Curvas Prohibidas

Eres una gorda

Madeline

Otro día más en esta basura. Otro día más en mi infierno personal.

Camino por la entrada de la universidad sintiendo el mismo nudo en el estómago de siempre. No sería tan malo si no existiera Jaxon Hayes. Él es la peor parte de mi día, de mi vida. El chico dorado del campus, arrogante y cruel. El que me fastidia día tras día. El que me aborrece como nadie.

Y lo peor es que ya no entiendo por qué. ¿Solo porque soy gorda? ¿Por qué no pertenezco a este mundo de ricos y mimados? Para él, ya es suficiente razón. Lo deja claro cada vez que abre la boca. Me lo grita sin pudor en medio de clase, se burla de mí como si fuera su pasatiempo favorito.

Estoy cansada. Harta de su arrogancia. Pero, ¿qué puedo hacer contra el tipo que todos idolatran? Es el que todos quieren, el que puede hacer y decir lo que quiera sin que nadie lo cuestione. Además, él es un hijo de papi, un millonario que lo tiene todo sin esfuerzo. Y yo… bueno, yo soy la becada, la gorda, la pobre. Mi mamá limpia casas para darme una oportunidad en este lugar. No es una humillación, pero aquí, en este maldito entorno donde el dinero lo es todo, sí lo es.

Mis pasos resuenan en el pasillo mientras esquivo miradas de burla. Un grupo de chicas susurra algo entre risas y sé que es sobre mí. No necesito escucharlo. Vivo en una constante crisis existencial donde todos parecen haber encontrado su propósito: hacerme la vida imposible.

—Madeline, ¿qué te he dicho? —gruñe Olivia, mi única amiga, parándose frente a mí con los brazos cruzados y fuego en la mirada.

Ya sé lo que va a decir. La misma frase de siempre.

»No debes dejar que… —intenta continuar, pero la corto antes de que termine.

—Lo sé —susurro, sin ganas de discutir. —Solo quiero entrar al salón, estudiar y largarme de aquí. —ella suspira, exasperada.

—No entiendo cómo puedes soportar esto. —murmura, caminando a mi lado mientras avanzamos por el pasillo. —A mí me sacaría de quicio que esos idiotas me estuvieran encima todos los días. Y Jaxon… Dios, ¿qué demonios le pasa contigo? —bajo la mirada. No quiero hablar de él. No quiero pensar en él.

—No lo sé. —respondo con sinceridad. —Supongo que no soporta que alguien como yo respire el mismo aire que él. —

—Idiota —escupe Olivia. —Un imbécil con aires de grandeza que cree que puede pisotear a quien quiera. —Olivia se enoja muy rápido, pienso, poseo más temple que ella.

—Déjalo, Liv. —susurro, con un peso en el pecho. —No puedo hacer nada. Y además… —me callo de golpe.

—¿Además, qué? —pregunta, frunciendo el ceño.

Me muerdo el labio.

—Mi mamá no merece que me rinda —digo al final. —No después de todo lo que ha hecho por mí. —musito en un hilo de voz.

Olivia aprieta los labios y asiente. Sabe lo mucho que amo a mi madre. La mujer más dulce y fuerte que existe. Me crio sola desde que mi padre nos dejó cuando se enteró de que estaba embarazada.

—Tu mamá estaría orgullosa de ti sin importar qué. —responde suavemente. —Tampoco quiero verte sufrir todos los días. —pide con una sonrisa cálida en sus labios pintados de rosa.

No sé qué contestar. Porque sí, sufro. Cada segundo en este lugar es un recordatorio de que no pertenezco aquí. Llegamos al aula. Justo antes de entrar, mi piel se eriza y un escalofrío me recorre la espalda. Lo siento antes de verlo. Jaxon está apoyado en su pupitre, rodeado de su grupo de siempre. Su sonrisa de arrogancia absoluta se amplía al verme.

—Miren quién llegó —dice en voz alta, asegurándose de que todos escuchen. —¿Cómo va la vida en el basurero, Carter? —cuestiona, burlándose de mí.

Las risas explotan a su alrededor. Siento cómo mi rostro arde, pero mantengo la cabeza alta. No le voy a dar el placer de verme romper.

—¿Sabes? —interviene Olivia con los brazos cruzados. —¿Me pregunto qué tanto te esmeras en fastidiarla porque no puede dejar de mirarla? —mi amiga tiene la lengua filosa.

Un murmullo de sorpresa se esparce en el aula. Jaxon entrecierra los ojos y su mandíbula se tensa.

—Por favor. —se burla, fingiendo desinterés. —Lo que pasa es que me ofende que nos haga desperdiciar una beca. Hay gente que realmente la merece. —gruñe él sin apartar la vista de mí.

Quisiera decirle algo, contestarle, gritarle que se meta su desprecio donde no le dé el sol. Pero no vale la pena. No cuando todo el salón está de su lado.

Olivia toma mi mano y me arrastra al fondo del aula.

—No le des el gusto. —me ordena en voz baja. —Es un infeliz y lo sabe. —todos sabemos quién es él.

Tomo aire y asiento. No voy a romperme. No por él. Mientras me siento, siento su mirada clavada en mí. Es diferente. Como si me analizara. Como si me odiara más de lo normal. O como si ocultara algo. Sacudo la cabeza. No. Es imposible. Jaxon Hayes no es más que un imbécil arrogante. No hay nada más detrás de su odio. ¿O sí?

(...)

El comedor de la universidad está más lleno de lo habitual. El murmullo de conversaciones, el tintineo de cubiertos y el sonido de las bandejas chocando entre sí crean un ambiente ruidoso, pero familiar. Me siento frente a Olivia, quitando con desgana la pasta de mi plato. Ella mastica su ensalada con la concentración de alguien que estudia un libro de texto.

—¿Ya revisaste el material para la próxima clase? —pregunta, alzando la vista.

—Un poco —respondo con un suspiro. —No entiendo nada de la parte de ecuaciones diferenciales. —Olivia rueda los ojos y apoya los codos sobre la mesa.

—¿Quién en su sano juicio decide meternos esto un lunes a las ocho de la mañana? —protesta, llevándose una papa frita a la boca. —Estoy segura de que los profesores se reunirán en una sala secreta y decidirán cómo jodernos la vida. —suelto una risa breve y continúa picando la pasta con el tenedor.

—Definitivamente. Seguro hay una pizarra con nuestras caras y debajo de la mía escribieron: “Esta pobre becada necesita sufrir más”. —me burlo de mí misma.




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