Damphyr

1.3 Crinos.

Crinos.

Antes de la isla. Antes de la celda, de las palizas y de todo el sufrimiento. Antes de todo aquello, solía creer que la vida podía tener algo para mí… Tan solo creía de una manera estúpida en que las cosas podían ser mejores. Que equivocado estaba en soñar demasiado.

¿Cuándo fue la última vez que soñé? Cuesta trabajo recordar algo tan complejo como el último suelo y, por supuesto, la fecha exacta en que sucedió. Tal vez fue hace poco, o hace mucho tiempo, a decir verdad, ¿Qué día es hoy? ¿Dónde estoy?

¿Qué sucede?

El sonido de la lluvia resonaba en los tejados, había una suave brisa acompañada por un aroma a madera húmeda y a la frescura del bosque. Todo parecía perfecto, hasta que un trueno resonó en los cielos. Un trueno. La tormenta.

«Imbécil… ¡Te mataré!»

Un sonido eléctrico regresó hacia mis oídos y luego, el sabor salado del océano comenzaba a invadir mi boca. Yo… ¿Dónde estaba?

Intenté levantarme, pero una mano de tez muy blanca se posaba contra mi pecho; mis ojos se habían abierto y de pronto, todo aquello había desaparecido.

-No deberías levantarte aún, no estás en condiciones de hacer mucho en estos momentos.

Su voz resultaba tan familiar que era imposible no sentir ese nudo en el pecho. Su mano se mantenía contra mi pecho mientras una sonrisa se iluminaba en su rostro; sus ojos verdes resplandecían en medio de toda la luz de la habitación y el tono rosado de sus labios parecía resaltar aún de tan profunda mirada. Su cabello castaño rojizo caía entre su rostro y por detrás de su oído derecho; su imagen en sí resultaba algo atractiva aun cuando era consciente de que para ella no significaba lo mismo sobre mi persona. Su largo vestido dejaba expuestos sus hombros rosados por el sol, haciendo lucir por ello la tez tan pálida de sus brazos y parte de sus piernas. Resultaba interesante como alguien tan sencilla en tema de ropa podía siempre proyectar una buena imagen.

-¿Te sientes mejor? –preguntó.

-¿Cómo dices?

-Tu cuerpo –señaló con su dedo sobre mi pecho, ejerciendo algo de presión para que un ligero quejido se hiciera presente–, después de lo ocurrido, pensé que querrías descansar.

Ella se incorporó de la cama, acomodando la seda en su vestido antes de dirigirse a la puerta de la habitación. La lluvia no dejaba de caer, y estaba seguro de que al temperatura estaba descendiendo ahí dentro.

-¿Dónde estoy?

-¿De qué hablas? –dijo con cierto humor– En casa, bobito.

-¿Cómo dices?

-Zeeb, estás en casa. Tennessee. ¿Te sucede algo?

No pude dejar de observar mí alrededor. Los muros, el suelo, la cama. ¿Qué demonios estaba pasando? Por más que lo viera o lo sintiera, aquello no podía ser real, ¿o sí? Tal vez… ¿Qué otra cosa podía decir? ¿Qué era un sueño? ¿Una alucinación?

¿Estaría muerto y aquí pasaría el resto de mi vida?

-¿Te sientes bien? Es raro verte tan callado.

No respondí a su pregunta, no estaba del todo seguro de cómo me sentía por el simple hecho de no reconocer que era lo que pasaba a mi alrededor.

-Creo… Parece que tuve una pesadilla.

El rostro de la castaña se mostró sorprendido, dando un paso atrás antes de poder mirar en mi dirección con curiosidad. Su rostro y parte de su cuerpo se habían ladeado, dejando ver entre el mismo su cabello caer en la misma dirección, esta vez cubriendo parte de sus mejilla izquierda junto a una zona de sus labios. Luego de recobrar la postura, aquella joven se acercó hacia mí, usando una de sus manos para elevar mechones de mi cabello y así, depositar en la misma un casto beso seguido de una risa silenciosa y un tanto infantil.

-Ya todo está bien, mi lindo.

Aquella frase fue lo que hizo del naufragio mental una calma guiada. Comenzaba a recordar un poco.

-¿Rose?

-¿Acaso esperabas a alguien más? –decía con cierto tono infantil. Parecía molesta– Me haces sentir que pensabas en alguien más.

-¿Qué? ¡No, nada de eso!

Un dolor recorrió mi pecho y mis brazos. Al intentar levantarme, el dolor me hizo devolverme a la cama, jadeando con desesperación al no comprender muy bien el porqué de lo sucedido. Rose no tardó en acercarse, colocando sus manos contra mi pecho antes de que un brillo blanquecino iluminase entre los dos.




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