Damphyr

2.2 Caminos

Caminos

-Todo parece normal –señalaba Francis, utilizando su equipo médico mientras iba tocando y revisando las cicatrices que seguían desde mi hombro hasta el abdomen–. No parece haber señales de traumas o complicaciones orgánicas. Ahora bien, ¿has presentado mareos, desmayos o dolores de cabeza?

-No.

-Entiendo, ¿sigues sin recordar el impacto o que sucedió cuando naufragaste?

-Me temo que no –mentí–. Lo lamento. ¿Hay algún problema con eso?

-No podría decirlo con exactitud. La amnesia podría deberse a muchas cosas, pero sin el equipo adecuado no podría deducir si hay daño interno en tu cabeza. Mientras tanto, estoy seguro de que eres una persona afortunada, incluso tus heridas han sanado bastante.

-Entonces, ¿puedo irme ahora?

El tono amable del doctor Dubois se extinguió tan pronto la pregunta se lanzó. El señor E. y Michael se encontraban afuera del consultorio Dubois mientras Ivan se dedicaba a su trabajo en el puerto con los pescadores. El resto de la tripulación iba y venía entre el puerto y la ciudad de Sagunto, no obstante, el trato con ellos no era del todo cercano como el que podía tener con los demás.

Su rostro descendió apenas unos centímetros en dirección a mi herida, refutando gran parte de lo que E. me había dicho con respecto a Dubois. Él no formó parte de la tripulación hasta unas semanas antes de la gran tormenta, por lo que para E. seguía siendo una persona sospechosa y con una actitud demasiado inusual entre personas. Yo era una de sus excepciones.

-¿Doctor?

-No lo olvides, la siguiente revisión será en dos semanas más, aún tengo interés en tus cicatrices. ¿Duelen?

Su índice señaló sobre mi pecho, y tras dirigir la mirada en dirección a las cicatrices, solamente pude meditar al respecto para así negar. La verdad era que no me dolía, y por supuesto, no estaba seguro de si en algún momento llegó a doler tomando en consideración que había pasado días inconsciente, por lo que la sensación me resultaba ajena.

-Comprendo, bien. Supongo que por hoy es todo. Nos vemos esta noche.

-¿Esta noche?

-No te lo dijeron, ¿verdad? Es el festival. La gente desde que se obtuvo la paz hacen una especie de carnaval, hay fuegos artificiales, comida y flores. Flores por todas partes tanto en el puerto y en la ciudad; es posible intercambiar objetos o en todo caso, comprar y vender. Creía que E. te lo diría.

-Tal vez no lo sabía –dije como una forma de defenderle.

-Puede ser, o solo no quería que lo supieras.

La discusión o conversación pudo haber proseguido mucho más, pero hasta yo debía entender los motivos que tenían cada uno para odiarse, claro que desconocía los motivos de Dubois y, a decir verdad, no tenía la intención de conocerlo. Con el paso de los días, Dubois daba a la luz su verdadero rostro y no era tan amable como podía llegar a reflejar con el mundo entero.

-Debo irme, ya es algo tarde y aún tengo deberes.

-Nos vemos, Damp. Oh, lo olvidaba: necesito que me des una muestra de sangre.

-¿De sangre? –Pregunté con algo de confusión, observando al doctor con incertidumbre– ¿Para qué necesita sangre?

-Son solo protocolos, lo normal.

-Y, ¿es necesario?

Una vez más, la pregunta dio un efecto de corte en el semblante de Dubois, quien únicamente lanzó una sonrisa bastante peligrosa y siniestra antes de negar con la cabeza. No habló, únicamente negó para poder levantarse y abrir la puerta de su consultorio; despidiéndose con un ademán que hizo con la mano. Al salir, Michael se mantenía fuera del auto mientras E. se encontró en el asiento del copiloto mientras observaba su teléfono celular. No hacía falta ser un genio o un chismoso para saber que lo único que revisaba eran noticias.

-¿Todo bien con Don rarezas?

-Algo así. Lo de siempre.

La mañana había sido más larga que de costumbre y podía deberse al hecho de que era de los pocos días en los que no había entrenamiento o trabajos en el puerto. No era el mejor pescador, pero era bueno para llevar la carga a los negocios, incluso como ayudante era mejor aún cuando algunas cosas que cayeran en el trayecto, pero como pescador era todo un asco.

Pasadas unas horas de haber arreglado todo y de haber conseguido recoger a Ivan. Todos nos marchamos a casa, donde E. no hizo comentario alguno sobre la fiesta. En ese aspecto, debía reconocer que Dubois tuvo la razón y yo había quedado como un idiota. Mientras todos los demás iban y venían, yo opté por una ducha para remover el sudor y el olor a pescado que se impregnaba como un muy mal perfume; mientras los minutos pasaron, alguien tocó a la puerta sin decir nada, y al preguntar de quien se trataba, fue Ivan quien respondió solo para señalarme que al terminar bajara a la sala, que E. quería hablar con nosotros. No pensé en de que se trataría, y solo me dediqué a seguir con la ducha.

No paso mucho tiempo antes de bajar a la sala, vistiendo con la ropa deportiva que Michael me había dado para entrenar. Michael e Ivan estaban sentados en la sala junto a E., nadie hablaba y solo esperaban por mí, y tras sentarme, no dije nada pues esperaba que fuera otra lección sobre Dubois o sobre el trabajo.




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