La Tormenta de Kieran
El eco de las últimas palabras de los Sombristas aún resonaba en el aire: querían una guerra. No solo contra los Luminaristas, sino contra sus propios príncipes. Querían acabar con Kieran.
—Idiotas… —escupió Kieran con un tono helado. Su furia electrificaba el ambiente, y pequeñas chispas de relámpagos danzaban en su piel.
Pero antes de hablar de venganza, había algo más urgente: Emily. Seguía respirando, apenas, y su cuerpo parecía drenado de energía. Si no la curábamos pronto, ni la tormenta de Kieran ni la luz de los Luminaristas tendrían sentido.
—Primero sanaremos a Emily —dije, mirando a los reyes.
El Rey Luminarista asintió, y la Reina se acercó a la cama de Emily. Su piel pálida contrastaba con el fulgor dorado que comenzaba a rodearla. Kieran se arrodilló a su lado, su expresión endurecida por la desesperación.
—No te atrevas a dejarme, ¿me oyes? —su voz temblaba entre furia y súplica.
El Rey colocó una mano sobre la frente de Emily y la otra sobre el corazón de Kieran. —Si quieres salvarla, tendrás que dar parte de tu esencia.
Kieran no lo dudó ni un segundo. Tomó la mano del Rey y cerró los ojos. Entonces, la habitación se llenó de relámpagos y hojas danzantes. Su poder fluyó hacia Emily como una tormenta liberando su furia sobre la tierra sedienta.
Mi madre y mi padre se unieron al conjuro, al igual que la Reina. Yo también levanté las manos, dejando que mi magia sanadora se mezclara con la suya. La energía era abrumadora, pero no podíamos detenernos.
Por un momento, temí que la energía combinada fuera demasiado para Emily. Pero entonces, su pecho se elevó con un respiro profundo, y un destello verde iluminó sus ojos.
—Emily… —susurró Kieran.
Ella parpadeó, sus labios formando una leve sonrisa. —No creí que me extrañarías tanto, trueno mío…
Kieran rió entre lágrimas y la abrazó con fuerza. Pero su rostro pronto se endureció otra vez.
—Los Sombristas pagarán por esto.
Lo miré y asentí. No íbamos a dejar que se salieran con la suya.
—Antes de eso, tengo un asunto pendiente —dije, con mi propia rabia quemando en mi pecho—. Voy a acabar con Amber.
Emily intentó incorporarse, pero Kieran la detuvo con una mirada severa.
—No irás a ninguna parte hasta que estés completamente curada.
Ella gruñó, pero no discutió.
—Entonces aceptamos el reto —anunció el Rey Luminarista, mirando a los Sombristas que esperaban nuestra respuesta—. Que comience la batalla.
Una tormenta se avecinaba, y esta vez, la furia de Kieran y la mía caerían sobre ellos sin piedad.
La Llamada a la Guerra
Había pasado una semana desde que aceptamos la batalla, y el momento había llegado. Los preparativos estaban terminados, las estrategias trazadas y las alianzas formadas. Hoy, los Luminaristas y los Sombristas se enfrentarían, pero esta vez, la guerra no solo era entre facciones… era personal.
Emily insistía en luchar.
—Estoy bien —repetía por décima vez mientras se cruzaba de brazos. Su mirada desafiante se clavó en la de Kieran—. ¿Crees que me quedaré viendo mientras ustedes arriesgan sus vidas?
—No es cuestión de si puedes o no —Kieran respondió con tono severo—. Es cuestión de si estamos dispuestos a perderte otra vez.
Emily frunció el ceño y se volvió hacia mí, buscando apoyo.
—Daelyn, diles que…
—No —la interrumpí. Su expresión se suavizó por un instante, pero su determinación no desapareció—. Eres fuerte, Emily. Lo sé mejor que nadie. Pero esta pelea no es solo magia y fuerza, es una guerra. No podemos arriesgarnos a perderte otra vez.
Emily apretó los puños, frustrada, pero no dijo nada más.
Al otro lado de la sala, Navessa permanecía en silencio, observándonos con una expresión enigmática. Desde el ataque a Emily, había estado más reservada de lo normal. Algo planeaba, pero no sabía qué.
—No pienses que voy a quedarme sin hacer nada —dijo de repente, con un tono calmado pero afilado como una daga—. Yo también quiero venganza… pero lo haré a mi manera.
Kieran la miró con desconfianza.
—¿A qué te refieres?
Navessa se limitó a sonreír, un gesto que no transmitía consuelo, sino promesas de algo peligroso.
—Ya lo verás.
No me gustaba cuando hablaba así.
Un cuerno de batalla sonó en la distancia. La hora había llegado.
Respiré hondo, ajusté mi capa y miré a mis compañeros.
—Vamos a terminar esto.
Emily dio un paso adelante, pero Kieran la detuvo, sosteniéndola de la muñeca.
—Quédate aquí —le susurró, y por primera vez en días, su tono no era autoritario, sino casi suplicante—. No puedo perderte, Emily.
Ella lo miró con frustración, pero también con un destello de ternura.
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Editado: 10.03.2025