Curando a Hannah

Prólogo

Deslicé mi espalda sobre la puerta hasta sentarme en el suelo. Las lágrimas brotaron de mis ojos sin poder controlarlas, mi pecho se oprimió provocándome un agudo dolor dentro de mí. Había pasado otra vez. Estaba muy cansada después de la gran gira y lo único que quería era estar en casa, darle una sorpresa al chico que consideraba importante en mi vida, y la sorpresa me la llevé yo al entrar por la maldita puerta. ¿Qué tengo de malo? Vale que no sea tan guapa como aquella chica rubia pero, algo tendré ¿no? Mi cerebro responde rápido a mi pregunta: dinero y fama. Eso es lo único que le ha gustado de mí. He sido una tonta al pensar que era diferente, que por primera vez alguien se había enamorado de mí y no de mi cuenta bancaria. Que ingenua.

Intenté limpiar las lágrimas con mi mano, pero cada vez que conseguía eliminar una, aparecían dos más y así sucesivamente. Desistí y dejé que corrieran por mis mejillas a sus anchas. Daba igual. Estaba sola y me podía dar el privilegio de romperme sin que nadie me viera. Hipaba, sollozaba, mi respiración estaba descontrolada… Había pasado un rato muy largo desde el momento vergonzoso y humillante, y seguía estando en el suelo. Ya no sabía ni porque lloraba, quizás por la presión que estaba a punto de venirme encima cuando las revistas se enterasen de lo sucedido, de darme cuenta de que ser famoso y tener dinero era una puta mierda, o tal vez porque nadie era capaz de quererme sin tener intereses ocultos. Lo único que sabía era que se acabó. Se acabó confiar en las personas y darles todo de mí. Se terminó ser la misma tonta de siempre, de la que se ríen en su cara diciéndole que la quieren cuando el día anterior se estaban follando a otra.

Le escribí hasta una canción, joder.

Me levanté del suelo teniendo dolor de culo y de corazón. Mi cara estaba mojada, seguro que el poco maquillaje que llevaba se había convertido en un desastre. Fui directa a darme una buena ducha con el volumen de mi lista de reproducción a tope, me importaba más bien poco mis vecinos. El agua corría por mi cuerpo desnudo, suspiré mientras masajeaba mi cabeza. Me obligué a no llorar más. No iba a cambiar nada llorando y era estúpido ponerme como una desquiciada tirando cosas por los aires mientras gritaba insultos hacia mi ex. Cuando sentí que ya—más o menos—mi mente estaba despejada, salí de la ducha. El espejo del baño me daba la imagen de una mujer de veintiún años. Tenía el pelo negro, muy negro, cejas finas, ojos verdes que eran una herencia de su madre, nariz respingona y unos labios pequeños. No me consideraba delgada, no porque tuviera un problema de autoestima—que lo tenía por varias razones que son evidentes y que no explicaré, pero eso no tenía nada que ver con este asunto—, pero tampoco era gorda. Estaba en un punto medio. Mis piernas eran algo regordetas—cosa que odiaba pero que no podía hacer nada para cambiarlo—, mi cintura era un poco ancha y mis pechos demasiado grandes para mi gusto porque me daban unos dolores de espaldas que flipabas en colores.

Sequé mi cuerpo con una toalla y luego me apliqué crema, ¡por qué sí! Tenía la piel súper seca. Un punto más en mi lista de los horrores. Ya en mi habitación, abrí mi armario y cogí ropa cómoda para ponerme, y para acabar me até el pelo en una coleta alta para que no molestara. Del cajón de mi mesita de noche, cogí la libreta donde solía escribir todas mis canciones. Me senté en modo indio en la cama con ella en mi regazo. Abrí la libreta y fui pasando las páginas hasta encontrar la dichosa cancioncita de los cojones. La arranqué de cuajo cuando la encontré. Hice bola la página de cuadritos y la encesté en la papelera en un tiro limpio. Con un bolígrafo azul me dispuse a escribir lo primero que se me viniera a la cabeza. Mi mano se movía prácticamente sola sobre el papel. Mi cerebro formó una historia ficticia dentro de mi cabeza que me representaba en estos momentos. Acompañé los pequeños versos hechos con algunos acordes de mi guitarra para crear la melodía que quería con exactitud. Mis dedos iban desde el boli, a las cuerdas de la guitarra y viceversa. La música era mi único refugio en mi vida. Cada vez que me pasaba algo malo, convertía esa sensación de tristeza y dolor, en música. Era mi forma de desahogarme.

 

 



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En el texto hay: musica, pasion y deseo, drama

Editado: 09.10.2018

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