Cupido por una vez

Capítulo 42

 


Caminé por las angostas calles dando saltos y bailando de felicidad. Tuve que contener mis gritos de goce para no asustar a los residentes, pero mi cuerpo era incapaz de contener tanta alegría. 

Intenté llamar a Fran, sabiendo que era la única persona capaz de entender mi dicha, pero ella no contestó. Recordé que era domingo y de seguro había acompañado a sus padres a la Iglesia. 

-Le contaré más tarde -suspiré. 

No tenía prisa por llegar al departamento, así que caminar fue la opción. La ciudad era grande, pero podía recorrerse a pie si se tenía tiempo. Solo eran más de cinco horas de camino, en el campo las distancias eran mucho más grandes. 

Continué brincando como una niña de tres años, cuando un pequeño cachorro comenzó a seguirme, saltando junto a mí. 

Debo decir, que hasta la compañía me parecía perfecta. 

La leal criatura me siguió varias calles, hasta que decidí que merecía un premio por su fidelidad. Me detuve en un humilde almacén y le compré un paquete de galletas para perros. Él movió su cola incansablemente al reconocer la comida. 

Llegamos a una pequeña plaza, y me senté en una de las bancas para alimentarlo. Su pelaje era completamente negro, y sus ojos también eran oscuros, deduje que no tenía más de un año, y aunque no tenía collar, parecía tener dueño, por su pelaje bien cuidado. Aunque, a juzgar por la conjuntivitis en sus ojos, se había contagiado una enfermedad luego de tantos días a la intemperie. 

-Tú debes tener dueño -comenté, mientras mordía las figuritas de hueso-. Él debe estar muy preocupado. ¿No recuerdas dónde vives? 

Lo siguiente que sucedió, fue casi tan raro, como el día en que Eros apareció en mi cuarto. El animal toció, esa típica tos que se contagia en las perreras ¡Y le creció una cabeza! Brotó junto a la que ya tenía, como un parásito. 

Luego , volvió a forzar su garganta, y le apareció otra cabeza más. 

Mis ojos no podían creer lo que veían, pero él no parecía nada incómodo. Mi cuerpo entero se congeló, y la primera cabeza comenzó a ladrar, exigiendo más comida. 

Observé a mi alrededor y me di cuenta que nadie mas parecía notar el cambio en la criatura. 

Mis manos temblaron cuando le acerqué otra galleta, y ésta vez, la segunda cabeza la recibió. Pronto, tres comenzaron a pelearse por el alimento. 

-Tú no eres normal -murmuré. Y solo se me ocurría una criatura comparable. 

Repentinamente, no tenía ganas de llevarlo a casa. 

Las galletas se acabaron, y el canino saltó de un lado a otro, exigiendo más. 

-Y-Ya no hay -balbuceé. 

Mis argumentos no parecieron convencerlo. No sabía que hacer con sus ladridos, ni con su presencia. 

De pronto, una sombra negra se apareció a mi lado. Más bien, parecía un extraño portal, completamente oscuro. El perro me invitó a entrar. 

-Oh, no, amigo. No entraré ahí -dije. 

Me puse de pie, dispuesta a continuar mi ruta, cuando me di cuenta que mis pasos no me estaban llevando a ningún lado. Era como un mimo, caminando en su sitio. 

Eché una mirada sobre mi hombro, suponiendo que era un efecto del extraño portal. Ese leve movimiento bastó para que todo a mi alrededor fuera rápidamente succionado por las sombras, incluyéndome. 

Seguramente, así se sintió Alicia en el País de las Maravillas, sólo que está vez el título era: Elizabeth en el Inframundo. 

Aparecí en una cámara oscura, iluminada por antorchas. No había nada en las paredes, y los pasillos eran tan oscuros como el portal maldito. A mi lado, el perro que me había encontrada en la calle continuaba jugando. 

Me puse de pie, la caída realmente no me había dolido, pero no tenía medio de regresar. 

-¿Por qué me trajiste a este lugar? -pregunté furiosa. 

Hasta que unos pasos me hicieron temblar. De la oscuridad emergió la figura de un joven pálido y delgado, con un aire peligrosamente atractivo. No necesitaba preguntar para saber de quién se trataba. 

La criatura traidora corrió al lado de su dueño, en un alegre saludo. Él lo ignoró, y se acercó a mí tanto como le fue posible, es decir, hasta que sus ojos azules estuvieron casi pegados a los míos. 

-Gracias por traer a Hambre, lo estábamos buscando -dijo. Su voz me estremeció. 

-N-No fue nada -tartamudeé, desviando la mirada, pero él colocó su mano bajo mi barbilla, obligándome a verlo. 

-A Hambre siempre le han gustado las chicas lindas -comentó, analizándome. 

No me gustó cómo sonó esa oración. 

-No tengas miedo, no estás muerta -aseguró-. Sin embargo, pareces agradarle a mi mascota, y veo que estás familiarizada con los tratos con otros dioses. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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