La rabia me cegada, no había espacio para ideas coherentes en mi cabeza. Todo estaba rojo, colmado de ira. El infierno se estaba desatando en mi cabeza y no era capaz de impedirlo. Tomé todo lo que tenía a mi alcance y lo arrojé sin una dirección determinada, armando un caos.
—¡Ya veras cuando salga de aquí, maldito infeliz! ¡Te odio, te odio, te odio! —repetí entre lágrimas.
Pero mientras más gritaba, más dolía.
Estaba atrapada.
Cuando volví a caer en la inevitable verdad, mi pecho se estrechó. Me asfixiaba. La realidad iba a matarme antes que cualquier otro dios.
Cerré los ojos e hice un esfuerzo por enfocarme. Tenía que hacer algo, aunque fuese lo último que hiciera en vida.
Pero estaba encerrada. ¿Qué podía hacer desde aquí?
Entonces mi atención cayó en el teléfono tirado en el piso. La pantalla estaba tan quebrada, luego de haberlo lanzado sin premeditación, que apenas podía ver las letras en ella, pero aún así pude marcar un número.
—Fran, soy Lizzie —dije tan pronto contestó.
—¿La real o la impostora fea? —preguntó.
—¿Cómo sabes que hay otra?
—Conozco a mi mejor amiga. Y también soy una semidiosa, percibo cosas raras.
Inhalé, esforzándome en mantener la cordura. No tenía tiempo para discutir sus capacidades extrasensoriales.
—Fran, escúchame bien, es importante.
—Te creo. ¿Cómo se te ocurre desaparecer sin avisar y mandar una mala copia de ti para guardar las apariencias? ¿Qué tan tonta crees que soy? Tus trucos baratos no me engañan. Dime, ¿en qué lío estás metida y por qué no me invitaste? —reclamó.
En el fondo, quería contarle todo lo que me había pasado en las últimas veinticuatro horas, sobretodo porque necesitaba a alguien con quien hablar de la horrible estructura de Psique que Eros tenía en su patio. Pero mi familia me necesitaba.
—Fran, necesito tu ayuda. Estoy en algún submundo en el cielo y no puedo volver a la tierra en un tiempo, y mi papá está en casa de mi mamá, bastante enojado, y mi prima chica está allá. Necesito que...
—Mi papá está en la comisaría, le avisaré y te devuelvo el llamado —interrumpió.
—Sí, eso. ¡Gracias! —contesté anonadada. Había entendido la idea más rápido de lo que pensé.
—Por cierto, Liz. Sobre eso del submundo en el cielo, no te estas muriendo otra vez, ¿verdad?
—Eh... Creo que no —musité, no muy convencida.
—Quiero detalles después —dijo, antes de colgar.
Los minutos que siguieron antes que mi teléfono volviera a sonar se me hicieron eternos, y lo peor, es que la pantalla estaba tan quebrada que no me dejaba contestar.
—La patrulla ya va en camino, al parecer tu prima también llamó a su papá y él informó a la policía —informó mi amiga—. Mi papá no puede salir porque no se le asignó la tarea, pero yo sí voy.
—Pero ni siquiera sabes llegar —señalé.
—No, pero Henry sí, y pasará por mí.
—Le dijiste. —No fue una pregunta.
—Me contaste que su papá hizo la primera denuncia. Lo mejor es que todo el mundo se entere, así tu mamá no podrá volver a desmentir lo que pasó, y para eso, ya sabes a quién tienes que llamar ahora desde tu casita en el cielo.
Me habría reído de la denominación que usó para referirse a lo que yo había llamado un "submundo en el cielo", si tan solo la veracidad de su afirmación no me hubiera golpeado con tanta fuerza.
Jane.
Este era el momento de hablar con ella.
Decidida, marqué su número en mi destrozado teléfono y conté con los latidos de mi corazón los segundos que tardó en atender.
—¿Quién es? —preguntó.
—Soy yo. ¿Acaso no leíste el nombre antes de contestar? —repuse.
—No sé quién seas, pero éste es el número de mi hermana y espero que esta llamada sea para devolverlo.
—Jane, pero de qué estás hablando. ¡Yo soy tu hermana!
—Déjate de juegos, mi hermana está conmigo y si la vieras, sabrías que está muy preocupada por recuperar su teléfono.
—¡Cuelga, Jane! No hables con los delincuentes —exclamó una persona con mi misma voz.
Me quedé hecha piedra.
¡Maldita sea, Hedoné! ¿Por qué tenías que estar en el departamento justo cuando tengo un asunto importante que discutir con mi hermana?
Y mientras aún me quedaba un poco de dignidad, corté la llamada.
Esto, definitivamente no había salido como esperaba.
Quise arrojar mi teléfono contra la pared, pero me detuve en el último minuto, consciente que era mi único enlace con el mundo exterior.