Curiosidad

03

¿Pero que cojones estaba pasando?

No estaba entendiendo nada. Era surrealista todo lo que está pasando. En qué momento pasé de estar limpiando y reorganizando a estar hablando con un completo desconocido en mi habitación, el cual parece ser una especie extraña de vidente ya que sabe lo que ando haciendo.

—¿Cómo sabes eso? —la pregunta sale de mis labios casi en un susurro.

Sabía que no contestaría, era obvio que no me iba a decir como sabía dónde estaba en la mañana. Tampoco es como si me fuera a confesar que me estuvo espiando y siguiendo todo el día.

—Solo lo sé —se limita a responder con total tranquilidad. Como podía siquiera estar tan relajado en una casa que no era la suya—. Ahora responde a mi pregunta, ¿Que hacían en el lago está mañana?

Suelto una pequeña carcajada, que no era nada más y nada menos que una risa irónica. Se creía que le iba a contar mis cosas a el así porque si.

—No contestaré esa pregunta, no si evades las mías —respondo de forma astuta.

Lo veo acercarse más a mí. Miro detrás de mí encontrándome acorralada contra la pared. No sabía qué hacer, quizás y si gritaba o si me echara a correr.

—Cariño, no evado tus preguntas, solo intento protegerte —dice al mismo tiempo que se sigue acercando.

Se me acerca tanto que la punta de sus zapatos chocan con mis pies descalzos. Me hablaba en tono bajo, casi de forma melodiosa. Era un tanto lindo, pero a la vez aterrador escucharlo hablar.

Sin pensarlo mucho la pregunta la hago casi de inmediato—: Protegerme de qué o de quién.

Me mira a los ojos fijamente. Puedo sentir como todo el vello de mi cuerpo se eriza al hacer contacto visual con el. Qué poder traía este chico que era capaz de provocar tales reacciones en las personas.

—De mí —dice sin dejar de mirarme en ningún momento.

Por alguna razón le creí. Creí cuando dijo que debía protegerme de él. Algo emanaba de el que no me daba buenas vibras, pero había algo más. Algo mucho más fuerte que me incitaba a saber más, a querer descubrir porque todo lo extraño y perturbador pasaba alrededor de él.

—¿Por qué razón debes protegerme de tí? —hago la pregunta mirándolo a los ojos. El peso de su mirada es tan pesado que me obliga a bajar la vista al suelo.

Lo veo acercarse más. Choco contra la pared y el continua acercándose, luego me susurra cerca de mis labios—: Porque soy un monstruo.

Trago grueso y no sé qué hacer en ese momento. Habían varias maneras por las cuales una persona podría identificarse como un monstruo. No sabía cuales de todas esas razones eran pero tampoco quería quedarme a averiguarlo. Miro por encima de su hombro y veo la puerta abierta, perfecto para una buena corrida. Quizás tardaría segundos en llegar allí. No creo que se espere lo que haré, así que se quedará un poco ido. Por lo tanto tengo grandes ventajas.

—Ni lo intentes —dice de la nada, como si me hubiera leído el pensamiento—. En todos los escenarios que te imagino huyendo, terminas muerta. Por tu bien, te aconsejo que no intentes nada parecido.

Mi respiración se acelera, estaba asustada. Como no estarlo con alguien así en tu habitación y a solo centímetros de ti. El cual parece saber más de ti que tú misma y puede saber lo que pienso. Además, dice ser un monstruo.

—¿Que...quieres?

—Quiero que me digas que hacías en el lago, algo muy sencillo.

Me mojo los labios, porque ya los traía resecos de respirar por la boca y luego lo miro a los ojos intentado no parecer asustada.

—Fuimos a saber más sobre el tema de las desapariciones.

El no deja de mirarme en ningún momento. Como si estuviera inspeccionando mis movimientos minuciosamente.

—¿Descubrieron algo? —pregunta en tono bajo.

—No —miento—. ¿Me puedes dar ahora un poco más de espacio?

El mira el diminuto espacio que nos separa y se echa a un lado dejándome ver la claridad de la tarde.

Mi camino a la puerta ahora estaba disponible. Sólo era correr unos pasos, nada más. Algo tan sencillo como eso. Lo observo a él y lo encuentro mirando toda mi habitación. Era el momento perfecto. Le doy otra ojeada y luego echo a correr. El problema fue que no pude correr, porque choqué contra algo.

Contra alguien.

Contra él.

Como era posible. Hace unos segundos estaba en la otra punta de la habitación, como ahora está delante mío sosteniéndome por los brazos. Forcejeo intentando zafarme de su agarre que aunque no era muy fuerte, hacia que me sintiera acorralada. Pataleo y me muevo como pez fuera del agua, pero nada de lo que intento tiene resultados favorables. Al contrario, termino aún más pegada a su cuerpo y con un agarre mucho más fuerte.

—¿Puedes dejar de hacer eso? —dice con pereza, casi como si la situación actual le pareciera ridícula—. No sé que pareces moviéndote así.

No le hago el menor caso y continuo forcejeando. No se cómo pero logró cargarme, casi a la velocidad de la luz y en menos de nada estaba sentada en mi cama con el delante mío sujetándome por los hombros. Lo miro con mala cara y lo empujó, nuevamente sin obtener grandes avances.

—Dejame ir, ya te dije todo lo que sabía —exijo acusatóriamente—. Juro que cuando salga de aquí voy a ir a denunciarte con la policía, por colarte en una casa ajena e intentarme sacar información a la fuerza.

Escucho su risa resonar por algún lugar de la habitación. Es ahí en donde me doy cuenta que ya no me estaba sujetando. Estaba sentado en mi silla de escritorio con los pies encima de mi cama.

—Primeramente, necesito dos cosas —baja los pies de la cama, sentándose correctamente en la silla—. La primera es que no me sigas mintiendo —abro los ojos en sorpresa, era casi imposible darse cuenta de mis mentiras, pero por extraño que parezca, este hombre se dió cuenta al instante—. No pongas esa cara, ambos sabemos que lo hiciste.

Me levanto de la cama y comienzo a caminar por toda la habitación como una loca. Ya no me intimidaba, algo muy dentro de mi me decía que no era capaz de hacerme daño. O bueno, eso fue por lo menos lo que quise creer en ese momento.




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