de mis días, de vez en cuando me descubría a mí misma observando con detención a la gente que pasaba, con la esperanza de encontrar una potencial pareja que pudiese formar. 

Hubieron dos acontecimientos que me recordaron que mi vida no era tan maravillosa como creía, descontando la constante presencia de Victor y mi corazón roto. 

La primera ocurrió el miércoles, cuando descubrí entre mi ropa una delicada corona hecha de hojas verdes y redondeadas.   Mi vida en el campo me había permitido adquirir algunos conocimientos de botánica que me permitieron distinguir a qué especie pertenecía, un laurel.   Recordé que Adrian me contó que la ninfa Dafne se había convertido en aquel árbol, por lo que no hubo duda de que éste era un regalo de Apolo. 

Como no podía descifrar para qué servía la corona, decidí que lo mejor era hacerle una visita a mi amigo herrero, quien siempre estaba dispuesto a responder mis inquietudes. 

Él no pareció sorprendido de encontrarme afuera de su casa esa misma tarde, y me abrió sin dudar.   Entré con una bolsa de tela en mi hombro, donde tenía guardado el extraño presente.  Sin embargo, me detuve al encontrar un montón de libros abiertos en la mesa del comedor. 

—Estaba estudiando —Se disculpó Adrian. 

—¿Estudias? —pregunté. 

—El gobierno no reconoce la profesión de Herrero de los Dioses —comentó. 

Mis ojos se abrieron incapaz de creer lo que mis oídos escuchaban. 

—¿Estás siendo sarcástico? —Él asintió en respuesta—. Nunca te había escuchado lanzar una broma. 

—No suelo hacerlo, pero me gusta fingir que ignoro a la gente, me parto de la risa por dentro cada vez que mi actitud los desespera. 

Cada vez estaba más sorprendida. 

—Lo haces bien. 

—Así es, pero tienes una mejor razón para estar aquí, que escuchar las confesiones de un triste herrero. 

—¿Cómo lo sabes? 

—Siempre vienes cuando necesitas algo. 

Agaché la mirada sintiéndome la peor amiga mortal de la tierra.  Cuando volví a levantarla descubrí que Adrian se había sentado en su mesa, y continuaba estudiando, como si yo no estuviese presente.  De acuerdo, tal vez era él quien no se merecía mis visitas por cortesía. 

Saqué el aro formado por hojas frescas y se lo enseñé. 

—¿Qué es esto? 

—Es una corona de laureles —indicó. 

—Ya lo sé —respondí. 

—¿Entonces por qué preguntas? 

Suspiré exasperada. 

—Quiero saber de dónde salió —expliqué. 

—Es el símbolo de Apolo, de seguro fue él. 

—¿Y por qué? 

Adrian levantó la cabeza y miró al cielo pensativo. 

—¿Te acostaste con él? —inquirió.  Mi boca se abrió de indignación—. No, Apolo no dejaría una corona por tan poco.  Quizás te la dejó como agradecimiento, recuerdo que le ofreciste una flecha dorada. 

—¿Y para qué sirve? —pregunté entusiasmada. 

—No lo sé, nunca me ha dado una.  Pero es una de sus tantas demostraciones de amor hacia Dafne, ella se convirtió en un laurel, así que decidió ese árbol lo representaría, y comenzó a hacer coronas con sus hojas para regalárselas a héroes y campeones.  

Analicé el extraño obsequio que tenía entre mis manos, sin encontrar ni una sola pista entre las hojas. 

Internet tampoco me fue de mucha ayuda, encontré la historia de Dafne y Apolo contada sin mayores variaciones.  Sobre la corona, tuve que conformarme con leer las propiedades medicinales del laurel, lo que no me era útil en esa situación.   Tuve que rendirme, sabiendo que no obtendría nada más por el momento. 

El segundo acontecimiento importante ocurrió el viernes, cuando Fran insistió en ir a comer pizza al Poseidon, el mismo restaurante donde Eros la había fechado con un completo desconocido —y déjenme agregar que el lugar tenía un horrible nombre—. 

Pese a mis rechazos, fui empujada por su esperanzado corazón, junto a un grupo de compañeros. 

En la caja, los siempre competitivos Nicolas y Agustín se detuvieron a debatir la legitimidad de la pizza con piña, mientras que Ann se calculaba cuánto ejercicio tendría que hacer para digerir la masa, y por otro lado Sandra se preguntaba si acaso no habían opciones veganas.   Éramos un circo, y Fran ni siquiera se daba por aludida, ella solo miraba de un lado a otro con la esperanza de que su amor secreto apareciera por ahí.  Y curiosamente, así fue. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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