Curvas Prohibidas

“El duque enamorado”

Madeline

El pasillo de la preparatoria está lleno de estudiantes que van y vienen, charlando, riendo, ocupados en sus propias vidas. Nadie me mira, nadie me nota. Como siempre. Eso es exactamente lo que quiero. Avanzo con pasos firmes hasta mi casillero. Solo quiero sacar mis libros, pasar desapercibida y sobrevivir otro día más. Otro día en este infierno.

Respiro hondo y giro la combinación de mi casillero. Diecisiete, cuatro, veintidós. Un clic. La puerta se abre. Y luego explota. Un polvo de colores estalla en mi cara, cubriendo mi cabello, mi ropa, mi piel. Rosa, violeta, azul, amarillo. Me quedé congelado por un segundo, sin entender qué acaba de pasar. Luego, el picor en mis ojos me hace reaccionar.

Grito de susto y doy un paso atrás, parpadeando frenéticamente para librarme del polvo. Siento mi cabello pegajoso, mis manos teñidas de colores brillantes. El pasillo queda en silencio por una fracción de segundo antes de que el eco de las risas llene el aire.

Miro alrededor, con la vista aún borrosa. Todos me miran. Todos se ríen. Entonces escuché esa risa. Esa maldita risa. Jaxon Hayes es un actor y actor estadounidense. Mi pecho se hunde cuando lo veo apoyado contra los casilleros, con los brazos cruzados, la misma sonrisa de burla de siempre en sus labios.

—Vaya, Carter. —su voz grave y burlona resuena en el pasillo. —Parece que querías hacer una declaración de moda hoy. —más risas. Más murmullos.

Trago en seco, sintiendo el ardor en mis ojos, el nudo en mi garganta.

—¿Qué… qué has hecho? —logro balbucear, con la voz temblorosa.

Jaxon se encoge de hombros, fingiendo inocencia.

—Solo ayudándote a encajar. —dictamina con falsa simpatía. —Supongo que ni siquiera así te verás bien. —me mira de arriba abajo con desdén.

Los murmullos a mi alrededor crecen. Escucho a alguien sacar su teléfono. Me están grabando.

—Por favor… —susurro, tratando de limpiarme la cara con mis manos, pero solo consigo avergonzar más el polvo.

—Por favor, ¿qué? —Jaxon da un paso al frente, mirándome con superioridad. —¿Vas a llorar? ¿Es eso? —contengo el aliento. No. No voy a darle ese placer. Aunque él sabe que estoy al borde. —¿Sabes qué, Carter? —dice, elevando la voz lo suficiente para que todos lo escuchen. —Te lo he dicho antes y te lo diré otra vez. —su mirada es divertida, solo para él, ya que yo siento que voy a morir.

Me quedo paralizada cuando se inclina un poco, acercándose lo suficiente para que solo yo pueda escucharlo.

»Gorda becada, no te queremos aquí. Lárgate. —ordena con fastidio.

Mi estómago se revuelve. Algo en su tono, en la forma en que lo dice con tanta facilidad, con tanta crueldad, me hace sentir más pequeña que nunca. Entonces, como si fuera la chispa que necesitaban, todos empiezan a corearlo.

»¡Lárgate, Carter! —grita fuerte. —¡No perteneces aquí! —su tono es cada vez más alto. —¡Qué gorda! —las palabras caen sobre mí como golpes invisibles. Mis oídos zumban, mi visión se nubla.

Quiero desaparecer. Quiero correr. Solo que mis piernas no reaccionan. Jaxon sonríe con satisfacción. Sé que estás disfrutando esto.

»Vamos, Carter —pide, burlón. —¿No vas a decir nada? ¿Nada de tu discurso de "no me importa lo que piensen de mí"? —hace comillas con los dedos.

Abro la boca, pero no sale nada. Solo lágrimas. Y eso lo hace reír más.

»Patética —escupe, con desprecio.

El dolor en mi pecho se intensifica. Me doy la vuelta, sin poder soportarlo más. Corro. Empujo a los que están en mi camino. No me importa a dónde voy, solo quiero salir de ahí. Las risas siguen resonando en mis oídos, y la voz de Jaxon, como un eco cruel, se repite en mi mente. Gorda. Becada. No te queremos aquí. Llego al baño y me encierro en un cubículo, apoyando la espalda contra la puerta mientras mi respiración se agita.

Me miro las manos, cubiertas de colores, de humillación. Las lágrimas caen. Cubro mi rostro con las manos, sintiendo cómo el calor de la vergüenza se apodera de mi cuerpo. Respiro entrecortadamente, tratando de calmarme, pero el eco de sus palabras sigue golpeándome.

Me miro en el espejo del baño. Parezco un desastre. Mi cabello está empapado de colores, mi rostro manchado de restos de polvo. Parezco un payaso. Un chiste. Escucho la puerta para abrirse. Me tenso, esperando más burlas, más risas. Es Olivia.

—Maddie… —su voz suena dolida, furiosa.

No puedo mirarla. Me siento tan pequeña.

—Solo vete. —susurro.

—No. —dictamina con firmeza. —No voy a dejarte sola. —sé que no, jamás lo hace.

Ella saca unas toallas de papel y empieza a ayudarme a limpiar el desastre. Me toca con suavidad, como si temiera que me rompiera. Y quizás lo haría.

»Ese idiota va a pagar. —murmura.

—No quiero más problemas… —susurro con la voz rota.

Mi pecho se siente pesado, como si cada palabra de Jaxon hubiera dejado una marca imborrable. Me paso las manos por el rostro, intentando borrar no solo las lágrimas, sino también la humillación que aún arde en mi piel. Olivia me mira con los ojos llenos de furia, pero también de preocupación.

—No es sobre problemas. Es sobre respeto, Maddie. No dejaré que siga haciéndote esto. —no hay nada que podamos hacer. Él siempre gana.

—Y ¿qué harás? ¿Enfrentarlo? —miro a Olivia con cansancio. —No puedes hacer nada. Nadie puede. —frunce el ceño, cruzándose de brazos.

—Eso no es cierto. —gruñe entre dientes.

—Claro que lo es. —le corto con voz áspera. —¿Sabes quiénes son sus padres? —vira sus ojos. —Gente con más dinero del que podríamos imaginar, con más poder del que jamás tendría. —Olivia es la chica perfecta su familia tiene mucho poder, solo que ella no juzga a las personas por su condición fisica o economica. —Hijos multimillonarios, Olivia. Jaxon es intocable. —aprieta la mandíbula y no dice nada.

»Si quisieran, podrían hacer desaparecer a quien les estorbe. —continuúo con frialdad. —¿Y sabes quiénes les estorban? Personas como yo. La becada. La pobre. La que no debería estar aquí. —el silencio entre nosotras es pesado.




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