Estar a solas me ayudó a despejar mi mente, lo que me llevó a pensar en Jane. Mientras ella se encontraba en casa, odiándome, yo estaba tomando un lujoso baño de espuma. No me lo merecía.
Envolví mi cuerpo en las toallas y reconocí las ojeras en mi rostro. Solo tenía la ropa que había metido a toda prisa en casa antes de irme, así que no tenía manera de ocultar las consecuencias de las lágrimas y los tragos. Una mala combinación.
Me asomé lentamente a la habitación principal y miré en todas direcciones antes de salir, y vestirme rápidamente.
No podía evitar preguntarme si tal vez habría sido mejor opción tragarme mi orgullo, quedarme en casa, soportar a mi padre unas horas y considerar la idea de perdonarlo. Quizás, una cena tranquila habría sido suficiente.
Negué con la cabeza. No podía engañarme, nada de lo que hiciera Karlos Sagarra me haría olvidar todo el daño que nos causó.
Pero aun así nada justificaba que hubiese dejado a mi hermana a solas, con el hombre que nos arruinó la vida, mientras yo me emborrachaba en el primer bar del camino.
Mis pupilas se humedecieron e hice a un lado la idea de llorar. No quería, pero me resultaba irresistible. Eros entró en ese momento, y se detuvo al reconocer la tristeza en mi expresión. Preocupado, se sentó en la cama junto a mí y no pude contener mis quejas.
—No te imaginas el motivo que me llevó a irme de casa anoche —dije.
—Ya lo sé, me lo contaste cuando te traje.
Mi corazón se detuvo por unos instantes, y lo miré atónita.
—¿Todo? Incluyendo...
—Incluyendo el día en que lo corriste de casa. Eso fue muy valiente —observó.
Solo quería que el enorme colchón de la cama me tragase. Le había revelado mi mayor secreto a una persona que usaba su tiempo libre para burlarse de mí.
—No fue valiente, fue tonto, peligroso, y arrebatado —respondí.
—Solo quisiste proteger a tu mamá de un hombre abusivo.
—¡Es mi padre y por poco lo mato! —chillé.
—Él por poco mata a su esposa, y quién sabe lo que habría hecho después. Quizás lo habrían condenado por su asesinato, pero eso no te habría traído de regreso a tu madre, ni habría borrado todos los años de maltrato. Tenías que defenderla.
—¿Acabando con su vida? Eso es horrible.
—En una situación desesperada se toman decisiones desesperadas. No puedo decirte que estuvo bien, pero tampoco fue tu culpa.
—Eso no me hace sentir mejor. —Mi voz parecía una acusación.
—Nada te hará sentir mejor hasta que superes lo que sucedió, y eso no será nada sencillo.
Sus palabras no me estaban dando esperanzas.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Qué vaya a hablar con él? ¿Que nos sentemos a cenar y conversemos?
—En absoluto, tú padre no lo merece, ni siquiera me parece que deba andar libre por las calles.
—¿Y entonces? ¿Qué hago?
Sus ojos se perdieron por un momento.
—¿Por qué tu hermana se quedó con él? —cuestionó.
Bajé la mirada.
—Jane no lo sabe —expliqué—. Ella estaba en la ciudad, y papá fue a verla justo después de lo sucedido. Le dijo que había decidido irse de casa, que quería empezar de nuevo y ser una mejor persona, luego mamá me pidió que no le dijera la verdad a mi hermana. No quería herirla.
Su expresión fue de completa desaprobación.
—Si ocultan a un hombre así, le están permitiendo que continué haciéndoles daño. ¡Está loco! Quien sabe en lo que pueda terminar.
—Mi madre pidió que la justicia tomara medidas, pero como no habían denuncias de maltrato le negaron la protección. Luego, ella misma decidió desistir del proceso —agregué—. Siempre lo ha escondido. Solo Jane y yo sabemos, porque vivíamos en la misma casa.
Eros se agarró la cabeza, ofuscado.
—¡Qué absurdo! Tu padre es peligroso, y anda suelto. Es una amenaza para ustedes tres.
—¡Ya lo sé! —grité—. Créeme que lo sé, pero no puedo hacer nada.
—Tienes que decirle la verdad a tu hermana, no puedes ocultarle algo tan importante.
—No —Dudé—. Yo, no puedo. Mamá no quiere que se sepa, y Jane se destrozaría.
—No ayudas a tu madre si sigues escondiendo lo que sucedió. Pones su vida en riesgo con cada día que pasa —repuso—. Además mientras continúes guardando todo ese dolor para ti sola, jamás podrás sanar. Ver a tu hermana todos los días sin decirle la verdad te está destruyendo. Y ella no merece que le mientan.
Oculté mi rostro entre mis manos, me sentía atrapada. Eros tenía razón, pero yo sencillamente no era capaz de hacer lo que me pedía, como si una fuerza invisible me lo impidiera. Tenía miedo, y no sabía a qué exactamente.