Daemonium

Capítulo 7: Caer en tentación

La confesión de Eve me tiene preocupado. El ángel puede hacerle algo en cualquier momento y yo no puedo estar a su lado sin correr el riesgo de que ate cabos y sepa de mí. Que algunos sepan que tenemos el mismo apellido es peligro suficiente.

Escucho a los demás llegar, moviéndose por la casa. Pam se acerca a la mesa dejando una bolsa con cosas en ella, me mira sentado en la silla.

—¿Y ahora? ¿Qué hacen aquí tan temprano?

Me alegra que no estuvieran aquí para la entretenida charla que tuve con Evelyn.

—Me dieron el día—dudo que eso sea cierto. Ladeo la cabeza viendo a los demás en espera de sus escusas. Saben que la jefa y gran patrona no está, por lo que están aprovechando el tiempo para hacer lo que les viene en gana.

—Qué te puedo decir, igual a nosotros—Stephan se encoje de hombros.

—Sorpresa—Travon mueve las manos en el aire de forma exagerada.

En otro momento les exigiría que salieran a hacer su trabajo, pero ahora con él ángel cerca de nosotros, creo que esto puede ser lo mejor, al menos hasta que encontremos la manera de deshacernos de él.

Me levanto de la silla, buscando entre mis cosas el libro. Pam me detiene en la puerta.

—¿A dónde vas?

—Necesito aire.

La aparto sin complicaciones. La conversación con la demonio mayor no deja de rondar mi cerebro. Llego al pueblo en minutos, las miradas de todos me siguen por la calle. La paranoia es una mierda, no puedo dejar de ver a todos con desconfianza, con la guardia alta en caso de que quieran saltarme encima y atacarme en cualquier momento.

Entro al primer bar que encuentro, deseoso de esa bebida alcohólica que a los humanos les encanta, me acerco a la barra sentándome en una silla alta. Una mesera se acerca para tomar mi orden.

—Buenas noches. ¿Qué le puedo servir? —saluda con una sonrisa ladeada, sus ojos me reparan sin descaro.

—Una cerveza solamente.

Anota en su libreta, mis ojos miran sus caderas moverse mientras se aleja por mi bebida. Puedo odiar a su creador, pero maldita sea si no hizo un buen trabajo con ellas. No tarda en regresar con un tarro lleno de cerveza, guiña un ojo coqueteando, bebo del líquido sin apartar la vista de la mujer. 

—¿Eres extranjero? —finge estar limpiando su lugar con un trapo.

—¿Qué lo delata?

—Este pueblo es pequeño—apoya sus codos en la mesa mostrando un poco de su atrevido escote, provocándome. —Todos nos conocemos y a ti no te había visto antes.

—Pues tienes razón. Estoy aquí de visita rápida.

—¿Visita de negocios? ¿O vienes a ver a tu novia?—sonrío bebiendo un poco más del líquido.

No puede ser más obvia, solo le falta saltar encima de la mesa para tomarme del cuello y besarme. Antes de que pueda responder alguien choca contra mí, el líquido del tarro cae sobre mí mojándome las piernas, me levanto de un salto de la silla limpiando la zona afectada. Dejo el tarro en la mesa listo para gritarle al idiota que me golpeo.

—Lo siento tanto, no era mi intención...

Las palabras se atoran en mi garganta cuando la veo ante mí aletrada y avergonzada. Maia se mueve agarrando las servilletas de la mesa, apenas soy consciente de como intenta limpiar el desastre en mi ropa. Mis rebeldes ojos se pierden en su figura notando que tiene puesto un atuendo diferente al de esta mañana.

Usa un vestido de tirantes azul con flores blancas que le llega unos centímetros más arriba de las rodillas, su cabello esta recogido en un medio moño, pequeños cabellos rebeldes caen por su rostro perfilándolo, un collar cuelga se su cuello resaltando su piel dorada, el objeto cae muy cerca del valle de sus pechos, que se asoman un poco por el top de su vestido.

Demonios.

Me obligo a apartar la mirada, detengo sus manos alejándolas de mí cuerpo, agarro unas servilletas para continuar limpiando el desastre yo.

—Creo que deberíamos dejar de toparnos de esta manera, Srta. Collins.

Me mira sonrojada, dudo sepa lo linda que se ve así.

—Lo siento de verdad.

—No puedes estar aquí Maia—la mesera le dice cruzándose de brazos.

—Vine con unos amigos—se defiende ella girandose a la pelirroja.

¿Qué?

—No puedo servirles alcohol—sentencia firme la mujer.

—Lo sé, Nicole. Solo venimos a platicar y comer algo. Eso si podemos hacer, ¿no?

—Esta bien. Le diré a Roger que él los atienda—se aleja de nosotros, no sin antes lanzarme miradas coquetas a mí.

—¿Está bien?—la humana me pregunta

—¿Eh?—regreso a verla a ella idiotizado, la humana me mira preocupada. —Si estoy bien.

—Lo siento, no sé que me pasa hoy, parece que amanecí con dos pies izquierdos.

—Se disculpa mucho, ¿no lo cree?—dejo las servillas hechas un desastre en la mesa. Muerde su labio y yo estoy a dos segundos de apoderarme de ellos. Alejo el pensamiento concentrándome—Así que vino con sus amigos.




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