Cupido por una vez

Capítulo 23


Desperté sintiendo un terrible dolor de cabeza, un insoportable pitido en los oídos, y mi cuerpo igual de entumecido que si lo hubiesen cortado por la mitad.  Era una mala señal.  Me incorporé intentando acomodar los recuerdos que lentamente iban surgiendo en mi mente.  El cumpleaños de Ann, Eros en el bar, las flechas... ¡Las flechas! 

Golpeé mi frente con el dorso de la mano.  Esta vez sí que había sobrepasado todo límite. 

No fue necesario encontrarme con Jane para saber que estaba enojada conmigo, tampoco tuve que preguntar, pues la respuesta era obvia.  De seguro ayer había llegado incapaz de sostenerme en pie, pero por ahora no me importaba.  Ya tendría tiempo para conversar con mi hermana sobre lo que está bien y lo que está mal, mi prioridad era hablar con Fran, cuya ira en aquel momento debía exceder cualquier pataleta de Jane. 

Salí de casa tan rápido como pude, con resaca y todo incluido.   No me sorprendió descubrir unas cuantas llamadas perdidas y un mensaje. 

«Tenemos que hablar». 

El estómago se me retorció con solo verlo. 

Conocía tan bien el camino que podía recorrerlo a ojos cerrados.  La señora Sanz me recibió en la puerta tan amable como siempre, al parecer su hija no le había contado del desastre de la noche anterior, y no la culpaba, yo tampoco le habría dicho a nadie.  Salvo con una o dos copas de más, claro está. 

Fran estaba en su cuarto, y a juzgar por su postura, esperaba mi visita.  Intenté saludar con naturalidad, pero su gélida mirada me atravesó al instante. 

—¿Qué fue lo de anoche? —preguntó sin rodeos. 

Mordí mi labio sin saber qué responder, considerando que apenas podía recordar lo sucedido. 

—Lizzie... —Insistió—. Soy tu mejor amiga, ¿en serio no vas a decirme qué pasa? 

Una expresión culpable fue todo lo que obtuvo de mí.   Era cierto que se merecía una explicación, pero no tenía ni la menor idea de cómo dársela.  Era demasiado, la verdad me superaba y apenas podía explicármelo a mí misma, mucho menos iba a poder hacérselo entender a alguien más.  Aunque considerando lo ocurrido la noche anterior, probablemente Fran se encontraba mucho más abierta de mente que cualquier otra persona. 

—¿Recuerdas que me emborraché el día en que Victor comenzó a salir con Jane? —pregunté.  Ella asintió—. Al parecer estaba tan ebria que ofendí a Cupido, y ahora la única manera de olvidar al novio de mi hermana es formando tres parejas felices, usando los medios tradicionales.  Es decir, el arco y las flechas. 

La expresión perpleja de Fran era digna de una fotografía. 

—¡Wow! —exclamó—.  Debo procesarlo. 

Esperé en silencio a que mi amiga terminará de tragar la información, mientras jugaba nerviosamente con mis dedos. 

—Después de lo que vi anoche, puedo creer en lo que dices, aunque no deja de ser una idea extraña, loca y descabellada —aseguró, no haciéndome sentir precisamente mejor—.  Aunque no entiendo cómo es que nadie más vio que estabas lanzando flechas como si fueran los dulces de una piñata. 

—Tampoco lo entiendo, en cuanto vea a Eros, le preguntaré. 

—¿Eros? No me digas que tu amigo ese es... —Dejó la frase inconclusa y por poco creí que se iba a desmayar—. ¡Oh por Dios! Realmente es él. ¿Y lanza flechas igual que el Cupido romano? 

—Eros, Cupido —comenté con desdén—. Lo mismo pero con otro nombre. —Ella asintió dubitativa, y analicé cuidadosamente su expresión antes darle el golpe de gracia—. Fue por culpa de él que te enamoraste del chico de las pizzas, ese día que nos conocimos él te arrojó una de las suyas, y no puedo deshacerlo, porque Henry lleva un par de años enamorado de mí y las condiciones de nuestro acuerdo no me lo permiten. 

Los ojos de Fran amenazaron con salirse de sus cuencas, y su mandíbula parecía incapaz de volver a unirse. 

—¿Es una broma? 

—Me gustaría, pero no. 

Agarró su cabeza con sus manos, y por un momento, creí que iba a arrancar toda su cabellera de raíz.  Cuando levantó la cabeza nuevamente, sus mejillas estaban rojas. 

—De acuerdo —dijo con una fingida calma—.  Siempre creí que mi vida necesitaba un poco de acción y ahora la tengo. Es lo que quería, no voy a quejarme.  No voy a quejarme. ¡¿Pero por qué tenías que hacer un trato con el dios más problemático de todos?! 

Retrocedí plenamente consciente de que no estábamos tomando un buen rumbo. 

—De verdad lamento haberte involucrado.  Cupido es un dios sin escrúpulos. 

—Sí, ahora comprendo mejor el caos que hay en este mundo —suspiró.  No estaba bromeando, pero sus palabras me hicieron gracia de algún modo—. ¿Y cuándo podré hablar con ese ángel caído del Olimpo? 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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