Cupido por una vez

Capítulo 71

Eros le mostró a Fran cómo reducir las ramas, y entre los dos lograron reducir los árboles a su forma original, deshaciendo la casa de hojas y ramas. Los crujidos del ramaje ensordecieron mis oídos, y lentamente la luz del sol golpeó mis pupilas, que tardaron unos minutos en acostumbrarse al resplandor.

Mi mamá y Vanessa descendieron suavemente, hasta quedar tendidas en el suelo, sin recuperar la conciencia. Así era mejor, no me imaginaba explicándole a mi madre que Artemisa, la diosa griega, intentó secuestrarla para vengarse de Eros, quien creía que yo era la reencarnación de su esposa muerta.

Por fin creí que iba a poder respirar en paz, cuando un grito furioso resonó en todo el bosque. Acto seguido, una mujer ardiendo de rabia se presentó ante nosotros. 

—Una simple humana no va a reírse de mí —declamó, sacando su arco—. Iba a ofrecerte una muerte rápida, porque me caías bien, pero te atreviste a desafiar mi autoridad. 

Retrocedí asustada, comprendiendo que Artemisa no daría su brazo a torcer. Acabar conmigo iba más allá del imperioso deseo de vengar a su hermano, sino que su propio orgullo estaba en juego, necesitaba reivindicar su posición de divina sobre mi calidad de mortal, y solo podría lograrlo metiéndome bajo tierra.

—Tú no sabes cuándo rendirte —suspiró el dios del amor, escondiéndome detrás de su figura. 

Artemisa hizo caso omiso al comentario y disparó sin pensárselo ni un instante. Otro arco se materializó en la mano de Eros, y en un ágil movimiento, desvió la flecha, usándolo como escudo. Acto seguido, invocó a uno de sus dardos y atentó contra ella. Ni siquiera tuve tiempo de parpadear antes de verme envuelta en una lluvia de proyectiles, que atravesaban el cielo tan rápido que apenas era capaz de distinguirlos. 

Mis dos compañeros mortales supieron de que lado ubicarse y lentamente se arrastraron a mi lado, protegiéndose detrás de Eros. 

Pero no eran los únicos que corrían peligro. 

—Tenemos que llegar a ellas —dije, señalando a mi madre y Vanessa. 

—¿Y cómo? No traje mi armadura —preguntó Fran.

—A mi señal —dijo Eros, solucionando nuestra duda. Esperé, sintiendo que la adrenalina se acumulaba en mi interior, preparándome para correr como si mi vida dependiera de aquello, hasta que al fin pude liberarla—. ¡Ahora! 

El dios hizo una maniobra que desintegró en el aire las últimas flechas que Artemisa había arrojado, generando una ligera abertura que aprovechamos para salir corriendo en dirección a las dos mujeres dormidas. 

—¡No! —exclamó Artemisa. 

Ni siquiera me detuve a mirarla, solo me concentré en alcanzar mi objetivo, hasta que una nueva voz me advirtió de la amenaza. 

El tiempo se congeló lo suficiente para permitirme entender lo que sucedía. Artemisa extendiendo sus brazos, las ramas de los árboles creciendo hasta convertirse nuevamente en afilados puñales, Henry empujándome para sacarme del camino, y al final, Fran, interponiéndose entre la naturaleza asesina y su amado. 

Y aún así, todo pasó tan rápido que nadie fue capaz de hacer algo por impedir el trágico desenlace. 

El último cuadro de la terrible secuencia me caló en lo más hondo de mi pecho, un grito emergió desde mi alma, desgarrando mi garganta en el proceso. 

Un vástago había atravesado completamente el pecho de mi mejor amiga. Su sangre bañó la ramificación y el pasto silvestre bajo sus pies, del cual crecieron flores, que se enredaron en sus pies, completando la crucifixión. 

Henry fue el primero en llegar a ella. 

—Fran, Fran —balbuceó, sin poder creer lo que sucedía—. No... ¡No! —Dio vueltas alrededor, agarrándose la cabeza y buscando un modo de ayudar, pero ya era tarde—. No puede ser, ella es una diosa. No puede morir. ¡Ayúdenla! ¡Alguien haga algo! 

Sin embargo nadie se atrevía a mover un solo músculo. Artemisa se quedó de pie, helada, contemplando la escena, como si fuera una película pasando frente a sus ojos. Evidentemente no estaba en sus planes matar a su sobrina. Eros, por otro lado, también se encontraba sobrecogido. 

Y entonces un nuevo participante se unió a la desgracia. 

Apolo se presentó, y sin decir una sola palabra, tocó la rama que atravesaba el cuerpo de su hija. Al instante, ésta retrocedió, desencajándose del corazón que acababa de destruir. El cadáver cayó en los brazos de su padre, quien la depositó en el suelo, y cerró sus ojos, con delicadeza. 

—Nunca habías matado a una de mis hijas —reprochó en un tono seco. 

—Ella se entrometió —repuso Artemisa, cruzándose de brazos. 

—Que no sea un buen padre no significa que no quiera a mis hijos, a todos les otorgué dones. 

—Por eso yo no ando repartiendo hijos por el mundo, al final todos buscan ser héroes cuando solo son un poco más que humanos —espetó la diosa. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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