Cupido por una vez

Capítulo 70

Para poder alcanzar los nogales más rápido, nos subimos a la camioneta de Henry. Dos horas parecían suficientes para encontrar a Vanessa. Además, de seguro la policía aparecía en ese lapso, digo, nadie puede ser tan lento, por más que una diosa desquiciada intente detenerlos.

No obstante, en vista que estábamos bien de tiempo, Fran y Henry decidieron que sería bueno utilizarlo para pelear entre nosotros. 

¡Sí, claro! Solo son unos cuantos dioses griegos con intenciones de matarnos, es el momento perfecto para tener una interminable discusión de pareja.

Hice un esfuerzo por mantenerme al margen y concentrarme al máximo en nuestro objetivo, sin embargo todo se vino a pique cuando distinguí el primer gran obstáculo al que debíamos enfrentarnos. 

El camino que daba a los nogales se encontraba completamente bloqueado por las ramas de los propios árboles, que habían crecido sin control, hasta generar una rígida telaraña imposible de atravesar. 

—¿Qué hacemos? —pregunté. 

—No sé, pregúntale al señor Yo-Salvé-el-Día —repuso Fran. 

—Ya que todas mis ideas son malas, prefiero no opinar —espetó él. 

Bufé molesta y salí de la camioneta, para analizar el intrincado ramaje. Quizás podría entrar, poniendo a prueba mi carente habilidad para jugar Twister, pero aunque lograra hacerlo, estaba tan oscuro que no iba a llegar muy lejos a ciegas.

De pronto, un haz de luz iluminó el sendero. Me giré y encontré a Henry sosteniendo una linterna. 

—Siempre guardo una en el auto —explicó. 

—Así que al fin tuviste una idea que no implique andar vendiéndote a los dioses —comentó Fran. 

Hice caso omiso a la malintencionada observación y tomé el liderazgo de la operación. Los insté a entrar detrás de mí, pero no fueron capaces de guardar silencio ni un solo minuto. 

Me adentré escuchando las quejas de una semidiosa y las réplicas angustiadas de un mortal, mientras sentía todo el peso del reloj sobre mi espalda. 

—¡Vanessa! ¡Vane! ¿Me escuchas? —comencé a gritar apenas estuvimos cerca—. ¡Vanessa! Soy Lizzie... ¡Hey, ustedes! Ayúdenme, ¿quieren? 

Mis dos acompañantes dejaron de discutir entre ellos para unirse a la búsqueda. 

Era increíble apreciar la poderosa muestra de arquitectura que la propia naturaleza había creado. El paraje era una auténtica cueva, amurallada por los macizos troncos de los árboles y acorazada por sus brazos. 

No podía evitar el presentimiento de que estaba cayendo directo en la trampa de un enemigo, pero no tenía suficiente tiempo para ponerme a meditar. Lo mejor era actuar y huir antes que la amabilidad de Apolo llegara a su límite. 

Supe que habíamos descubierto el centro de la estructura, porque las ramas se alzaron, abriéndonos el paso. Las hojas rellenaron el techo, a modo de improvisadas vidrieras, que solo dejaban pasar una luz verdosa, otorgando la apariencia de un pantano. 

Mis ojos hicieron un rápido escaneo a la terrorífica imagen que se había formado ante mí, y tuve que mirar dos veces para creer lo que había ahí. 

Atoradas en la red de madera, se encontraban mi madre y Vanessa. Amabas inconscientes, ajenas al peligro que corrían sus vidas, y con las ramas en punta, como si fueran estacas, amenazando con enterrarse en sus cuerpos a la más mínima provocación. 

Me obligué a salir de mi estupor y corrí hacia ellas, trepando para alcanzarlas. Primero, me concentré en mi prima pequeña. Me sostuve a duras penas e hice un esfuerzo por apartar los nocivos puñales, pero tan pronto logré alejar unos pocos, otros nuevos volvieron a crecer, deteniéndose aún más cerca de su piel. 

Mis piernas flaquearon al ver que las ramas afiladas se detenían a tan escasos centímetros de su cuello, y eso bastó para hacerme caer estrepitosamente al suelo. 

Rápidamente, Fran y Henry corrieron a socorrerme.

—¿Cuánto tiempo nos queda? —pregunté.

—Ya pasó media hora —dijo el otro humano, revisando su reloj.

Mordí mi labio con impotencia. 

—¿Cómo es que hemos perdido tanto tiempo? —interrogué frustrada. 

—El chófer es muy lento —contestó Fran. 

—Lo siento, gran semidiosa, para la otra quizás quiera conducir usted —dijo Henry, con marcado sarcasmo—. De seguro con sus poderes llegamos más rápido. 

—¡Es suficiente! —grité—. Hace menos de una hora ustedes dos se amaban, y ahora que mi familia corre peligro, deciden odiarse a muerte. ¿No les parece un poco egoísta? Escucha, Henry, puede que ella te haya ocultado que era hija de Apolo, ¿pero acaso crees que es algo fácil de decir? ¡Santo cielo! Cuando Eros se apareció en mi casa yo misma pensé que había enloquecido, ¿cómo crees que es para Fran? Hace un año se creía una humana común y corriente, y de la nada aparece un dios reconociéndola como hija, pero negándose a tomar la responsabilidad. No es sencillo, ¿si? —Me giré a mi amiga, quien se había erguido con orgullo mientras le plantaba cara a su novio—. Y tú, no creas que es más sencillo para él. Ni siquiera ha tenido tiempo para asimilar la noticia y quién sabe lo que Apolo tiene aguardando en su retorcida mente. Yo opino que se lo ha tomado con bastante calma, dentro de lo que cabe esperar. Y sí, puede que tengan mucho de qué hablar mañana, pero tarde o temprano iban a tener que enfrentar este problema, pero por ahora, ¿podrían recordar lo mucho que se quieren por ser quien son? ¿O al menos, tolerarse para ayudar a su amiga aquí presente? 



#22213 en Fantasía
#12525 en Joven Adulto

En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.