[Capítulo 13]
{Daemon}
Me negué a la electroconvulsión y le rogué a mis padres para que me evitaran ser internado, lo logré durante una semana, pero no pude controlarme en la desesperación que sentí al no saber nada de Inoha, al no recibir si quiera una respuesta a mi mensaje o mis llamadas. Esa rubia sin pretenderlo estaba siendo mi perdición y me llevó al borde la locura sin siquiera estar presente. Quise regresarme a Virginia Beach para verla, en mi interior tenía la inmensa necesidad de pedirle, suplicarle perdón viéndola a la cara, sin embargo, mi estado no era el mejor y casi me fui sobre padre cuando intentó detenerme.
Él y Fabio me sometieron, las voces en mi cabeza me gritaban, exigían que me defendiera y quizá si ellos no hubiesen sabido defenderse, habría cometido una locura peor de las que ya había hecho.
Estaba cerca de llegar a un punto sin retorno, las alucinaciones se hicieron presentes y casi volví a hacerme daño físicamente en un intento por defenderme de aquellos demonios que tomaron forma en un abrir y cerrar de ojos.
«— Lo siento, bonita, pero ya no podemos tenerlo aquí».
Esas fueron las palabras de padre, la noche en la que decidió dejar entrar a casa a los asistentes y enfermeros de la clínica St. James.
Iba a luchar, no pretendía dejar que me llevaran tan fácil porque vi a madre llorar desconsolada en cuanto escuchó aquello, pero cuando vi a todo aquel contingente vestido de blanco y a unos tipos con una camisa de fuerza en mano, mamá se acercó a mí para abrazarme fuerte y tras eso me susurró unas palabras que me hicieron caer de rodillas y me dejé hacer de aquellas personas.
«— No dejes que te pongan eso. Estarás bien, amor, te lo juro. La clínica St. James fue mi hogar por un tiempo, cuando yo también necesité una camisa de fuerza para lograr llevarme. No permitas que te vea así».
Y cuando vi sus ojos miel en busca de una pizca de mentira, no encontré más que verdad y mucho dolor.
La estaba destruyendo.
Estaba doblegando a la mujer más fuerte que conocí en mi vida.
Las lágrimas en los ojos de aquel cabrón duro, como era mi padre, me confirmaron lo culpable que se sentía por hacer tal cosa y quizá por también haber sido testigo de lo de madre, así que me rendí y salí hacia la clínica por mi propio pie.
Durante una semana estuve perdido y aislado de todos, en una habitación de paredes suaves que nada tenían que ver con las que salían en las películas, sino más bien eran recubiertas por esponjas como las que ponen en los parques de niños, para protegerlos de las caídas; me comenzaron a medicar de forma diferente y me quejaba porque dicho medicamento no hacía efecto, pero Fabio explicó que lo haría con el pasar de los días. Me quitaron los antidepresivos ya que comenzaron a dañarme en lugar de ayudarme y de la misma manera me eliminaron el Litio y Risperdal para sustituirlo por Clozapina, medicina usada para casos de esquizofrenia y bipolaridad grave.
En la segunda semana comencé a ver los cambios en mí, me unieron a todas las actividades que ahí se realizaban y me transfirieron de la sala de aislamiento hasta el segundo piso, donde me tocó relacionarme con otras personas; algunas con la misma condición que yo y otras que quizá ya estaban perdiendo la batalla. Vi cosas que me provocaron culillo — como decía Aiden — y que me hicieron sentir que no pertenecía a ese lugar, conocí a gente que necesitaba más ayuda y una noche me encontré rogando para que ellos la hallaran igual que yo.
La comida no era tan buena, pero tampoco lo peor cuando optabas por ensaladas; las camas y almohadas fueron las más delgadas que vi en mi vida y entendí que todo era así para evitar que nos dañáramos. Las duchas eran incómodas y me enteré de que mis padres quisieron alojarme en un área con más comodidades, pero Fabio y Dominik les recomendaron que me dejaran donde estaba; esos dos debían agradecer que ya no estaba desquiciado cuando me di cuenta de esa sugerencia.
Conocí gente que me cayó muy bien, por increíble que pareciera, ya que eran iguales a mí y al hablar con algunos no me sentí fuera de lugar ya que teníamos mucho en común y me dieron una ayuda muy diferente a la que estaba acostumbrado. Lucas fue una de las pocas amistades que hice, él era un tipo de mi edad, egocéntrico hasta la mierda y divertido como Dasher; estábamos atravesando por una etapa similar con la diferencia de que a él la adrenalina lo volvía más loco y al practicar motocross y todo tipo de deporte extremo, lo convertía en extremadamente peligroso. Era originario de California, pero sus padres estaban divorciados, su padre volvió a casarse y se mudó a Richmond; tras una orden de captura girada hacia Lucas por temerario y desorden público, su padre decidió llevárselo con él y recluirlo en aquella clínica.
«— ¿Y tienes novia? — tuve curiosidad de saber, una tarde cuando estábamos cenando en el comedor común.
Servían la cena a las cinco de la tarde.
— ¡Demonios, no! Viejo, esas mierdas son para personas normales, los hijos de puta como nosotros debemos mantenernos al margen. Créeme, es mejor así — dijo seguro y sonreí».
Las visitas eran de una hora diaria y muy temprano, mis padres siempre estuvieron ahí junto a mi hermana y trataban de mostrarse tranquilos para no ponerme mal; los fines de semana podían visitarme por tres horas y a cualquier hora del día, Aiden, Lane, Dasher, Leah y mi demás familia no faltaban. No dejaban de jugarme bromas y a la tercera semana al fin pude reírme de algunas de ellas. Me integré a las terapias en grupo y compartí algunas experiencias cuando casi fui obligado, sin embargo, me sirvieron de mucho.