Lay
Domingo, 20 de enero 8:16 a.m.
Como toda esta semana Bianca se ha levantado exaltada buscándome. He fingido dormir o que me despierto cuando ya está calmada para que no me intente ocultar lo triste y preocupada que está.
—Buenos días —en su mirada no hay ni un reflejo de felicidad, ni una sonrisa.
—¿A qué hora te vas?
—No sé, Goran vendrá por mi—la atraigo a mí.
Me abraza escondiendo su rostro en mi pecho tratando de no llorar. Nos quedamos en silencio porque yo también estoy triste y entiendo si quiere llorar.
No sé cuánto tiempo nos quedamos así que su madre entra a la habitación preocupada.
Mientras se baña saco de entre los peluches una pequeña cajita morada con puntos blancos como el laso.
En cuanto sale puedo notar sus ojos hinchados y esa sensación de tristeza me embarga de manera dolorosa.
—Bianca, ven aquí —camina lentamente y se sienta a mi lado en la cama.
Le entrego la cajita y la toma con sorpresa.
—¿Qué es?
—Un regalo boba —me fulmina con la mirada.
Lo abre viendo L y una B juntas, sus ojos se iluminan.
—Está hermoso —lo saca tendiéndomelo para ponérselo—gracias —lo acaricia en su cuello.
Se que todo lo relacionado a mi desaparecerá, pero al menos quiero que tengas un recuerdo mío por unos minutos.
Goran aparece en la habitación avisándome que el tiempo para ambos ha terminado.
—Lay Cupido.
—Está aquí —asiento ante su afirmación.
Toma mi mano apretándola con fuerza.
—Es hora Lay cupido.
—Dame unos minutos —me giro hacia Bianca tomándola por los hombros—no puedo pedirte que no llores, porque no podrás evitarlo —suelta una risa lastimera—estoy orgullosa de ti, de hasta donde has llegado y lo que llegarás a ser. Sé al cien por ciento que el hombre que conquiste tu corazón será el hombre más afortunado, como yo.
—Serás tú, no sé cómo, pero esa persona serás tú nuevamente —alcanza a decir antes de que se le quebrara la voz—eres la persona que quiero en mi vida y te considero el amor de mi vida. Solo despierta.
Sonrío.
—Eres cursi.
—Te gusté así —asiento limpiando una lágrima.
La atraigo a mi abrazándola con fuerza, aspirando su dulce aroma a flores. Voy a extrañarla, aunque después no sepamos que el otro existe, sin embargo, estoy consciente de que sentiré un vacío toda mi vida.
Me aparto para tomar su rostro y uniendo nuestros labios en un triste, pero necesitado beso de despedida, la atraigo a mi queriendo sentir todo en este mismo instante, sin embargo, lo único que siento es dolor, dolor y tristeza.
Ella rodea mi cuello con sus brazos, aferrándose a la fantasía que tenemos en este momento, creyendo que un beso nos encierrá en una burbuja de felicidad, pero nos estamos engañando.
Ni siquiera quiero separarme de ella, aunque sé que pronto se quedará sin aire, pero una vez que nos separemos Goran me llevará con él.
—Te amo —suelto sin temor, con toda la sinceridad que puedo expresar—siempre lo haré.
—Te amo Lay, siempre te sentiré aquí —toca su pecho.
—Y yo —vuelvo a besarla a pesar de las quejas de Goran.
Solo quiero sentir sus labios por última vez.
—Lay Cupido, es hora —me separo a duras penas notando que de mis ojos brota liquido—¿estás llorando?
Me limpio atónito mirando a Bianca y a Goran intercaladamente.
—Esto es extraño —comenta el cupido.
—Muy extraño.
—¿Qué cosa? —pregunta confundida y expectante.
—Lloro, los cupidos no lloramos.
—Lay cupido, vamos —asiento dándole un último beso en los labios y frente para marcharme.
Sin dejar de mirarla salimos por la ventana y volamos hasta la agencia de cupido.
Es realmente extraño, no he dejado de llorar en todo el camino y Goran no deja de hablar de lo extraño que es, pero… nada en mi es normal.
Lo supe desde que llegué y no recordaba nada, supe que mi estadía en la agencia sería diferente.
Aterrizamos frente a la puerta dispuestos a entrar, sin embargo, me recibieron de una manera tan única y especial. Cupidos de alto rango me reciben arrestándome y llevándome a rastras adentro.
El concejo de cupidos y Sandra cupido aparecen en la entrada, sin detenernos me llevan a la sala de juntas, lanzándome como un trapo cualquiera.
“Hijos de put…”
—Lay Cupido —miro al regordete cupido del concejo—has incumplido muchas reglas, ¿sabes lo que significa?
—Necesito su ayuda —golpea la mesa.
—¡Contesta!
Me levanto furioso.
—Contestaré si me ayudan, si es que son capaces de hacerlo.
—No mereces nuestra ayuda después de todo lo que has hecho.
—Yo no tengo la culpa de que ella me viera incluso si era invisible —sus ojos se abren de la sorpresa—y tampoco tengo la culpa de que me dejaran ir sin flechas, si buscamos culpables, son ustedes y sus estrictas reglas.
—Hay reglas porque existen cupidos como tú.
—No habrían cupidos como yo sí me hubieran ayudado desde el principio.
—¿Qué quieres?
—Estoy vivo, no recuerdo nada porque mi cuerpo está en coma, no debería estar aquí —se miran entre sí confundidos y atónitos.
—¿Qué quieres decir? —pregunta otro.
—Que sufrí un accidente que me dejó en coma y terminé viniendo aquí, quiero volver a la vida ¿pueden ayudarme?
—Si podemos, pero no lo haremos —contesta nuevamente el regordete.
—¿Por qué?
—Porque tienes que terminar tu trabajo —abro la boca sin poder creer lo que escucho—bajarás y terminarás tu trabajo.
—No puedo, están pensando en desconectarme, si lo hacen no podré volver.
—Señor Cupido —Sandra Cupido aclara su garganta—deberíamos ser un poco flexibles con su caso, estos casos de ángeles con cuerpos en la tierra son pocos frecuentes
—Lo sabemos, pero si no cumple, no lo podremos ayudar —se cruzan de brazos.
—¿Cómo lo hago si ella ya no lo quiere?