Cupido por una vez

Capítulo 64

Desperté con el apetitoso olor de pan tostado y huevos revueltos. Abrí los ojos para descubrir a Eros preparando el desayuno en una cocina que la noche anterior no estaba ahí. De todos modos todavía había espacio para meter un comedor entero si era necesario, pese a todas las porquerías que yo misma había traído. 

La luz que entraba por las ventanas anunciaban un esplendoroso amanecer. 

—¿No tienes cocina? —pregunté.

—Sí, hay una en el primer piso, pero para qué ir hasta allá si puedo traer una hasta acá —contestó—. Buenos días.

Se dio la vuelta y llevó hasta mi cama la bandeja con el desayuno.

—¿Cómo es que puedes hacer aparecer tantas cosas? —inquirí.

—En teoría, no salen de la nada. Tú piensas algo porque lo has visto en otro lado, y lo único que hace tu mente es traerlo. 

—¿Eso no es ilegal?

—Es tomar prestado —contestó—. Además, hay alguien limpiando el desastre.

—¿Cómo?

—Hermes, el mensajero de los dioses. Desde que hay tiendas comerciales, su nueva tarea es ir y pagar cada vez que sienta la magia de algún dios haciendo de las suyas. Luego, nos pasa la factura. —Casi me ahogo de solo pensar en cuánto dinero había gastado en montar la habitación—. No hay problema, nadie en el Olimpo o fuera de él está en la quiebra. Bueno, quizás Dionisio, pero él es bueno para el derroche, se la pasa armando fiestas y jolgorios. 

Comimos juntos, en la comodidad que la cama nos ofrecía, pero mis inquietudes no cesaron. 

—¿Por qué no hay puerta? —interrogué. 

La expresión de Eros me dio a entender que no había pensado en ese detalle. 

—No hay necesidad cuando puedes transportarte de una pieza a otra —contestó, y luego me miró—. Pero tú no puedes. 

—¿Qué? ¿Acaso te da miedo lo que pueda encontrar si recorro la casa? 

—Por el contrario, me gustaría que alguna vez consideraras la idea de mudarte aquí. 

Estaba a punto de responder cuando un poderoso estruendo me estremeció. La pared donde se dibujaba el enorme portón se hundió hasta abrirse de par en par. 

—Asombroso —admití. 

(...) 

Eros se marchó poco después, lo que significó quedarme sola en la enorme mansión. 

A decir verdad, luego de meditar un poco descubrí que tenía dos salidas simples a este problema: o aceptando su propuesta de volverme inmortal o perdiendo la virginidad. Ninguna de las dos acababa de convencerme, y sin embargo tampoco me gustaba ignorar qué tipos de acuerdo estaba haciendo el dios para mantenerme con vida. Pero él se negó a darme explicación alguna. 

Por lo menos esta vez me pasé la tarde recorriendo los amplios pasillos que en todo me recordaban a una casa griega, con las columnas y todo. 

No me sentía intrusa curioseando, desde que el mismo dueño de casa me había dado su autorización para recorrer el lugar. Sin embargo, pronto descubrí que no todos los cuartos estaban abiertos a todo público, la mayoría de las puertas eran meras decoraciones, que no podía atravesar. 

—Muy inteligente, Eros —farfullé. 

Por supuesto que no iba a permitirme merodear con tanta libertad. 

¡Qué ilusa!

Entonces me encontré con otro problema: la casa era tan grande que me perdí en sus corredores. Extrañamente, en lugar de preocuparme, la experiencia me resultó excitante. Es decir, me había extraviado en la casa de Eros, ni dios sabía qué clase de cosas podía encontrar. Literal. 

Así fue como llegué al precioso jardín que había visto desde mi habitación. El cielo todavía tenía los colores anaranjados del amanecer, los cuales contrataban con la vivacidad de las flores que crecían desde su seno, formando una escena tan pintoresca que me causó una conmovedora alegría. 

Definitivamente, era como estar frente a la personalidad juguetona de Eros. 

Toqué una nube que pasó volando sobre mi cabeza, atravesándola con la misma facilidad con la que se palpa el vapor. En su interior, las raíces de la planta se enredaron en mi mano y me sostuvieron mientras mi cuerpo se elevaba por los aires. 

Chillé asustada y pataleé un poco antes que me dejara caer en un cúmulo mucho mayor. Mis pies se enterraron como si estuviera caminando en sobre arena, pero curiosamente no me hundí. 

Sintiéndome como Alicia en el país de las Maravillas, emprendí mi aventura a través de las masas de gas. Algunas nubes más pequeñas se me acercaban, como si los capullos que residían en ellas tuvieran curiosidad por conocerme, aunque siempre había tenido la creencia de que la Madre Tierra estaba viva, esto llevaba mis convicciones a otro nivel. 

Me paseé por las colosales columnas griegas, que le daban un toque serio y magnificente al jardín surrealista. El aire que llenaba mis pulmones estaba colmado de esa típica humedad silvestre, que no resultaba molesta, sino que me recordaba al olor de la lluvia en medio del bosque. Ese aroma que gracias a los avances de la ciudad y la contaminación de las industrias, pocas veces podía percibirse. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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