Cupido por una vez

Capítulo 50

Aunque mi cerebro logró reacomodarse y recuperar la mayor parte de los recuerdos —ya que el doctor dijo que todavía podían haber memorias suprimidas por mi subconsciente—, tuve que permanecer en el hospital para que trataran el traumatismo que dejó el golpe en mi cabeza. 

Regresé al departamento con un sinnúmero de indicaciones que apenas podía memorizar. 

Aunque el verdadero golpe vino cuando Jane abrió la puerta y reconocí la sala de estar, fue como salir de un universo blanco e inmaculado para regresar al caos que podía llamar "vida".

Como todavía tenía problemas para mantener el equilibrio, casi caigo al entrar. 

El doctor me prohibió el consumo de alcohol durante unos días, y me recetó vitaminas del grupo B. Mi mamá se quedó unos días con nosotras para ayudar en mi recuperación. Mientras ellas iban y venían por toda la casa, haciendo los deberes, cocinando, limpiando los trastos sucios, barriendo el piso, y lavando la ropa, yo pasaba gran parte del día tendida en la cama, mirando el techo, sin nada en particular pasando por mi mente. 

Ellas eran las hormigas trabajadoras, y yo era algo así como un zombie. 

De vez en cuando mi mamá entraba a correrme de mi cuarto, a lo que yo trasladaba mi inútil trasero al sofá, y me quedaba ahí por horas, sin hacer nada especial. 

Me sentía ajena al mundo, vacía, extraña, y sin motivaciones, como si hubiera dejado parte de mi existencia en esa fría habitación de hospital. Ir a clases era una rutina, solo asentía a aquellos que se acercaban a hablarme y a veces hablaba para aparentar interés. 

Las manos me sudaban en las noches y a primera hora del día, ansiando el elixir que me llevaba a la perdición, sabía que parte de mí desánimo se debía a la abstinencia. Mis uñas habían desaparecido producto de la ansiedad y a veces tiraba mechones de mi cabello, buscando calmar mis impulsos. 

Tenía la impresión que mis recuerdos no estaban completos aún, pero por más que forzara mi mente a ir más allá, siempre me encontraba con una pared difícil de derribar. 

Un día sin nada de especial, Agnes hizo el favor de levantar su mirada del libro que leía en su celular y me miró con esa agudeza típica de ella, antes de lanzarme su mordaz conclusión.

—Creo que si tu vida fuera una novela, serías tu propia antagonista. 

Su comentario al principio no me hizo sentido, hasta que Nick decidió intervenir. 

—Eso es estúpido, no puedes ser protagonista y antagonista a la vez —espetó. 

—Sí se puede —corrigió ella—. Las fuerzas antagónicas son las que se oponen al objetivo del protagonista. No es lo mismo que el villano o el enemigo, creo que estas confundiendo ambos términos. 

El muchacho murmuró algo que sonó como una queja hacia las complicadas observaciones de Agnes, y se apartó sin mostrar más interés. 

Desde mi lugar, pude apreciar la expresión decepcionada de la lectora.

—¿Qué pasa? —preguntó Fran, sentada a mi lado. 

Al sentirse descubierta, volvió a lucir su impenetrable máscara de indiferencia. 

—No es nada, solo creo que a veces hablo de más —respondió. 

—A mi me pareció interesante, no tenía idea de que había una diferencia —comentó Agustín. 

El resto de la conversación fueron trivialidades en las que tampoco intervine. No tenía deseos de hablar. 

Mi mamá se fue al cabo de dos semanas, no podía dejar más tiempo solo al campo o su pequeño emprendimiento se iría a pique. Mi realidad no cambió con su partida, continué siendo el inservible estropajo. 

El verdadero quiebre se produjo una tarde, mientras Jane estudiaba en el departamento, y yo fermentaba a pocos metros de distancia. Unos golpes en la puerta interrumpieron nuestra monotonía. 

—Liz, ¿puedes ir a abrir? —preguntó mi hermana, sin despegar la vista de sus apuntes. 

¿Para qué? No esperábamos visitas y si fuera importante, nos llamarían. 

Al ver que no me movía de mi sitio, ella misma se levantó. 

—¿Papá? 

Escuchar esa palabra, envuelta en la voz de mi hermana, me sacó de mi estupor, y me hizo prestar atención al recién llegado. 

—Supe que tu hermana tuvo un accidente —dijo mi progenitor masculino. 

—Sí, hace casi un mes —respondió Jane. La hostilidad en su tono nos sorprendió a ambos—. ¿Vienes a ver cómo está? 

Mi padre posó su mirada en mí. 

—Conozco a mi hija, no iba a morirse por un golpe en la cabeza —repuso. 

Su comentario no me ofendió, a estas alturas podía esperar cualquier cosa de él. Aunque clavó en un lugar donde las cosas suelen doler mucho. 

—¿Cómo puedes decir eso de tu hija? —espetó Jane—. Si vas a venir un mes tarde, sólo para insultarla, mejor no vengas. Lizzie está muy delicada todavía. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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