Curvas Prohibidas

Jaxon Hayes no sabe lo que le espera

Madeline

El timbre de la última hora suena y suspiro con alivio. Guardo mis cosas con rapidez, lista para salir del aula y dirigirme a la biblioteca a estudiar un poco más antes de volver a casa. Sin embargo, apenas me pongo de pie, escucho mi nombre.

—Señorita Carter, ¿puede quedarse un momento? —el profesor de matemáticas está de pie junto a su escritorio, mirándome con una expresión neutra.

Asiento, un poco desconcertado. No tengo problemas con su materia. De hecho, soy la mejor alumna de la preparatoria. No entiendo por qué querría hablar conmigo. Cuando el aula se vacía, me acerco a su escritorio y espero a que sea capaz.

»Señorita Carter, como sabe, usted es la mejor estudiante de la institución. —asiento, sin entender a dónde quiere llegar. —Por ese motivo, quiero pedirle que ayude a un alumno a mejorar en mi materia. —mis cejas se levantan con sorpresa.

—Por supuesto, profesor —acepto de inmediato. —Si puedo ayudar a alguien a mejorar sus calificaciones, lo haré con gusto. —el profesor me observa con algo parecido a la pena y suspira.

—Señorita Carter, me alegra su disposición, pero quiero que entienda que no se puede negar. —frunzo el Ceño.

—Acabo de aceptar, profesor. ¿Por qué me negaría? —no entiendo su advertencia hasta que lo veo dudar antes de hablar.

—Sé que esto puede ser difícil para usted, ya que el alumno en cuestión es problemático. —hace una mueca con sus labios. Parece que ni a él le agrada.

Un mal presentimiento se instala en mi pecho.

—¿De quién se trata? —duda un segundo antes de decir el nombre que hace que todo mi cuerpo se tense.

—Jaxon Hayes. —mis ojos se abren de par en par.

—No. —niego con la cabeza, dando un paso atrás. —No. No voy a hacerlo. —dictamino muy segura. Ese idiota me volverá loca más de lo que ya lo hace.

—Señorita Carter…

—¡No! —levanto la voz, firme. —No voy a ayudar a Jaxon Hayes. Jamás. —el profesor suspira pesadamente y se cruza de brazos.

—Le recuerdo que, si se niega, perderá su beca. —siento que el mundo se tambalea bajo mis pies.

—Eso no tiene sentido. —bufo con dramatismo. —No puedo perder mi beca por no ayudar a un alumno. Las becas se basan en las calificaciones, no en ser buen compañero. —el profesor me observa con paciencia, como si esperara esa respuesta.

—Las becas sí se basan en calificaciones, señorita Carter. —concuerda conmigo. —Pero la suya en particular proviene de una de las fundaciones de los Hayes. —siento que el aire abandona mis pulmones.

—¿Qué? —logro decir.

—Ya han hablado con el padre de Jaxon —continúa. —Y él pidió que lo ayudara al mejor alumno de la preparatoria. —y tengo que ser yo. — Sí esa es usted, señorita Carter.

Mi estómago se revuelve. Así que todo esto es por el padre de Jaxon. Aprieto los ojos con fuerza, tratando de contener las lágrimas. Esto es injusto. Completamente injusto.

Jaxon Hayes me ha hecho la vida imposible desde el primer día que pisé esta preparatoria. Ha hecho de mi existencia un infierno. Y ahora, por un capricho de su padre, debo ser su tutora o perderé todo por lo que trabajó. Aprieto los puños con fuerza. Quiero decir que no. Quiero gritarlo. Solo que no puedo.

No puedo permitirme perder la beca. No por mí. Por mi madre. Ella ha trabajado demasiado para darme la oportunidad de estudiar aquí. No puedo tirar todo por la borda solo porque odio a Jaxon Hayes. Trago el nudo en mi garganta y asiento lentamente.

—Acepto. —el profesor me mira con seriedad y asiente.

—La entiendo, señorita Carter. —me ve con pena. —Sé que no es justo para usted, es la única opción que tiene si quiere seguir estudiando aquí. —hace una mueca de tristeza con los labios.

Me muerdo el labio con fuerza. No quiero llorar frente a él, no quiero demostrar debilidad. No frente a alguien que acaba de quitarme la posibilidad de elegir mi propio destino.

—¿Cuándo empiezo? —pregunto con voz apagada.

—Desde mañana. —mi infierno comienza, pienso. —Le daré el material necesario para que sepa en qué temas necesita más refuerzo. —en todos, es un bruto, me digo en mi mente.

Aprieto los labios con fuerza y ​​tomo los papeles que me entrega. Salgo de la oficina con pasos rápidos, sintiendo un peso en el pecho que me oprime. Esto no es justo. Sin embargo, la vida nunca lo ha sido conmigo. Solo me queda soportarlo.

Llego al pasillo y me detengo un momento, apoyando la espalda contra la pared. Miro el material en mis manos y respiro hondo. Ayudar a Jaxon Hayes no es algo que me interese. Es más, me da asco la sola idea de tener que pasar tiempo con él. Pero no tengo opción.

Pienso en mi madre. En todo lo que ha hecho para que yo tenga esta oportunidad. No puedo fallarle. No después de todo el sacrificio. Me paso una mano por el rostro y sacudo la cabeza. No importa cuánto lo odie, no importa cuánto me humille. Haré lo que tenga que hacer. Jaxon Hayes no tendrá poder sobre mí.

(...)

Me desplomo en la silla frente a Olivia con un suspiro pesado. Mi mente sigue dando vueltas a lo que acaba de pasar en la oficina del profesor de matemáticas. No puedo creerlo. No puedo creer que esto me esté pasando a mí.

—¿Qué te pasa? —pregunta Olivia, mirándome con el ceño fruncido mientras mastica su chicle con parsimonia.

La miro en silencio por unos segundos, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero todo lo que me sale es una sola frase:

—Voy a tener que darle clases particulares a Jaxon Hayes. —susurro con tristeza.

La boca de Olivia se abre de inmediato, como si acabara de recibir una bofetada en plena cara.

—¿Qué? —balbucea.

—Lo que oíste. —mascullo con fastidio.

—Eso es una mierda. —estalla, golpeando la mesa con ambas manos. —No pueden obligarte a hacer eso. —gruñe entre dientes.

—Pueden y lo hicieron. —respondo con voz tensa. —Si me niego, me quitan la beca. —su expresión cambia al instante. Su boca se cierra y sus ojos se suavizan.




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