—Laiot, estás muy raro, te ves cansado, sin ánimos de hacer nada, fíjate que estoy en mi mejor momento y tú ya no eres el mismo, últimamente te veo más grande de lo normal, y eso que aquí lo normal es anormal, ¿qué te ocurre? ¡RESPONDE! Espera ¡Laiot! ¡Laiot! ¡Laioot!, Reacciona, ¿qué te pasa? ¡Reacciona! ¡Ayudaaa! ¡Ayudaaa! …
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Han pasado dos años, siete meses y dieciocho días desde la última vez que abrí los ojos.
—¿Espera y cómo es que estás hablando?, No, mejor dime, ¿cómo puedes recordar eso, si se supone que estás en coma? —pregunta lo que creo que es mi subconsciente, obviamente incomodándome; desde que quedé en coma es mi único compañero—.
—¿Compañero? ¡Me ofendes!… — Aún no me has respondido. —
—¡Ok! "Mi amigo"
—Así me gusta. Aunque ese tonito no te lo consumo, ¿no piensas responderme verdad?
—Deberías de saberlo, ¿no, que eres parte de mí?
—Era si tú querías; ya no respondas. Un silencio abrumador invade, pero, después de unos minutos, estalla como una burbuja de chicle en una sala silenciosa.
—Esto es realmente extraño. La verdad, ni yo mismo lo entiendo, solo lo percibo como un gran letrero rojo en la oscuridad que me envuelve.
—Eres tan pero tan extraño.
—Te atreves a decirme extraño estando en Cydent.
—No lo pensé antes —dice con risita burlona—. Ya ok, continúa.
Recuerdo a Ivette gritando ayuda, seguido de mis ojos cegados por dos grandes nubes, y como era de esperarse, caí en un sueño profundo del que no he podido despertar. Todavía me pregunto ¿Por qué diablos estoy vivo si no tengo el derecho de disfrutarlo? Casi tres años, ¡rayos! De las maravillas que me estoy perdiendo, el destino me ha hecho una mala jugada sin darse cuenta. Lo irónico de todo es que la historia de mi vida se repite una y otra vez en mis pensamientos, sin deseos de terminar. Menos mal que mis recuerdos prevalecen, aunque siento que eso no es todo; hay algo que no logro recordar.
Una vez más aquí vamos...
Siglo XXVI
CYDENT —Nombre de la tierra en su máxima evolución—, Se dice que ese será el final, y no cualquier final, si no el final de los finales, en conclusión, el gran final.
—Hey tú, creo que ya todos entendimos.
—Shhh, silencio. Es decir que, con la muerte de nuestra generación, el planeta que era llamado la tierra, ahora CYDENT, puede terminar extinguiéndose.
—¿Por qué, Cydent? —interrumpe nuevamente mi subconsciente—.
—No tengo la menor idea, ¿puedes dejar de interrumpir la historia?
—Eres un pésimo amigo. ¿Pero a quién le estás contando la historia?
—Pues qué sé yo, solo le doy un poco de diversión a esta agonía, algo así como un monólogo; por tanto, ¿Quieres callarte?, se supone que los monólogos son de uno.
—¡Uuyyyyys! Que malas vibras te cargas. Pero ya, ¡BYE! Desearás escucharme de nuevo.
—Sí, como no.
Entonces, retomando lo anterior; ¿cómo creen ustedes que sería el planeta Tierra en el siglo XXVI?
—Bueno, yo pienso que…
—¡Oh, mi Dios, ¡deme paciencia! No te pregunté a ti, ¿no qué te callarías?
—¡Malo! Yo tampoco quería responder. Dijiste, "si, como no".
—No entiendes el sarcasmo, ¿verdad?
—¿Tú qué crees?
—SHHHH.
Pues les cuento, la evolución de nuestro planeta va más allá de lo que yo mismo he podido imaginar. Hablemos del tiempo de vida de las personas, ¿cuántos años viven? Mil para ser exactos, ni más ni menos, excepto los que padecen mi caso, por desgracia los miembros de mi muy exclusiva familia, que por ahora se reducen a dos, mi hermano menor y yo. Para nosotros aún es una hipótesis no comprobada el hecho de esta anomalía; suponemos que es genética o algo por el estilo.
Retomando lo anterior, si pasas del límite de altura antes de llegar a los mil años, morirás. Extraño, ¿no? ¿Por qué? Sencillo, una vez que superas el límite ya no puedes respirar por la falta de oxígeno; luego de ocho mil un metro de altura, al cumplir mil años superas el límite por uno, es decir ocho mil dos metros. Sin más ni menos llega el fin. Con quinientos treinta y dos años ya tengo seis mil siete metros, cuando debería estar por los cuatro mil y algo. Lo ideal es que si tienes quinientos años tengas entre cuatro mil uno y cuatro mil dos metros.
—¡Ya! Mejor ni pensar en los números, que vas a terminar por volverme loco. —interrumpe nuevamente como de costumbre.
—Pensé que ya lo estabas —respondo—. Según los médicos mi caso es el más sobrenatural en la historia de mi familia; estoy creciendo mucho más rápido de lo normal.
—¿What? ¿Soy o yo me dijiste loco?
—Mejor hablemos de la naturaleza.
—Si será mejor.
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A través de los ojos de Ivette
Desde el primer momento en que lo vi, me enamoré de él. Sus ojos amarillos y su cabello dorado eran más resplandecientes y exquisitos que los de cualquier otro de su especie, más de lo que él mismo podría imaginar. Observarlo era un dolor placentero; ahora, verlo en esa incubadora de cristal es extraño. Laiot, me duele profundamente saber que estás ahí, sin poder hacer nada para ayudarte. En CYDENT, todo está fuera de control. Tú, el gran Laiot, que ahora no estás aquí, no puedes imaginar todo lo que está ocurriendo.