Damphyr

Prólogo.

Prólogo.

 

La historia ha demostrado que el mundo perfecto no existe. No importa cuanto se desee, ninguna joya del viejo o nuevo mundo es permanente, y en cualquier momento, es posible que todo pase de ser un paraíso a volverse el mismo infierno. Livena era una de estas joyas del mundo oculto, una en la que se respiraba la paz entre linajes, ¿Quién habría imaginado que esa misma noche, las llamas consumirían aquel lugar sin compadecerse? Cientos de familias se quedaban sin hogar; no había heridos, no se trataba de un accidente pues todo había sido planeado para esa noche precisa.

Una marcha rápida y ardua entre dos jóvenes en dirección a los enormes pastizales, iluminados por la luz de la luna sobre ellos mientras que por detrás las llamas de las antorchas les siguen el paso. Entre gritos e insultos, el paso se ve apresurado a un grado inhumano, llegando al punto central donde la hierba es más alta y densa. Ambos individuos empiezan a marchar en un paso lento y sigiloso, mientas las antorchas buscan con perseverancia en los alrededores.

-No deben haber ido lejos –resitó una voz en las cercanías–, si alguien los encuentra, no intenten pelear contra ellos solos. Pidan ayuda, ¿entendido?

-¡Sí! –exclamó la multitud.

Un par de ojos ámbar observaban con atención desde las sombras, siempre alerta de a donde moverse y cuando hacerlo. El otro par de tonalidad azul brillante se entrecerraban, jadeando por el dolor producido en su zona media del cuerpo.

Los jadeos poco a poco se volvían sollozos, mismos que fueron silenciados por la mano del joven de ojos ámbar, quien intentaba sonreír a su compañera.

-Todo estará bien –susurró, ocultándose entre el pastizal–, resiste un poco más. Pronto solo seremos nosotros tres.

-Tengo miedo –declaró su compañera entre lágrimas que amenazaron con salir.

-Yo también cariño, pero debemos ser fuertes. No dejaré que nada malo te pase. Te lo prometo.

Un par de minutos más tarde, las luces continuaron avanzando hasta dejarlos a ambos a oscuras. La luz de la luna poco a poco se cubría con las nubes del cielo nocturno y hacían ver a Livena como una joya perdida en la historia por venir. El joven se incorporó con demasiada precaución, observando sus alrededor para cerciorarse de que nada ni nadie los vigilaba.

-Todo parece seguro, debemos irnos. El puente está abierto.

Sostuvo la mano de su contraria, guiando de ella por debajo de las hierbas en dirección a las ruinas de Livena. Si todo marchaba bien, era más que seguro que muy pronto podrían marcharse de ese lugar y vivirían como alguna vez lo desearon. Juntos.

Tardaron más de lo que podrían haber deseado, pero al final, el pastizal había quedado atrás. Ambos contemplaron desde su sitio aquella ciudad en llamas; los edificios y hogares caían poco a poco y nadie tomaba luto por aquel momento.

Conforme fueron avanzando, el camino parecía más y más tranquilo, de manera que causaba sospechas con respecto a si de verdad todo estaba siendo normal. Todo parecía bastante tranquilo. Algo que desde el punto de vista del varón, era de temer.

-Ya estamos cerca –indicó el varón–, pero...

-Pero, ¿Qué? ¿Sucede algo?

-No lo sé... -expresaba aquel chico mientras miraba de nueva cuenta a sus alrededores–, tal vez no es nada, solo mi imaginación.

-No me des esos sustos, tonto.

-Lo siento, sigamos.

El camino ilustraba una serie de estructuras flamantes, donde unos cuantos tejados colapsaban y se desplomaban a los pies de aquella pareja. Por donde vieran, lo único existente era caos.

-Ahí, ¿lo ves?

Ambos miraron hacia el oeste, percibiendo un gran edificio del cual emanaba un brillo intenso en el techado. El puente.

-Tenías razón. Querido, lo logramos.

-Por supuesto.

Un silbido en el aire apenas fue audible para uno de los dos. El joven de ojos ámbar apenas pudo reaccionar, girando con rapidez para cubrir a su contraria y ser él quien recibiera el ataque. La chica se mantuvo quieta, observando la escena que –para ella– le resultaba irreal. La punta de la flecha sobresalía de la espalda de su pareja, y el joven frente a él apenas y se mantenía en pie, sangrando no solo a través de la herida sino por la boca. Tosía, su cuerpo parecía comenzar a temblar y poco a poco, cayó frente a ella.

Por detrás de ambos, una figura oculta entre las llamas permanecía con su brazo izquierdo en dirección a ellos, apuntando sin miedo de una larga y pesada ballesta, en la que con su otra mano colocaba una flecha más, dispuesto a acabar con ambos individuos.

-No es nada personal –declaró aquel–, tú lo sabes bien. Nada de esto hubiera pasado si hubieses acatado las reglas.

-Si vas a matarme... hazlo ya –expresaba la joven, cerrando sus ojos y agachando la cabeza. Veía a la figura de su pareja, sintiendo u dolor indescriptible en el pecho pues jamás habría imaginado que aquello sucedería. Sus cabellos rubios caían en su rostro. Se había rendido.

-Si así lo deseas.

Un sonido metálico resonó en el aire, la flecha se movía a gran velocidad y con furia. Directo al pecho de la joven.




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