Cupido Rebelde

Capítulo 30

Bianca

Sábado, 24 de noviembre 12:32 a.m.

Mi plan no era volver a casa tan temprano por lo que di un par de vueltas por el pueblo, sin embargo, me aburrí a la media hora y decidí irme a casa.

Las luces están apagadas a excepción de la habitación de mi hermana, me imagino está con su novio, aunque mis padres lo obligaran a dormir en la habitación de invitados.

Entro a casa en silencio, me quito los tacones para no hacer ruido y subo las escaleras. Mi habitación está en penumbras como mi corazón.

Cierro la puerta recostándome de ella, suspiro pensando que no pudo ser peor, no a todos los rechazan sus cupidos así que no saben lo mal que me siento.

Tienen suerte.

Casi grito del susto al ver su sombra sentada en el banco de la ventana.

—Aun no te acostumbras.

—Estaba distraída —dejo el bolso y los zapatos en la esquina y procedo a quitarme los aretes y pulsera.

Mira todos mis pasos y aunque no lo mire, lo siento.

Entro a mi baño y procedo a desmaquillarme, ahora necesito estar lejos de él porque verlo me hace recordar cómo me rechazó, como sabiendo que nos gustamos, prefiera que estemos alejados.

Sí, es descabellado estar juntos, pero no hay imposibles. Si era descabellado que un cupido existiera, lo acepté entonces ¿Por qué no aceptar que nos gustamos y salir?

Tomo una ducha rápida y me pongo la pijama, cepillo mis dientes y me preparo mentalmente para verlo nuevamente.

Lo encuentro tal y como lo deje, sentado en la banca de la ventana mirando hacia mi dirección. Con pasos temblorosos voy hacia la cama moviendo la sabana.

—¿No te vas a acostar?

—No.

Duele, duele su rechazo.

Mantengo mi postura aparentando indiferencia.

Me arropo hasta el cuello y le doy la espalda, no sin antes decirle buenas noches. Me importa un pepino donde va a dormir, o si va a dormir en la banca incomodo, por mí que le duela la espalda, lástima que él no siente dolor.

Los minutos pasan y no puedo conciliar el sueño, más porque siento el peso de su mirada sobre mi espalda y porque tengo unas ganas increíbles de decirle que olvide mi confesión y volvamos como éramos antes, solo para sentir sus brazos alrededor mío.

Suspiro por lo bajo y evito llorar hundiendo el rostro en la almohada.

—Lo siento —me paralizo.

Trago saliva sintiendo la garganta seca.

—¿Por qué? —me siento mirándolo.

—Por no corresponderte —me encojo de hombros intentando restarle la importancia que debería.

—No es primera vez que me rechazan —se queda callado. —Dime a la cara que no me quieres y aceptaré la verdad, no intentes mentirme para que me duela menos, porque lo único que harías es empeorarlo.

Se queda callado cerrando los ojos.

—Sabes que te quiero, pero no por eso te voy a arrastrar a una relación que no tendrá pie ni cabeza.

—Por eso mismo, al final del día nos olvidaremos, ¿te quieres ir con el arrepentimiento de no haber intentado siquiera un beso? —se muerde el labio con trémula.

—Yo…

—Lay, sé que quieres que sea feliz y lo entiendo, pero dejarme ser feliz, aunque sea un corto tiempo, contigo —baja la mirada apretando el puño.

Se está atormentando y creo que es mi culpa.

Se levanta en silencio y sale por la ventana avisándome que dará una vuelta.

En cuanto desaparece me tomo la libertad de llorar.

Sábado, 24 de noviembre, 10:16 a.m.

Me despierto sin Lay a mi lado y los ojos hinchados de tanto llorar. Y sin esperar encontrarme con la espantosa cara de mi hermana muy cerca de la mía.

—¿Estuviste llorando? —me enderezo asintiendo— ¿Eddy? —niego—¿quieres hablarlo? —niego nuevamente.

Acaricia mi cabello con dulzura.

—Te pediría que te quedes en cama, pero prometiste llevarnos a la ciudad.

—¿Cuándo dije eso?

—Anoche, antes de irte al baile —sé que miente.

—No soy de olvidar cosas Blanca —sonríe avergonzada.

—Bueno, no lo hiciste, pero prefiero que me lleves tú a que nos lleve papá, mira que aún sigue con su plan de padre celoso.

—Está bien, pero me quedaré el fin de semana contigo —asiente y sale de mi habitación para que me prepare.

Reviso mi celular esperando algún mensaje de él que no aparece. Suspirando me levanto de la cama y armo una maleta rápida con ropa y algunos libros para hacer tareas allá.

Tal vez un par de días me ayuden a despejarme y no abrumarlo.

Media hora después estamos saliendo del pueblo hacia la ciudad. Yo conduzco mientras que mi hermana va al lado y mi cuñado atrás.

Ninguno de los dos quiso conducir que porque están cansados y no sé qué más excusas.

—Bueno… ¿en el hospital saben de su relación? —pregunto para llenar el silencio del lugar.

—No, no queremos causar revuelo.

—Además estamos iniciando —agrega Tom—pero va en serio.

Rio.

—Saben que, si yo no hubiera aparecido, ustedes jamás estarían juntos —mi hermana a mi lado chasquea la lengua.

—Ah claro jáctate —rio.

—Pero es verdad, ¿no es verdad cuñado? —este asiente sonriendo—fui su cupido.

—Sino me hubieras hablado jamás me habría atrevido porque juro que pensé que tu hermana me odiaba.

—Si lo hacía, eras horrible y lo sigues siendo —resopla negando.

—Tengo que tratarte duro para que aprendas —achino los ojos.

—Duro ¿eh? —los miro a ambos que se sonrojan.

Suelto una carcajada.

—No puedo creer que seas tan mente sucia, yo no te enseñé eso.

—Yo no he dicho nada malo, solo dije duro y ustedes se delataron, sucios.

Comencé a molestarlos durante el camino, hasta que se voltearon las bromas hacia mí y no fue divertido.

Al fin llegamos a la ciudad y dejamos a Tom cerca de la estación de metro y nos fuimos a la residencia de Blanca. Me dijo que su compañera ahora casi vive en la casa de su novio y puedo dormir en su cama.




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