Mi rostro se iluminó cuando a la mañana siguiente encontré un bellísimo vestido blanco junto a mi cama. Era un lino tan delicado, que lo abracé contra mí rostro para perderme en su suavidad. Tenía detalles dorados en los bordes, y el cinturón parecía una pieza de artesanía ancestral. A un lado, también habían sandalias y joyas. Mi disfraz estaba completo.
Mi teléfono vibró con un mensaje de Fran.
«Amo a tus dioses»
Una sonrisa se me escapó al comprender que ella también había recibido una visita de su tía.
Era sábado, es decir que tenía toda la tarde para mí, así que decidí hacer lo más razonable que una estudiante con malas calificaciones podía hacer. Salir de casa y visitar a su mejor amiga. De todos modos, no habrían evaluaciones durante el aniversario.
Agnes nos había invitado al club a entrenar, así que el padre de Fran nuevamente se vio en la obligación de llevarnos.
Pese a ser una chica insegura, era una maestra brillante. Me explicaba con paciencia, corregía mi postura, me daba consejos y no le molestaba repetir hasta que lograra entender.
—Yo también quiero aprender —reclamó Fran, al notar que toda la atención estaba puesta en mí.
Mi instructora me dejó de lado unos minutos, y le pidió a Fran que le enseñara lo que sabía. Mi amiga se posicionó frente a la diana, apuntó con su arco, y disparó con precisión. La flecha cayó a pocos centímetros del centro.
—Eres muy buena —elogió Agnes—. ¿Has practicado antes?
—Primera vez —afirmó la estudiante.
—Debes tener un talento natural, con un poco de práctica podrás acertar con los ojos cerrados.
Talento natural o la sangre de un dios ridículamente bueno corriendo por sus venas.
La ironía era que, mis dos amigas eran maestras de arquería, y yo, quien realmente necesitaba aprender, era un maldito asco.
(...)
Ese lunes nos reunimos todos en la pizzería favorita de Fran, para celebrar la inauguración de la semana de aniversario. Ann tenía mucho trabajo que hacer, como nuestra representante estudiantil, pero se lo tomaba con calma. Ella tenía nervios de acero.
—Les digo que es una niña de lo más extraña —alegó Nick—. El otro día la vi leyendo en la cafetería, y se estaba riendo. No lo entiendo.
—Tal vez estaba leyendo una novela, y un personaje dijo algo gracioso —sugirió Sandra—. No tiene nada de extraño.
—¿Cómo puede reírse con personas que ni siquiera existen y evitar a la gente real? —argumentó nuestro rey.
—Agnes es tímida —comenté—, pero si le das una oportunidad descubrirás que es muy agradable.
—¿Cómo voy a darle una oportunidad si cuando la invitamos a salir ni siquiera viene?
—Piensa otra vez, Paul Walker —avisó Agustín—. Tu reina ya llegó.
Agnes subió las escaleras, y sus ojos castaños se posaron en cada una de las mesas, buscándonos. Fue el propio Agustín quien elevó su mano, para llamar su atención.
—Pedimos sin ti, espero que no te importe —habló Ann.
La recién llegada negó con la cabeza.
—¿Es cierto que sabes arquería? Eso es genial —comentó Sandra.
—Sí, he practicado desde pequeña —respondió tímidamente.
—¡Ella es asombrosa! —exclamé.
Mi puntería estaba mejorando gracias a las clases en el club y las prácticas con Agnes. Conocerla había sido mi salvación.
—Necesitamos pensar en un buen acto para el aniversario —expuso Ann—. El talento de nuestra reina es inigualable.
—Oh, eso déjamelo a mí —habló Agustín—. Tengo la idea perfecta.
—Tus ideas siempre son malas —argumentó Sandra.
—¡Está es brillante! Ya verás. —Había una nota de malicia en su voz.