La reunión con el equipo duró todo el día y fue fatal. En el mismo momento ingenieros, diseñadores, estrategas y todo miembro de Wexford que estuviese calificado comenzó a trabajar con sus teorías y soluciones; a las once de la mañana el aire ya estaba viciado; a las dos de la tarde la sala ya era un desastre y a las seis ya todos habían perdido los formalismos con los que encaraban a la sala de juntas.
Sira estaba convencida de que era una falla en la parte aerodinámica y se aseguró de que su padre estuviera al tanto de ello. Entre los dos comenzaron a trabajar en los cambios mínimos que podrían hacerle sin incumplir las reglas.
A las siete casi en punto terminó la reunión y su madre anunció, un poco apaciguada por los progresos, que se comunicaría con el resto del equipo para que llegasen a las oficinas y al taller al día siguiente y comenzaran a trabajar.
El miércoles resultó ser aún más agotador que el día anterior. Los mecánicos e ingenieros fueron directo al taller en cuanto pisaron tierra londinense. Sira estuvo internada durante medio día en las oficinas puliendo detalles del informe sobre su teoría del error aerodinámico con su padre para poder presentarlo con los ingenieros. Con solo dos teorías que coincidían al cien por cien con todos los hechos comprobados en la carrera, todos los equipos comenzaron a trabajar individualmente en simultaneo sobre los planos para modificar lo que les correspondía. Y aunque a Sira le hubiera encantado ser de utilidad, luego de hacer el informe ya no podía ayudar en nada.
Aun así, decidió pasar el día en el taller con el resto.
Al anochecer el lugar seguía igual de lleno que a las dos de la tarde, así que Sira y Cass decidieron pedir comida para todo el equipo y cuando la hora en su celular marcó las once de la noche decidió que ya era momento de regresar a su casa. Su vuelo salía en unas horas y aun debía pasar a recoger su maleta antes de dirigirse hacia el aeropuerto por lo que su padre decidió acompañarla. Cass y Anne estaban demasiado ocupadas para hacerlo ellas.
El radiante sol que iluminaba en Mónaco estaba muy lejos de parecerse a los días lluviosos de Londres. Le encantaba Monte Carlo y por eso mismo había llegado a la situación en la que estaba en ese momento.
Llegó al hotel justo para el momento del almuerzo, aunque, sin importarle el hambre que tenía, decidió darse un buen baño apenas tuvo acceso a la habitación. El día anterior le había resultado exhaustivo, aunque la mitad del día la hubiera pasado sin hacer nada. No había podido dormir, ni ducharse, ni comer correctamente. Y aunque estaba acostumbrada a ello, el asunto le estaba pasando factura.
Las noches en que se desvelaba estudiando con una taza de café a su lado le sonaban a gloria.
Al salir de la ducha buscó entre su maleta un vestido fresco y formal que había pensado para la ocasión, dejó su cabello suelto y apenas se maquilló. Aún faltaban dos horas para encontrarse en el lugar pactado, pero estaba ansiosa por recorrer las calles de Monte Carlo, aunque fuese solo por unos momentos.
Le gustaba el calor del verano, el sol radiante sobre ella y la brisa que siempre corría cuando estaba cerca del mar en esa ciudad. Para Sira el mejor momento del día pasar salir a caminar en la ciudad era ese, el momento en el que había suficiente movimiento en las calles como para no estar sola, pero no demasiado como para fastidiarla.
Le encantaba Mónaco. Los lujos, la esplendidez y la riqueza que tan bien se representaban allí, la atraían como centelleantes luces doradas que le daban vida a la ciudad durante la noche. No iba a negar que le gustaba la buena vida porque sería una mentira.
Había crecido así, con lujos y privilegios y no le avergonzaba poder gozar de ello. Sus padres le habían enseñado que estaba bien recibir siempre y cuando también supiese dar, llevaba vida de lujos, pero cada vez que le fuera posible se ofrecía de voluntaria en eventos de caridad, los organizaba o realizaba alguna donación personalmente, aunque siempre lo hacia fuera del alcance de las cámaras.
Sus asuntos privados siempre se los reservaba solo para ella. Y ya que jamás se había vuelto involucrada en ningún escándalo, sabía que estaba muy lejos de la prensa.
Llegó al edificio con el tiempo demasiado justo. Se había distraído mientras vagaba por el centro de la ciudad y había revisado la hora en su teléfono tan solo quince minutos antes del horario de la cita.
La encargada de ventas la esperaba en la puerta del edificio al llegar y sonrió en cuanto la vio y reconoció.
-Tú debes ser Sira, ¿Verdad?-aseguró la mujer. Sira asintió.
-Y usted Jane-murmuró. La mujer sonrió, la calidez que emanaba hacia que Sira se sintiese cómoda.
-¿Vamos a verlo?-preguntó Jane.
-Por supuesto, llevo todo el último mes pensando en este lugar-admitió, con la emoción filtrándose en su voz.
-Pues no te voy a hacer esperar más-dijo Jane, y sin más, entró al edificio.
Sira le siguió los pasos de cerca a Jane mientras se presentaba en la recepción para que las dejasen pasar al departamento, todos allí parecían conocerla.
El lugar era maravilloso. Todo estaba decorado en tonos blancos, grises y plateados y estaba decorado únicamente con plantas colgantes y flores y varias peonías repartidas por el lugar en lindos jarrones de cerámica. El sitio estaba impecablemente limpio e iluminado.
Al llegar al elevador Jane presionó el botón número once. Sira estaba impaciente.
El pasillo del piso seguía la misma estética que la recepción y, al igual que la última, estaba en impecables condiciones. El edificio tenía cuatro departamentos por piso, por lo que en ese piso estaban los apartamentos del cuarenta al cuarenta y tres. Ella estaba interesada en el departamento número cuarenta y tres.
-Es un departamento increíble y además está ubicado casi en el centro de la ciudad, así que estarás cerca de todo si decides comprarlo-dijo Jane mientras abría la puerta-Además, espero que seas fanática de los autos, porque tu ventana da directo a la calle por la que pasan en el circuito-Sira sonrió.