Cupido por una vez

Capítulo 43

 

Administré los antibióticos bajo la atenta mirada de Hades.  Mis manos temblaban, y Hambre podía percibir mi nerviosismo, con su sexto sentido animal. 

—Debería mejorar en unos días —anuncié—.  Su apetito está bien, y no se ve decaído.  No debes dejar que se moje, ni que realice ejercicios. 

Hades asintió en su sitio. 

—¿Pu-Puedo irme ya? —No quería que mi voz sonará temblorosa, pero fallé. 

—Así es, eres libre. 

El atractivo dios del Inframundo se acercó a mí e intentó tocarme.  Retrocedí al instante, sabiendo que cualquier contacto podía hacerme cerrar otro trato. 

—Tranquila, no hay engaños —aseveró—.  Las amigas de mis mascotas son mis amigas, y por cierto, Artemisa te quiere muerta, así que tal vez no pase mucho tiempo antes de que volvamos a vernos. —Se detuvo a considerarlo—. Aunque también está agradecida porque ayudaste a su hermano, así que no sé en qué termine.  De todos modos, no tienes de qué preocuparte, voy a preparar una habitación donde puedas quedarte y jugar con Hambre. 

No había nada alentador en su discurso. 

—No voy a darte las gracias por eso —afirmé. 

—Lo sé, soy yo quien agradece lo que hiciste por mi cachorro, es el más pequeño de la camada —contestó. Levantó su dedo y apuntó el techo—. ¿Escuchaste? Ya vienen por ti.  Será mejor que regreses.  Permíteme. 

Colocó su pálida mano sobre mis ojos, y aunque no pude ver, sentí que el piso se movía bajo mis pies. 

—Nos vemos —murmuró la aterciopelada voz de Hades. 

La oscuridad se esfumó, y de pronto, me encontré de pie en mi habitación.  Estaba tan mareada que tuve que sentarme en el borde de la cama para evitar caer.   Me sentía extraña, como si necesitara tiempo para acostumbrarme a mi cuerpo nuevamente. 

Encontré una bandeja llena de comida junto a mí, que no tardé en devorar. 

El cielo no me daba pista alguna de la hora, sin embargo por su tono, podía deducir que el amanecer aún estaba lejos.  Era una buena señal.  Después de tantas emociones en una sola noche, sólo tenía ganas de descansar. 

Pero no, todavía me quedaba un asunto por resolver, y ese asunto estaba de pie, con los brazos cruzados, y una mirada de pocos amigos que en nada se parecía a la divertida expresión a la que estaba acostumbrada. 

—Eros —dije, a modo de saludo. 

Los grilletes ya no oprimían mis manos, lo que podía considerarse un avance. 

—¿Cómo te sientes? —preguntó. 

—Cansada —respondí. 

—Viajaste dos veces al Inframundo en menos de un día, debes estarlo. 

Su voz era tan fría que dolió. 

—No bajé al Inframundo por voluntad propia, Hambre me engañó, pero asumo la responsabilidad de todo lo demás —dije, con solemnidad. 

Quería decir algo más, pero estaba tan agotada que apenas lograba conectar las ideas.  Luché contra el cansancio y mis ojos pidiendo cerrarse, porque no soportaba la severa expresión en su rostro.   Me puse de pie e intenté llegar a él, sin embargo mis piernas fallaron tan pronto di el primer paso.   Eros me sostuvo justo antes de estrellarme contra el piso. 

Sin decir nada, me recogió como si fuese una niña, y se sentó en la cama, conmigo en brazos.  Me dejé consentir, apoyando mi cabeza en su hombro, disfrutando de su calor y de su aroma. 

—Soy tan ridícula —suspiré—.  Todo lo que hago me sale mal, siempre encuentro una manera de arruinarlo todo. 

Incluso en ese momento, mis instintos más básicos, pedían alcohol.  

Cerré los ojos e inspiré profundamente. 

—Y de algún modo acabas consolándome —gemí. 

—Shh... —susurró, mientras acariciaba mi cabeza—. No te maltrates, descansa y mañana te sentirás mejor. 

—La vida apesta —espeté. 

Cálidas lágrimas brotaron de mis ojos.  Pero ya no lloraba solo porque caí al Inframundo, sino por todos los problemas que pesaban sobre mis hombros.  Era un efecto secundario de la tristeza, cuando una cosa me aplastaba, todas La demás caían sobre mí, haciendo insoportable la presión. 

Por lo general, la idea de que otra persona viera mis debilidades me resultaba insoportable, pero esta vez no me importó, quizás porque por primera vez en mucho tiempo me sentí protegida.  Había alguien sosteniendo el frágil pedestal que me mantenía en pie. 

Me quedé dormida entre sollozos, lanzando todo tipo de maldiciones al mundo, y sintiéndome horriblemente torpe por mezclar todas mis emociones. Lo último que recuerdo haber balbuceado fue una disculpa, y una frase de despedida llegó a mis oídos antes de ceder al sueño. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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