—¿Cómo que no ha pagado nada? —pregunté a la secretaria.
La encargada revisó la pantalla y movió la cabeza negativamente.
—Nuestros registros indican que no hemos recibido ningún pago por este año —explicó.
La impresora terminó de imprimir y me entregó una copia donde una tabla mostraba un cero al lado de cada mes impago.
—Pero mi papá... —Dejé la frase inconclusa al darme cuenta de lo estúpido que era confiar en él—. Olvídalo, hablaré con él.
Salí de la oficina dando fuertes zancadas y me dirigí a las pantallas de autoservicio, donde digité mi número de matricula para comprobar lo que ya sabía. Instintivamente, saqué mi libreta, y como toda buena hermana menor, tecleé a Jane. Mis ojos se abrieron incapaces de creer la información que me mostraba la pantalla. Mi hermana tenía todo el semestre pagado.
Y la fecha del depósito era de hace dos días. Perfecto. Mi padre me había desheredado.
Golpeé el mostrador con mi cabeza, preguntándome qué haría a partir de ahora.
Salí al estacionamiento de la universidad, donde el padre de Fran me esperaba junto a su hija, listo para llevarnos a nuestra primera lección de arquería. Agradecí haber pagado el curso antes de gastar toda mi mesada en una noche.
—Con que clases de arquería —comentó mientras conducía—. Un curioso pasatiempo para dos jovencitas, ¿no creen?
—Sí... —respondí dubitativa. No podía decirle nuestras verdaderas motivaciones.
—Esta bien que busquen diversiones sanas, mientras no dejen los estudios —dijo.
Me moví inquieta. Mis últimas calificaciones habían sido horribles, había pasado demasiado tiempo concentrada en Eros y nuestro acuerdo que mi tiempo de estudio se había visto reducido. En este momento, ni siquiera alcanzaba para postular a una beca, y si mi padre insistía en olvidarse de mí, iba a necesitarla.
—Me siento como si estuviera dejando a mi hija en su primer día de clases —añadió orgulloso.
—En teoría, eso estas haciendo, papá —habló Fran.
El club de arquería quedaba en las afueras de la ciudad, era una enorme arena con círculos rojos dibujados en todos los extremos. Tenía su propio estacionamiento, pero él se limitó a dejarnos en la entrada.
—Porténse bien —Se despidió—. Si le llega una flecha a alguien, lo sabré por la radio.
—No te has enterado de nada —murmuró Fran entredientes, mientras nos bajábamos.
Entramos y nos reunimos con el resto de los aprendices. La primera clase sería teoría, así que nadie había traído equipamiento. Yo quise sentarme en la última fila, pero Fran insistió que en la primera fila prestaríamos más atención, y así fue.
El instructor se presentó a los doce jóvenes en la sala, su nombre era Abel Franch, tenía una voz seca y el ceño arrugado, por lo que deduje que su paciencia no era mucha.
Pasamos la siguiente hora escuchando sobre las partes de un arco, las distintas clasificaciones, sus características, y alguna que otra información a tener en cuenta a la hora de disparar. La presentación en power point terminaba con una imagen de Katniss cazando.
Luego de recibir algunos consejos para la hora de comprar nuestros arcos, pudimos marchar. Fran llamó a su padre para que nos viniese a recoger, pero se vio atrapado en el tráfico de la tarde, de modo que tuvimos que esperarlo en el club. En otras palabras, teníamos una excusa para recorrer las instalaciones.
—No somos parte del club, van a echarnos —alegué
—No seremos parte del club pero estamos pagando por clases aquí, y nos salió bastante caro. Deberíamos poder dar una vuelta sin problemas —repuso ella.
Estaba a punto de agregar algo más, cuando la visión del campo de tiro me detuvo. Era una enorme cancha abierta, seccionada por largas rejillas, donde sus miembros se encerraban a practicar. Todos eran increíbles, y portaban los arcos más sofisticados que alguna vez había visto.
Estaba tan embobada mirando que ni siquiera noté otro par de ojos que se habían detenido en mí.
—¿Sucede algo? —Escuché preguntar a Fran.
Me volteé e inmediatamente reconocí el rostro de la recién llegada. Esta vez lucía completamente diferente a la chica tímida que se encontraba en la cafetería cuando Eros la flechó con Nick. La ropa de cuero, el elegante arco, los guantes y la brazera la hacían parecer más desafiante, pero aún así se sonrojó al ser descubierta.
—Somos compañeras en la universidad —explicó.
—¿En serio? No recuerdo haberte visto —pronunció mi amiga, haciendo retroceder a la joven.
—Yo sí la recuerdo. Somos compañeras en... —La verdad, no tenía idea—. Fisiopatía Animal, ¿no?