Curvas Prohibidas

Un día lamentarás ser un cretino

Jaxon

Me recuesto en la silla con los brazos cruzados, observando a Madeline mientras acomoda sus libros en la mesa. Se ve tensa, como si estuviera a punto de enfrentarse a su peor pesadilla. Yo solo sonrío con desdén.

—¿Qué? ¿Nerviosa? —provoco, inclinándome hacia ella con una sonrisa ladina.

Madeline levanta la vista, su mirada azul centellea con irritación.

—No, solo quiero empezar para terminar con esto lo antes posible. —ruedo los ojos y estiro las piernas bajo la mesa.

—Qué impaciente. —quiere deshacerse de mí. —Yo pensaba que ibas a disfrutar enseñándole a un pobre idiota como yo. —me menosprecio solo por molestarla, sin embargo, ella siempre tiene algo que decir o hacer para dejarme sorprendido.

—No eres idiota. —murmura sin mirarme.

—¿Cómo dices? —levanto una ceja.

—Digo que si realmente fueras idiota, no estarías aquí. —suspira, exasperada.—Solo eres un vago que nunca ha intentado aprender nada. —pongo una mano en el pecho, fingiendo estar herido.

—Auch, eso dolió. —ella ignora mi comentario y abre su cuaderno, señalando un par de ejercicios.

—Vamos a empezar con álgebra básica. —explica con tranquilidad. —Necesitas entender esto antes de avanzar a los temas más complejos. —me inclino sobre la mesa, fingiendo interés.

—¿Y si no quiero? —Madeline suspira pesadamente.

—Entonces fracasarás y te expulsarán. —se encoge de hombros sin importarle lo que me pase.

—No suena tan mal. —bromeo, ya que sí suena mal, muy mal.

—Sí, para ti probablemente no. Pero estoy segura de que a tu papá no le hará gracia. —aprieto la mandíbula. No me gusta que hable de mi padre.

—No metas a mi familia en esto. —gruño entre dientes.

—Entonces concéntrate y hagamos esto rápido. —señala las hojas sobre la mesa.

Frunzo el ceño. No me gusta que me dé órdenes, y definitivamente no me gusta que me hable como si yo fuera su problema personal.

—A ver, Madeline, dime algo. —levanta la vista con desconfianza.

—¿Qué? —sonrío con burla.

—¿Qué se siente ser una perdedora becada? —su cuerpo se tensa al instante.

—Jaxon…

—En serio, me da curiosidad. Debe ser humillante estar aquí solo porque alguien te dio una limosna. —sus labios se fruncen en una línea tensa.

—La beca no es una limosna. —replica, intentando sonar segura de sí misma. —Me la gané con esfuerzo, cosa que tú no sabes lo que es. —suelto una carcajada divertida.

—Claro, claro. —asiento con la cabeza. —Aun así, sigues siendo una pobretona en una escuela de ricos. ¿No te sientes fuera de lugar? —sus manos se aprietan en puños sobre la mesa.

—¿Sabes qué? —dice con voz baja y temblorosa. —No tienes por qué respetarme, solo que al menos finge que te interesa aprender. —pide más para mí que para ella.

—¿Por qué? —me burlo. —¿Para que mi maestra personal de talla XXL no llore porque su alumno no coopera? —el silencio cae sobre la sala.

Los ojos de Madeline se ensanchan, y en un parpadeo, los veo brillar con lágrimas contenidas. Siento una punzada en el pecho. No me lo esperaba. Ella baja la mirada rápidamente, parpadeando para evitar que las lágrimas caigan.

—Eres un imbécil. —susurra con la voz quebrada.

Aprieto los labios. Algo dentro de mí se retuerce, una incomodidad desconocida que me carcome por dentro. ¿Por qué me siento… mal? Madeline se levanta de golpe, recogiendo sus cosas apresuradamente.

»Si no quieres aprender, es tu problema. —farfulla entre lágrimas. —No voy a quedarme aquí para soportar tus insultos. —asegura con tenacidad.

La veo moverse, con los hombros temblorosos, y me doy cuenta de que la he llevado demasiado lejos esta vez. No sé qué me pasa. Siempre la molesto. Siempre la humillo. Y siempre levanta la cabeza y sigue adelante como si nada. Ahora… la he hecho llorar. Trago saliva, incómodo.

—Madeline…

Ella se detiene, pero no me mira. Mi garganta se siente seca. Nunca he hecho esto antes, nunca lo he dicho antes. Lo digo.

—Lo siento. —mi voz sale en un susurro.

Madeline se gira con incredulidad, sus ojos aún húmedos. Me mira como si acabara de hablar en otro idioma.

—¿Qué dijiste? —su voz es apenas un murmuro.

Desvío la mirada. Algo en mí se revuelve con fastidio. No me gusta repetir cosas que no debería haber dicho.

—Nada. —mascullo.

Ella sigue mirándome, buscando algo en mi expresión que ni yo mismo entiendo. Finalmente, sacude la cabeza.

—No importa. No te creo. —su respuesta me irrita. ¿Qué esperaba? ¿Que me arrodillara y pidiera perdón como un niño?

—Pues no lo hagas. —espetó, cruzando los brazos.

—Si vas a seguir así, no tiene sentido seguir con esta tutoría. —cierra su cuaderno con un golpe seco.

Algo en mí se crispa. No sé por qué, pero la idea de que se marche, de que me ignore como si yo no existiera, me molesta más de lo que debería.

—Haremos esto a mi manera. —digo con firmeza.

Me lanza una mirada llena de escepticismo.

—Tú no tienes manera, Jaxon. Por eso estamos aquí. —y sigue teniendo razón.

Frunzo el ceño, sintiendo cómo la rabia crece en mi interior. Pero debajo de esa rabia hay algo más, algo que no quiero nombrar. Por primera vez, me doy cuenta de que esta chica, la que he molestado por años, tiene más poder sobre mí del que jamás quise admitir.

(...)

Las palabras de mi padre resuenan en mi cabeza como un maldito eco.

"Jaxon, si te expulsan te mandaré a limpiar los baños de la empresa".

Las dijo con esa voz fría, con esa mirada que no admite discusión. Sé que no es una amenaza vacía. Lo haré. Y no pienso pasar mis días en el infierno de su empresa con un trapeador en la mano. Por eso estoy aquí, sentado en esta estúpida tutoría con Carter.

Apoyo el codo sobre la mesa y dejo caer la cabeza sobre mi mano. Escucho su voz explicando un problema de álgebra, pero mis pensamientos siguen atrapados en la advertencia de mi padre. "Limpiar los baños."




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