Cupido por una vez

Capítulo 35

 


—¿Por qué votaron por la niña rara y no por Ada? —preguntó Nick. 

Estábamos en la pizzería, nuestra base de operaciones impuesta por Fran, celebrando nuestra victoria.

—Porque a nadie le cae bien Ada —explicó Sandra.

—Y porque una mujer arquera es lo más excitante del mundo —agregó Agustín—.  Ganaremos con los ojos cerrados.

Nick se cruzó de brazos y se hundió en su silla.

—Acabamos de volver y mi novia quiere matarme, porque no salió reina.  Son los peores amigos que pueden existir —reclamó.

—¡Oh! Ya cállate, lo vas a agradecer —acusó Fran. 

—A mí me gustó cuando Lizzie le dijo a Agnes: Seré la mejor maldita griega que has visto en tu puta vida —dijo Sandra—.  Fue hermoso, épico.  Me recordó a 300, cuando gritan, This is Sparta.

—Esa fue la mejor parte de la Asamblea —convino Ann.

Mientras todos me felicitaban, yo me encogía en mi asiento.

—Aún no sé dónde conseguir el estúpido traje —suspiré.

—Puedes arrendar un disfraz, hay algunas tiendas que se dedican a eso —propuso Ann.

—O comprar uno por Internet —aportó Sandra. 

—También está el viejo truco de envolverse una sábana —dijo Agustín—.  Nunca falla.

—¡Oh, cállate! —gemí. 

En realidad no era tan difícil, solo debía invocar al estúpido dios del amor y preguntarle dónde compraban su ropa sus amigas del Olimpo, nada tan difícil.

Aunque, pensándolo bien, jamás había visto a Eros llegar usando una túnica.  ¿Y si habían pasado de moda incluso para los dioses? ¿De dónde iba a sacar mi disfraz?  Mis manos sudaban.

Regresé a casa acompañada de Fran, ambas nos deslizamos hasta mi cuarto para evitar a Jane, quien había pasado del enojo a la molestia en estos días.  Hablar con ella seguía siendo horriblemente incómodo, en especial, porque la verdad amenazaba con salir de mi garganta y una lucha interna le impedía salir.

Tomé la corona que Apolo me había regalado y la puse en mi cabeza, me miré al espejo, imaginando una larga túnica cubriendo mi cuerpo, y deseando que algún dios llegara mágicamente a ayudarme.   Y así fue.

Un chillido ahogado de Fran me advirtió de su presencia.

—Apolo —dije al reconocer su perfecta figura reflejándose en mi espejo. 

Los ojos de mi amiga se abrieron.

—¿Papá? —preguntó.

—Por favor, no me digas que me invocaste para conocer a mi hija perdida, tengo muchos así —suspiró el dios.

—¡No! —exclamé.

—¡Sí! —corrigió Fran.

—De acuerdo, puede ser que inconscientemente quiera que conozcas a tu hija, pero también necesito un dios que me preste una túnica griega para el aniversario de la carrera —expliqué—. ¿Puedes?

—Me invocaste por una niña y un vestido —acusó.

Lo pensé por un momento.

—Es un modo de verlo —admití.

Apolo bufó.

—Creo que le estas pidiendo ayuda al dios equivocado, ¿por qué no hablas con el neonato con alitas? —cuestionó.

Desvié la mirada, al tiempo que Jane subía la música en la habitación continua.  Era evidente que no quería escuchar nuestras voces, aunque me hacía un favor al mantenerse al margen.

—Hace días que no lo veo —declaré.  Omití la parte donde decía que me daba demasiada vergüenza pedirle un vestido de griega a él.

Fran se levantó de la cama y enfrentó a su padre.

—¡Vamos! No te cuesta nada, de seguro hay muchas túnicas olvidadas en el Olimpo, solo trae una y es suficiente —exigió—.  No suena muy difícil.

Vi el rostro de Apolo retroceder ante la potente mirada de mi amiga. ¿Quién lo diría? Realmente parecía un padre enfrentándose a la ira de su hija abandonada.

—Insisto, no soy el dios adecuado —argumentó—.  Artemisa, ven aquí.

Al instante, una nueva figura se materializó en mi cuarto.  Era una mujer tan hermosa que me dejó sin aliento, su largo cabello descendía por su espalda, enmarcando sus finos rasgos, y unos hipnóticos ojos claros, los cuales miraban con tanta severidad, que me sentí pequeña e indefensa.

Y lo mejor es que vestía una túnica antigua.

—¿Por qué me has llamado a esta caja de cemento con dos insignificantes mortales? —preguntó con desdén.

—Hermana, te presento a la humana que me entregó una de las flechas de Eros —explicó Apolo.

Artemisa me escudriñó con la mirada, empleó el mismo detenimiento con el que se analiza a un extraño insecto.   Luego, sus ojos vagaron por la habitación.  Era evidente el gran desagrado que le causaba estar aquí.



#20601 en Fantasía
#12013 en Joven Adulto

En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.