Cupido S.A de C.V.

Y ASÍ COMIENZA TODO

Lunes veintiséis de octubre, del año del dos mil nueve. Doce del mediodía, justo una hora después del receso, en la secundaria. El día, la hora y el lugar exactos, en los que creí, que al fin, mi suerte había cambiado.

El chico del que había estado enamorada desde el primer año de secundaria, al fin había hablado conmigo, con completa y total confianza. Me sentía en las nubes, creyendo que al fin dejaría de ser esa niñita tonta a la que nadie quería tener cerca.

Fue durante la clase de educación física. La mayoría de los estudiantes veía esa clase como "libre", dado que todos aprovechaban para salir y hacer otras cosas.

Yo acostumbraba salir con mis dos únicas, bueno, con mis dos más allegadas amigas, sentarnos en el verde pasto y hablar durante toda la clase. Sin embargo, ese día hubo algo que me hizo regresar al salón. Algo que me hizo mentirles a mis amigas y decirles; "no me siento bien, voy a sentarme". Algo que me hizo cruzar media escuela para volver al lugar al que ninguno de mis compañeros quería estar, ninguno, salvo por aquel chico.

Entré al salón y me acomodé en mi pupitre, justo al otro lado del lugar. Me senté y entonces lo vi. Con el cabello oscuro, su piel blanca y sus bellos ojos color chocolate, completamente concentrados en una hoja de papel, que estaba sobre el pupitre. Solo a alguien como él, se le pudiese antojar estar solo a esa hora, claro, un artista nato, necesita un poco de soledad de vez en cuando para poder inspirarse. Lo observé un rato, no podía creer que él estuviera ahí, justo en ese instante en que no se encontraba absolutamente nadie cerca. De pronto levantó la mirada, provocando que nuestros ojos se encontraran por un instante. Inmediatamente bajé la vista a mis zapatos. Las mejillas me ardían y sabía que me había ruborizado, no quería que él, me viera así.

«Dios, ¿Por qué no soy más guapa?» 

Pensé para mí. 

«Tal vez si tuviera un cuerpo más bonito, él se fijaría en mi» 

Pensé de manera estúpida.

Él era famoso en nuestra escuela. Sin embargo, no era por algo bueno. Era conocido como un drogadicto, todos lo sabíamos, pero, aun así, nadie decía nada. Era el típico chico malo del que todas las chicas (incluida yo) se enamoraban. Era mi amigo, sí, pero yo esperaba algo más, ¡que tonta!

Cuando me enteré de que él estaba con las drogas traté de acercarme más a él. Mi mejor amigo había entrado a ese mundo, después de que sus padres fallecieran y él, pasara a la custodia de sus hermanas mayores. Un par de brujas buenas para nada que no hacían más que humillarlo y tratarlo de la peor manera. Lo sé, todo me lo contó. Muchas de las veces fuí testigo de esos actos tan canallas por parte de ellas.

Creí, que tal vez él también estaba metido en todo esto por alguna causa similar, así que no quería que él se sintiera solo, como si no supiera cuantas chicas estaban tras él.

─¡Hey loca! ─me dijo sacándome de mis pensamientos. Levanté la mirada y reaccioné de inmediato.

«¡Tonta! Te acaba de insultar y aun así respondes al instante»

Me reproché mentalmente.

─Yo, no me llamo así ─balbuceé. El me vio confundido, entrecerró los ojos y ladeó un poco la cabeza.

─¿Qué dices? ─me preguntó. 

«¡Vamos! Dile algo»

─¿Qué quieres? ─le pregunté de golpe. 

«¡Perfecto! Mas seca no pudiste haberte escuchado»

Él sonríe y señala la banca vacía que está a su lado.

─¿Quieres venir a ver mi dibujo? ─me dijo. Me paré de mi asiento como hipnotizada. Crucé el salón tropezando con el asiento de una de mis compañeras. El rió. 

«¡Perfecto! Ahora te ve como una payasa»

Pensé.

Me senté a su lado y observé el dibujo. Sonreí. Sus dibujos siempre me habían gustado, hasta el punto de hacerme sentir celosa. Yo dibujaba siempre en lo que tuviera cerca, pero nunca me imaginaba que, podía llegar a ser tan buena como él. El dibujo era sobre una chica, un personaje de una caricatura japonesa que en aquel tiempo nos gustaba mucho.

─¡Que linda! ─dije sinceramente. El me observó y sonríó complacido.

─¿De verdad te gusta? ─me preguntó. Asentí con la cabeza, dispuesta a ponerme de pie y regresar a mi lugar. Sin embargo, él me tomó de la muñeca justo cuando logro levantarme del asiento─ ¿Por qué viniste, loca? ─me preguntó, haciendo que la poca cordura que me quedaba se me escapara. Jalé de mi brazo con un poco más de fuerza de la que deseaba y lo vi seriamente.

─Tú me pediste que viniera ─le respondí ásperamente, el rió con burla.

─No, te pregunto, ¿a qué has venido al salón?

─No me sentía bien ─respondí. Aunque sonara falso, no mentí. Dos días antes había discutido con Ness, mi mejor amigo, por primera vez desde que nos conocimos. Nunca habíamos peleado de esa manera. Después de aquella terrible discusión, él decidió marcharse a la capital y alejarse de mí. Así que, verdaderamente, no me sentía bien.

─¿Te sientes mal? ¿otra vez? ─me dijo mientras me veía confundido. Desde el primer año de secundaria me había ganado una mala fama. Para toda la escuela no era más que una chiquilla enfermiza que no hacía más que causar problemas a los maestros. Ya sea por mis ataques de asma, migraña o de nervios, o simplemente por mis tantas alergias─. Ves con los prefectos, tal vez te den algo o te dejen ir a casa ─me dijo mientras guardaba el cuaderno en la mochila. Yo me senté a su lado y lo observé con un poco de rencor.

─No, no lo necesito no me duele nada ─contesté cortante. Él me vió con burla.

─No cabe duda, ¡si que estas loca! ─me dijo riendo. La sangre me hervía. Odiaba que me dijeran así. A pesar de estar acostumbrada y de escucharlo cada cinco minutos. A pesar de saber que para el mundo entero, estaba loca de verdad, me dolía escucharlo de su boca.

Mis adorados compañeros me dieron ese maldito apodo desde mis años en la primaria. Cuando se dieron cuenta de que tenía asma y todos en la escuela me aislaron creyendo que tenía una enfermedad contagiosa. En ese momento me quedé sola así que, para no sentirme mal, invente a mis primeros amigos, los nombré; Caroline y Detroit. Mis compañeros llegaron a verme hablando sola algunas veces, por lo que me dieron el apodo de "la loca". Ness era el único que siempre me apoyó. Él era consiente de mis amigos imaginarios, incluso, fingía conmigo que ellos eran reales. Los incluía en nuestras conversaciones y nunca me vio como bicho raro. Él, tal vez no me entendía, pero me aceptaba tal y como era y eso, en el tormentoso mundo en el que vivía, era el mayor consuelo de todos. Tristemente para mí, las cosas se complicaron en la secundaria. Creí que me libraría de ese patético apodo, pero, como siempre, me equivoqué.




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