Jaxon
Entro al baño de hombres con una sonrisa de lado, aún saboreando la humillación que acabo de darle a Madeline Carter. No lloró, pero vi el brillo en sus ojos. Ese dolor silencioso, esa humillación contenida. Me gusta verla así. Me gusta saber que puedo afectarla.
Entonces escucho algo. Un sollozo. Frunzo el ceño y levanto la vista. No puede ser. La última persona que quiero ver está justo frente a mí, con el cabello empapado, goteando agua en el suelo del baño. No puedo tener tanta mala suerte.
Cierro la puerta detrás de mí y me apoyo contra ella, cruzando los brazos. La observo de pies a cabeza, sin entender qué demonios tiene ella que me llama tanto la atención. No es como las chicas con las que suelo estar. No es delgada, ni fina, ni elegante. Sin embargo, hay algo en ella que me inquieta.
Carraspeo para hacerme notar. Ella se sobresalta y mira en mi dirección. Sus ojos se agrandan cuando me ve.
—¿Qué haces en el baño de mujeres? —inquiere bruscamente, con el ceño fruncido.
Su impertinencia me divierte. Suelto una carcajada carente de humor.
—Aparte de gorda, ¿no sabes leer? —miro alrededor con fingida pereza. —Este es el baño de hombres. —frunce aún más el ceño.
—No te creo. —viro los ojos.
—Mira a un lado. —le ordeno.
Duda por un segundo, al final gira la cabeza y se encuentra con los mingitorios. La forma en que cierra los ojos, frustrada por su propia imprudencia, es casi graciosa.
Suspira con resignación, cierra el grifo y retuerce su cabello con ambas manos, tratando de escurrir el exceso de agua. Luego se encamina hacia la puerta, claramente dispuesta a salir de aquí lo más rápido posible. No se lo voy a permitir. Me muevo lo justo para bloquear la salida, dejando mi cuerpo cubriendo la puerta.
—Muévete. —ordena, con la barbilla en alto.
—¿Y si no quiero? —Madeline aprieta los puños, sus labios tiemblan.
—Ya tuviste tu espectáculo por hoy, Jaxon. No voy a darte más. —avisa, sin saber que yo tengo una historia completa de humillaciones hechas para ella.
Suelto una risa sarcástica y me inclino un poco hacia ella.
—Oh, Carter, siempre tan dramática. ¿De verdad crees que me importa tanto lo que hagas? —intenta pasar por mi lado, pero apoyo una mano contra la puerta, impidiéndoselo.
—Déjame salir. —pide con voz tensa.
—¿Y si no? —me cruzó de brazos. —¿Gritarás? —elevo una de mis cejas.
Madeline cierra los ojos, tomando aire como si intentara contenerse.
—¿Qué más quieres? —susurra, con una mezcla de cansancio y frustración.
Me inclino más, acercando mi rostro al suyo.
—Quiero saber algo —susurro. —¿Por qué sigues aquí? —parpadea, confundida.
—¿Qué? —se ve confundida.
—Todos te odian, Carter. Todos se burlan de ti. ¿Por qué sigues viniendo a este lugar? —aprieta la mandíbula, con la mirada encendida.
—Porque no voy a dejar que imbéciles como tú me quiten mi futuro. —¿acaba de insultarme? ¡Increíble!
Algo en su respuesta me irrita. Su terquedad, su resistencia. La forma en que se aferra a su dignidad cuando debería haberse quebrado hace mucho.
—Tienes una confianza patética. —espeto con burla. —Como si realmente fueras a llegar a algún lado. —Madeline me mira con algo parecido al desprecio.
—Eso mismo decía mi padre antes de abandonarnos. —musita para sí misma.
Su respuesta me toma por sorpresa. Por un instante, algo se mueve dentro de mí, pero lo ignoro.
—Vaya. —murmuro, fingiendo lástima. —Supongo que te pareces a él. —Madeline parpadea, su expresión se tensa.
—¿Qué dijiste? —me encojo de hombros. —No lo conozco, me abandonó. —enarco una de mis cejas con curiosidad.
¿Cómo sabe que su padre decía eso, entonces? ¿Será que su madre se lo dijo? ¿Qué carajos me importa lo que le suceda o tenga que ver con su vida? Estoy perdiendo la cordura por esta loca.
—Que te pareces a él. Se fue porque no soportaba la carga. —puedo ser muy cruel cuando quiero, pienso. —Y tú sigues aquí, insistiendo en ser algo que nunca vas a ser. —niego con la cabeza.
Madeline se queda en silencio. Sus labios tiemblan, pero no dice nada. Y eso me da satisfacción. No obstante, quiero más. Me acerco aún más, inclinándome hacia su oído.
»Mírate, Carter —musito con burla. —Empapada, con el cabello goteando, oliendo a jugo barato. —hago una mueca de asco. —¿Así te ves todos los días cuando llegas a casa después de limpiar baños con tu mamá? —enarco una de mis cejas con diversión.
Ella aprieta los labios, pero veo la forma en que sus ojos se llenan de lágrimas.
—Cállate. —susurra, apenas audible.
—¿Por qué? ¿No quieres que te recuerde lo que eres? —me enderezo y la obligo a mirarme. —Una gorda patética que nunca encajará aquí. —le recuerdo algo que ya sabe. —No importa cuánto te esfuerces, Carter. Puedes estudiar, esforzarte, hacerte la digna. —la observo con asco. —Solo que nunca dejarás de ser lo que eres. —escupo lo último.
Las lágrimas caen. Ahí está. El momento que estaba esperando. Ella parpadea rápido, como si intentara detenerlas, no puede. Una tras otra ruedan por sus mejillas regordetas y mojadas. Baja la cabeza, los hombros le tiemblan. Me cruzo de brazos, satisfecho.
»Eso pensé. —murmuro con desdén.
Madeline no responde. Solo respira hondo y aprieta los puños antes de pasar junto a mí. Esta vez, la dejo ir. La veo salir con la cabeza gacha, su silueta desapareciendo al otro lado del pasillo. Y por primera vez en mucho tiempo, algo dentro de mí se retuerce. Sin embargo, lo ignoro. Al fin y al cabo, esto es lo que ella merece. ¿O no?
(...)
Espero en el salón de la preparatoria, sentado con una pierna sobre la otra, tamborileando los dedos sobre el escritorio mientras observo cómo la puerta sigue sin abrirse. El profesor siempre se retrasa, como si tuviera algo mejor que hacer que enseñarnos. A mi lado, Ethan, mi mejor amigo, me mira con una ceja arqueada antes de soltar la pregunta que, al parecer, ha estado rondando en su cabeza desde hace rato.