Cupido por una vez

Capítulo 32



Jane no me hablaba hace tres días, habíamos limitado nuestro contacto al mínimo, y aunque dolía, era la única manera de hacer nuestra convivencia llevadera.  Aún no tenía suficiente valor para decirle la verdad, y desde su punto de vista, ella creía tener motivos para estar enojada conmigo y mientras no la sacara de su error, no iba a culparla.

Nuestra distancia había significado grandes cambios en mi vida, incluyendo que ahora intentaba pasar menos tiempo en el departamento.  Tampoco tenía problemas con eso, estudiaba en la biblioteca, pasaba más tiempo con mis compañeros de clase, y planeaba el emprendimiento que pronto iniciaría con Fran.  Por cierto, mi mejor amiga ya había decidido su base de operaciones.

 

Su crush con mi amigo de la infancia iba a dejarme gorda.

 

Y no sería la única.

 

—¿Podrían explicarme de una vez por qué tengo que estar aquí? —preguntó Adrian.

 

—Es la mejor pizza de la ciudad, y el cocinero es un encanto —respondió Fran.

 

—Ni siquiera lo conoces —acusó.

 

En una de mis tantas visitas, le había explicado al descendiente de Hefesto cómo Cupido había jugado cruelmente con los sentimientos de mi mejor amiga, y el chico en quien más confiaba, dejándolo totalmente informado de la situación.  Lo siguiente fue convencerlo de que saliera de su cueva y pasara un tiempo con nosotras.

 

—No tienes que decírmelo —respondió mi amiga, sin disimular la molestia en su voz.

 

—Insisto en que no tengo problemas en presentarlos, Fran.  Podríamos ir los tres juntos a algún lado, y conversar —propuse.

 

—Más bien, tú hablarías con él, porque ningún chico hablaría con alguien estando la chica que le gusta a su lado.  Sería monumentalmente ignorada, y no quiero sentirme así —contestó.

 

—Pues por un lado hay que partir —sugerí.

 

—No, ya buscaré el modo.  Quizás lo espere a la salida del trabajo, o algo así.

 

—No creo que volverte una psicópata sea la opción, mejor deja que Lizzie lo solucione.  Si resulta, ya tendría dos parejas aseguradas —intervino Adrian.

 

—¡Que no! —gritó mi amiga.

 

El descendiente de Hefesto le dio un sorbo a su bebida, y miró por la ventana, sin ofenderse.  Había entrado en modo: "el resto del mundo no me importa, los ignoro a todos".

 

—Adrian, Fran quiere hacerte algunas preguntas sobre lo que significa ser pariente de un dios —señalé.

 

—Imaginé que iba por ahí —suspiró, dejando su bebida, pero sin despegar su vista de la ventana—. Aunque guardaba la esperanza de que al menos tú te dieras cuenta de lo ridículo que es hablar de esto en público.

 

—No es nuestra culpa que solo tuvieses tiempo justo a la hora en que Henry trabaja. —Se defendió Fran—. No iba a perderme su turno.

 

—Ni siquiera puedes verlo si está encerrado en la cocina —puntualizó.

 

—No importa.

 

Adrian volteó la cabeza en mi dirección.

 

—Creo que tienes una amiga con complejo de psicópata, deberías tener cuidado —dijo.

 

En realidad, yo le había preguntado a Henry sus horarios de trabajo, con la excusa de ir a visitarlo un día, y luego mi amiga me había insistido tanto, que acabé dándole la información por cansancio.

 

—Adrian, por favor, toma las preguntas de Fran como si fueran mías —supliqué.

 

Él me miró como si lo estuviese metiendo en el peor negocio de su vida.

 

—Bien, hazlo antes que me arrepienta —sugirió el descendiente de Hefesto.

 

—¿Por qué puedo ver el arco de Lizzie si nadie más puede hacerlo? —preguntó, sin hacerlo perder el tiempo.  Adrian en lugar de responder, tomó un pedazo de pizza y lo mordió pacíficamente—.  Es decir, no me molesta.  En realidad me agrada, pero aunque sea descendiente de Apolo, antes no podía hacerlo y de la nada, pude.  Es extraño, ¿no?

 

Fran continuaba hablando, como si tuviese que llenar el silencio que él dejaba al no responder, hasta que de pronto, con la misma calma con la que había callado, decidió hablar.  Entonces entendí que en realidad su indiferencia se debía a que estaba meditando.

 

—¿Tuviste algún contacto con la corona de laureles que Apolo le dio a Lizzie? —preguntó.

 

—Corona de laureles —repitió Fran.

 

Entonces mi cerebro conectó las piezas.

 

—Sí, te la probaste justo antes que saliéramos a la fiesta de Ann —contesté.



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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