Cupido por una vez

Capítulo 51

Salí de la facultad hablando de trivialidades, pero mi boca se quedó sin palabras cuando pasamos por fuera del estacionamiento. 

Junto a la acera había una moto que conocía. Su piloto estaba apoyado en ella, mirando su teléfono móvil. 

—¿Adrian? —pregunté, aunque era obvio que era él. 

—Quien más —contestó, guardando el móvil en su bolsillo. Por supuesto, ignoró completamente a Fran, quien se encontraba a mi lado—. ¿Te gusta el café? 

Asentí con la cabeza y acepté el casco que me ofreció, dirigiéndole a Fran una mirada de disculpa. Ella simplemente se encogió de hombros. 

—No se preocupen por mí, iré a contar las palomas de la plaza mientras ustedes se divierten —comentó con humor. 

Me despedí de mi amiga y monté en el terrible vehículo de dos ruedas que Adrian utilizaba para movilizarse. Creo que nunca iba a acostumbrarme a la sensación de vértigo que me producía correr a tan alta velocidad en un transporte tan inestable. Por lo menos, mis esporádicos chillidos eran aplacados por el viento que soplaba en mi contra y el pesado casco sobre mi cabeza. 

Nos estacionados frente a un popular café local, y mis pies agradecieron volver a tocar el piso. 

—¿Cómo supiste dónde estudiaba? —pregunté, mientras Adrian le colocaba el seguro a la moto. 

—A veces sí presto atención a lo que me dices —respondió con naturalidad. 

Recordé que días atrás había conseguido mi número de celular, y ahora se presentaba en mi facultad como si no fuera la gran cosa. La teoría de que el descendiente de Hefesto tenía cualidades psicópatas tomó fuerza. 

Entramos al café, yo pedí un latte que llené de azúcar, y Adrian se inclinó por un americano, sin nada de endulzante. En lo único que coincidimos fue a la hora de escoger la mesa, la más alejada del resto de la gente. 

Él comenzó a beber sin prestar atención a nada especial, así que decidí motivarlo un poco. 

—¿A qué le debo el placer? —pregunté, sin rodeos. 

—Mis padres se divorcian —contestó, con una honestidad que me dejó sin aliento. 

—¿Qué? No es posible... Yo acerté el tiro —musité. 

—Así es, mi mamá no quiere darle el divorcio, pero mi papá se cansó de esperar una muestra de afecto de una mujer que solo se casó por interés —respondió. Bajé la mirada hasta mi taza, donde el líquido humeaba y llenaba mis fosas nasales—. Preferí decírtelo personalmente, con café. 

—¿Por qué? 

—Porque es amargo como la noticia. 

Casi me sentí culpable por sonreír en un momento así. 

—Debe haber alguna manera —dije, luego de pensarlo un rato—. Ahora que tu mamá está enamorada, si tu papá tan solo le diera la oportunidad... 

—Mi padre se hartó de las oportunidades, Lizzie —respondió tajante—. Fui un iluso al pensar que podría romper la maldición. 

Esa última palabra capturó por completo mi atención. 

—¿Qué maldición? 

Adrian miró su vaso vacío con desdén. 

—El chisme del siglo pasado —repuso—. Cuando Hefesto tuvo la genial idea de engañar a su novia, Afrodita, con una humana. Ella se indignó, como si nunca le hubiese puesto los cuernos a mi abuelo. A cambio, maldijo a toda la descendencia de aquella infidelidad, negándoles ser amados. 

Mis párpados se abrieron asombrados y mis labios fueron incapaces de cerrarse. 

—Eso es horrible —murmuré consternada. 

—Es lo que es —suspiró Adrian—. En serio, ya no importa. Creí que si rompía la maldición con mi padre, mi vida tendría esperanza, pero es imposible ir en contra los designios de una diosa caprichosa. 

Lo primero que sentí fue una enorme decepción, había fracasado de forma manumental. Él me había prestado su ayuda y a cambio solo había pedido este pequeño favor, y no pude completarlo. Tal vez, el no poder romper la maldición se debía más a mi mala suerte que a la mañana de una diosa. 

Yo y mi inigualable capacidad de echarlo todo a perder. 

Luego recordé que la autocompasión y los pensamientos negativos solo me habían llevado a una adicción sin sentido, así que hice el esfuerzo por ver el lado positivo de las cosas, ese que siempre me costaba trabajo ver. 

Así, llegué a una curiosa conclusión. 

De todos mis tiros, de mis innumerables errores y escasos aciertos, éste era uno que no quería fallar. Yo en serio tenía deseos de ayudarlo y no podía quedarme sentada viendo cómo su vida se iba por el vacío, si podía hacer algo. 

—No, esto no se quedará así —dije con certeza. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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