Cupido por una vez

Capítulo 74

La policía nos encontró al poco tiempo después, la operación se retrasó un poco ya que Eris puso de su parte para que la discordia se implantara entre los rescatistas, pero al final todo se solucionó.

A esas alturas del día, algunos noticiarios estaban informando sobre otro terrible episodio de violencia intrafamiliar, que había tenido por víctimas a una mujer, su sobrina menor de edad y una de las hijas del matrimonio.

Jane también había llegado, en compañía de Victor y Peter. Entregó la grabación a los investigadores, para que sirviera de ayuda en el esclarecimiento de los hechos, antes que se dictara sentencia.

Lamentablemente, mi papá no quedó detenido, salió en libertad mientras la investigación estuviera en curso. La idea me fastidió, pero supongo que no todo puede ser perfecto y menos si estamos hablando de la justicia humana, la cual contaba con demasiados desperfectos. Al menos, se decretó una orden de alejamiento para protegernos, supuestamente, de futuras agresiones. También se incautó el rifle y se extendió una prohibición para portar armas. 

A los médicos les sorprendió que hubiera podido llegar tan lejos con la gran cantidad de heridas que tenía sobre el cuerpo, pero aquello no fue nada comparado con el asombro que mostraron frente al estado de inconsciencia en que se encontraban mi madre y Vanessa, quienes no despertaron sino hasta el día siguiente. Cuando me preguntaron al respecto, fingí amnesia, lo que llevó a los detectives a suponer que mi padre les había administrado una potente droga, cuyo origen era desconocido.

La verdad es que Eros resolvió el misterio mucho más rápido que las autoridades. Artemisa había utilizado las amapolas que cubrían la cama de Morfeo para hacerlas dormir. La lógica que regía el mundo de los dioses continuaba resultando impactante, pero al menos el misterio se encontraba resuelto para mí. Aunque, claro, no iba a compartir mi descubrimiento con la policía, prefería mantenerme lejos del manicomio. 

Finalmente regresé al departamento, pero esta vez no se sintió como un fatídico regreso a mi triste rutina, sino más bien, podía verlo como la oportunidad de un nuevo comienzo. Y a diferencia de la última vez, en esta ocasión tuve una modesta fiesta de bienvenida. 

—Solo compramos jugo —advirtió Nick, justificando la falta de alcohol en la mesa. 

Solté una sincera carcajada. 

—Es perfecto así —contesté. 

—¿Viste las noticias de hoy? —inquirió Peter—. Eres famosa. 

Recibí el periódico que me ofrecía, abierto en una página en particular, donde podía leerse en letras grandes: "Joven salva a su familia de padre violento". Me quedé en blanco, sin poder dar crédito a lo que leía. Después de tanto tiempo guardando silencio, todo el mundo iba a enterarse de lo sucedido. 

Levanté la vista y reparé en cada uno de los asistentes. Fran, Henry, Agnes, Agustín, Nick, Ann, Sandra, Peter, el "Tigre", Victor y finalmente, mi hermana, Jane. Todos en la sala de un pequeño departamento para estudiantes, con seis pizzas tamaño familiar amontonadas en la mesa. Me costó creer que no se trataba de un sueño. Pero no, era real. Tan real que por primera vez me sentí agradecida de la vida y las personas que tenía a mi lado. 

Entonces unos golpes en la puerta me sobresaltaron. Por un momento, creí que se trataba de otro dios dispuesto a arruinar mi felicidad. 

Sin embargo, Jane caminó hacia la entrada sin rastro de temor. 

—Deben ser los invitados que faltan —comentó. 

Para confirmar sus palabras, Eros y Adrian entraron con confianza. 

—Trajimos las papitas —anunció el dios encubierto. 

—Lamentamos la demora —dijo el descendiente de Hefesto, acercándose a mí para explicar en voz baja—. El idiota pensó que sería divertido armar parejas mientras iba en la moto. 

—Puedo imaginarlo —reí. 

Nos acomodamos en el estrecho espacio que disponíamos y repartimos las pizzas, cortesía de Henry. Hablamos de temas sin importancia, dejando a un lado los terribles días que dejábamos atrás. 

Todavía tenía otra batalla personal que lidiar, mientras el asunto con mi padre no estuviera zanjado no encontraría paz, pero sí podía velar por mí, no dejar que lo malo pesara más que lo bueno, ser más optimista y disfrutar de mis instantes felices, como el que estaba viviendo en ese momento. Todo el dolor que había sufrido me había enseñado a resistir y continuar adelante. 

—Yo solo quiero saber por qué Cupido aún no deja caer sus flechas sobre mí —suspiró Sandra repentinamente, dejándome en shock. 

—Ya sabes, de todos los dioses, el del amor es el más desgraciado —respondió Agustín—. Por eso necesita pañales. 

—¿Perdón? ¿Qué dijiste? —preguntó el dios en cuestión. 

Pateé a Eros por debajo de la mesa. 

—Contrólate —murmuré entre dientes. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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