[Capítulo 7]
{Daemon}
Mi cabeza se sentía vacía, mis ojos permanecían cerrados por más que intentara abrirlos y mi pecho mantenía una profunda agonía que me provocaba ráfagas de dolor. Estaba en mi pozo oscuro y para ese momento las fuerzas me abandonaron, estar en la cama era lo único que me apetecía y aun estando ahí lo odiaba; las palabras de mis padres solo resonaban en mi cabeza y rebotaban como bolas de ping pong. No importaba lo que dijeran, nada me sacaría de donde estaba en un par de días.
Sabía que los decepcionaba mis ganas de salir adelante, sin embargo, en ese momento yo era el mayor de los perdedores y no me importaba admitirlo, hasta me era más fácil hacer eso que engañarme con otras mentiras. Llorar era lo único que aliviaba un poco la presión en mi pecho y me maldecía cuando las lágrimas se acababan. Mi oscuridad era como entrar en un túnel oscuro, en el que caminaba más al interior en lugar de buscar aquella luz que dejaba atrás y cuando la veía, más me alejaba y me era imposible retornar; llegaba a un punto en el que la oscuridad era tan inmensa, que ni siquiera podía ver mis manos frente a mí. Me atrapaba, me ahogaba y era tan cruel… que a veces me permitía ver a todos respirando a mi alrededor, mientras yo luchaba por un poco de aire. La tristeza perpetua me consumía, nada sabía, olía o se sentía normal; perdía la capacidad de pensar o tomar decisiones.
Una vez Dominik D’angelo — mi psicólogo — me dijo si podía describir ese estado de mi vida y solo se me ocurrió una cosa: esos momentos eran como cuando los dementores de Harry Potter te atrapaban y se chupaban tu alma. Se llevaban todo lo bueno que existía en mí, todas mis ganas de vivir. A pesar de eso, no era capaz ni de quitarme la vida; madre dejó de tener miedo a que intentara dañarme a mí mismo en una crisis como la que pasaba, porque comprendió que en esa miseria no era capaz de hacerlo. Suicidarse conllevaba a usar mucha energía y determinación y yo carecía de eso.
Ni las voces en mi mente lograban que me dañara y se enfadaban por eso, mas lo único que me apetecía en esos instantes era estar con mi cabeza recostada sobre los muslos de Tristeza y que ella me acariciara y susurrara todo lo que se le apetecía. Su voz me hundía más, me provocaba gritar y desgarrar mis cuerdas vocales, sentía la necesidad de arañarme el rostro, pero las fuerzas no me daban ni para levantar la mano y rascarme.
Bañarme era una tarea casi imposible de lograr y cuando madre o Abby llegaban a mi lado y acariciaban mi espalda mientras estaba tumbado sobre mi estómago, solo hundía el rostro en la almohada y temblaba por los espasmos del llanto; ellas no comprendían que sus caricias me dañaban porque no me las merecía. Nadie tenía porqué parar sus vidas solo para atender la mía, era un estorbo para todos; los obligaba a hacer cosas que no tenían por qué hacerlas y lo peor era que hasta se turnaban para no descuidarme.
Sentía duelo por alguien que una vez amé: yo mismo. Cuando me miraba en un espejo solo veía los ojos de un muerto. No había chispa ni alegría. No existía esperanza y me preguntaba si conseguiría existir un día más.
Era patético que un chico como yo, a los veintiún años todavía necesitaba de casi hasta que le limpiaran el culo; era estúpido que tuviese un coche el cual no podía manejar siempre, era humillante que padre no pudiese confiarme cosas importantes al cien por ciento, porque no era de fiar. Y lo peor de todo, era el más imbécil al creerme sabio cuando estaba lucido y joder la vida de los demás.
No podía aspirar a una relación seria por más que lo quisiera, ya que era demente cuando perdía el control y tenía miedo de dañar a la persona que llegara a amar; no quería hacer pasar a nadie más por las cosas que madre y mi hermana pasaban, al tener que cuidarme en mi depresión. No deseaba que nadie se salpicara con mi mierda y que saliera corriendo en el momento que no soportara más mis cambios, porque yo siempre sería así.
Un enorme paquete de mierda que solo mi familia se atrevería a cargar.
Tus padres te soportan solo porque deben hacerlo, pero les estorbas.
Ahora mismo ellos podrían estar haciendo su vida normal, pero no. Están aquí cuidándote ya que no eres capaz de hacerlo por ti mismo.
Es mejor que te quedes aquí conmigo, déjate consumir. No quiero que vuelvas a irte.
Esa última fue Tristeza que junto a Muerte y Dolor me ayudaban a consumirme más.
— Cariño, necesito que comas algo — ni siquiera me moví cuando escuché a madre. Sentí que pasó un paño húmedo en mi pecho y cuando terminó de hacer lo que quería, se acurrucó a mi lado. Olía a vainilla, aunque la fragancia de papá se mezclaba con la de ella —. Ya es el cuarto día así, has perdido peso y el brillo de tu hermosa piel. Sal de ahí, amor. Muero por ver esos ojitos de mami.
Puse una mano sobre mi rostro y comencé a llorar una vez más, mis ojos estaban hinchados y se sentían calientes. Me dolían las palabras de esa mujer porque odiaba escucharla tan triste, me transportó a mi niñez en un segundo, cuando todo era más fácil, cuando la oscuridad duraba solo uno o dos días.
Deberías demostrarle que puedes salir de esta así como lo has hecho de otras.
Mis sollozos cesaron al escuchar por primera vez en días a Esperanza.