Recuerdos de un nuevo comienzo
Siempre me ha parecido extraño pensar en mis primeros años en el mundo humano. A veces siento que la transición fue tan abrupta que apenas tuve tiempo de procesarla. Un día estaba en Evernight, rodeada de magia, de rituales, de un linaje que se extendía por generaciones. Al siguiente, estaba en una ciudad común, en una casa demasiado silenciosa, tratando de entender qué significaba vivir como una persona "normal".
Recuerdo la noche en que nos fuimos.
Mis padres no dijeron mucho. Solo empacaron lo esencial, nos hicieron subir a un auto encantado que cruzó los límites de Evernight sin dejar rastro, y en cuestión de horas, todo lo que conocía quedó atrás. Recuerdo mirar por la ventana, con el pecho apretado, preguntándome si alguna vez volveríamos.
No entendía por qué lo hacíamos. No hasta que mi madre me tomó la mano y me dijo:
—Es por ti, Daelyn. Es para protegerte.
No lo entendí en ese momento. Quizás todavía no lo entiendo del todo.
Pero a pesar del miedo, de la sensación de pérdida, hubo algo bueno en nuestra partida: conocí a Emily.
Fue en mi primer día de clases en la escuela humana. Yo no hablaba mucho con nadie. No porque no quisiera, sino porque todo me resultaba extraño. La escuela en Evernight no era como esta. No había pizarras, ni profesores normales, ni filas de pupitres. Estaba acostumbrada a aprender con hechizos flotando en el aire, con libros que susurraban respuestas cuando los abrías. Así que la escuela humana me parecía aburrida, monótona... y sobre todo, solitaria.
Hasta que Emily se sentó a mi lado.
—Hola —me dijo con una sonrisa llena de curiosidad—. ¿Tú eres nueva, verdad?
Asentí en silencio.
—Me llamo Emily. ¿Cómo te llamas?
—Daelyn.
—Daelyn —repitió, como si estuviera probando cómo sonaba mi nombre en su boca—. ¿De dónde vienes?
No supe qué responder. No podía decirle que venía de un mundo escondido tras el velo de la realidad, un lugar donde la magia era tan común como el aire.
—De... muy lejos.
Emily pareció aceptar mi respuesta sin problemas.
—Bueno, si necesitas a alguien que te enseñe cómo funcionan las cosas aquí, puedes contar conmigo.
Fue la primera persona en hacerlo. Y desde ese día, no se apartó de mi lado.
Lo que más me sorprendió de Emily fue su entusiasmo por todo lo que tenía que ver con magia. Aunque yo intentaba esconder mis orígenes, ella siempre parecía fascinada con cualquier cosa misteriosa o sobrenatural. Le encantaban las historias de brujas, de hechizos, de mundos ocultos.
—Debe ser increíble tener magia —me dijo una vez, años después, mientras hojeábamos un libro de mitos en la biblioteca—. Si yo fuera una bruja, haría hechizos todo el tiempo.
Yo solo me reí.
—No es tan emocionante como crees.
—Eso es porque tú sí la tienes —bufó ella—. Pero si yo fuera una bruja, no me quejaría nunca.
Ironías de la vida. Yo, que nací en un linaje de brujas, me sentía como la única sin magia. Y Emily, una chica completamente humana, soñaba con ser lo que yo nunca había podido ser del todo.
Pero quizás, en el fondo, por eso nos hicimos amigas. Porque en cierto modo, las dos queríamos lo que no teníamos.
Diez años después
fuego y la sombra
Siempre me ha costado encender velas.
Suena ridículo, lo sé. En una familia de brujas poderosas, donde un simple parpadeo puede desatar una tormenta y un susurro puede torcer el destino, lo mínimo que debería poder hacer es encender una maldita vela. Pero aquí estoy, chasqueando los dedos una y otra vez frente a la mecha, esperando que una chispa de magia—cualquier chispa—me pruebe que no soy un fraude.
Nada.
El viento que entra por la ventana apenas mece la llama de la vela de mi madre, que brilla estable en el altar de la sala. La mía, en cambio, sigue apagada.
—Deberías dejar de intentarlo, Daelyn —dice mi hermana, apoyada contra el marco de la puerta—. Es patético.
Cierro la mano con fuerza, reprimiendo las ganas de lanzarle la vela a la cabeza. No serviría de nada. Mi hermana, poderosa como es, la atraparía en el aire con un simple movimiento de la mano. Y yo solo quedaría como la estúpida sin magia que todos creen que soy.
—Podrías ayudarme en lugar de burlarte —gruño.
Ella se encoge de hombros. —Podría. Pero no servirá de nada. Mamá dice que si la magia no ha despertado en ti a esta edad, probablemente nunca lo hará.
Probablemente nunca lo hará.
Esas palabras las he escuchado tantas veces que ya deberían haber dejado de doler. No lo han hecho.
Cuando mi hermana se va, dejo la vela sobre la mesa y me dejo caer en la silla. El fuego nunca ha sido mi aliado. Y, al parecer, la magia tampoco.
—Si no usas tu magia, ¿qué harás en la ceremonia de Samhain?
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Editado: 10.03.2025