Últimamente,
la soledad dejó de ser un eco vacío.
Ahora es un templo suave,
un rincón sagrado donde regreso a mí
como quien vuelve a casa después de un largo viaje.
En ese silencio que antes dolía,
hoy escucho mi nombre dicho con amor.
Descubro que mi identidad florece
cuando me abrazo sin prisa,
cuando permito que mi alma respire.
Agradezco al universo,
que en su infinita sabiduría
me deja ser exactamente quien soy.
Agradezco la luz que me rodea:
el afecto tibio de mis gatos,
las manos sinceras de quienes me quieren,
la vibración que me sostiene,
y el amor más profundo,
el que nace en mi propio corazón.
Porque entendí al fin
que la soledad no es ausencia,
sino el espacio donde el alma
por fin se encuentra.