Cupido por una vez

Capítulo 56

—Así que Henry me dijo que fuéramos al cine —comentó Fran desde la otra línea del teléfono.

—¡Eso es genial! —exclamé entusiasmada.

—Sí, nos vamos a juntar en la entrada, a las siete y media —explicó—. Tienes tiempo suficiente para salir del trabajo y llegar. 

Casi me atraganto con mi cereal.

—¿Yo? Dime, ¿qué pinto yo en tu cita? —interrogué.

—Por favor, Liz, no puedes dejarme sola —suplicó. 

—Fran, vas a ir al cine con el chico que te gusta y quieres meterme en la ecuación, a pesar que sabes que estuvo años enganchado de mí. Debes estar loca. 

—¡Lo sé! Pero me dijiste que Eros lo había flechado conmigo, así que no tengo nada que temer. ¿Verdad? Y me aterra ir sola. 

—Fran, no tienes quince años, estarás bien. 

—No, tengo veinte, y unos padres adoptivos extremadamente religiosos. Sin mencionar que mi verdadero progenitor es un dios griego. ¡Todo va a estar bien para el pobre Henry! Sobretodo cuando le diga a mi papá, que por cierto tiene permiso para portar armas, que voy a ir a encerrarme en una sala oscura con un chico. ¡Por favor, Liz! ¿Por qué crees que sigo virgen? 

—Puedo cubrirte desde mi casa —señalé. 

—¡No es lo mismo! Nerviosa, estoy segura que voy a meter la pata en algo, y tú tienes los poderes de Eros. 

—¿Y eso qué tiene que ver? —exigí exasperada. 

—¡No sé! Pero de algo deben servir. 

Suspiré cansada. La verdad era que Fran sonaba desesperada, como si una simple cita fuera a dejarla embarazada o algo parecido. Así que decidí no abandonarla esta vez. 

Sí, se supone que éramos chicas maduras de universidad, pero seguíamos siendo niñas infantiles en el fondo. 

De este modo, acabé parada en la entrada del cine, sintiéndome ridícula. 

—¡Gracias por venir! —exclamó Fran, abrazándome con fuerza. 

—Hola, Liz —saludó Henry, notablemente incómodo. 

—Tranquilo, solo vine a poner a prueba mis clases de violín —dije. 

Todo iba bien, hasta que llegamos a la caja para comprar nuestros boletos. 

—¿Eros? —preguntó mi amigo de la infancia, sorprendido. 

—¿Qué tal? —respondió el aludido con una radiante sonrisa. 

—Por favor, mátenme —musité. 

A estas alturas, me sorprendía que el dios del descaro no hubiera aparecido en el zoológico. 

Saqué mi billetera y pagué mi boleto con recelo. Escogimos los asientos en la pantalla y nos ordenamos del mejor modo posible, es decir, Henry, Fran y yo, de derecha a izquierda. 

Todo el tiempo que tuve que esperar antes que pudiéramos ingresar a la sala se me hizo eterno, en las películas parecía muy fácil, solo comprabas tu entrada y de inmediato te ibas a ver la película, pero en la realidad no es tan rápido, sino que tienes que esperar unos minutos, o incluso horas dependiendo de la función que compres. Y esperaba una nueva broma de Eros en el ínter tanto. 

Por fortuna, entré a la sala sin contratiempos. Nos acabamos las palomitas en la propaganda previa, en parte porque estaba tan nerviosa que tragué como una desquiciada. Y también porque los comerciales eran demasiado largos. 

Cuando por fin distinguí los créditos que daban comienzo a la cinta, me relajé. Por los menos, los veinte segundos iniciales. 

—Con permiso —murmuró una conocida voz, demasiado cerca de mi ubicación como para ser sano. 

Giré la cabeza y descubrí a Eros, pasando frente la gente, con un paquete de cabritas en sus manos. 

Por favor, que no... 

Y así fue como el dios del amor se sentó en el asiento disponible a mi lado. 

—Siento la demora —susurró—. Estaba presentando mi carta de renuncia, el jefe no podía creer que solo trabajé dos horas. 

—Dime que no compraste el asiento que está justo a mi lado —pedí. 

Sacó de su bolsillo su entrada y verificó el número escrito antes de mostrármelo. 

—F14, este es mi sitio —dijo. 

Alguien a nuestras espaldas nos exigió guardar silencio. Miré a mis dos amigos, quienes tampoco podían dar crédito a la repentina aparición, pero dada las circunstancias, no había mucho que hacer, salvo aceptar a un cuarto invitado.

Debo decir que no pude concentrarme durante las malditas dos horas de función, y mi incomodidad se la debía a una persona, sentada a mi lado, absolutamente relajado y disfrutando de la película. 

Una parte de mí deseaba golpearlo, ponerme de pie y marcharme. La otra, por más que me avergonzara de admitirlo, todavía estaba feliz de verlo. Enterré esos sentimientos y centré mi atención en la pantalla. 

Sin ser consciente, mi cuello volvió a girarse en dirección a Eros.

—¿Quieres? —preguntó, ofreciéndome la bolsa de palomitas.



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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