Damphyr

2.3 La verdad.

Realmente lo estaba.

Había estado tanto tiempo perdido y, tal vez, en todo éste tiempo nunca quise empeñarme en buscar un camino. Solo esperaba que las cosas avanzaran bajo su propio curso sin siquiera esforzarme en que las cosas realmente avanzaran como yo deseaba.

 

Los días en Sagunto eran característicos por su tan impredecible clima; no era que un día estuviese soleado y al otro hubiera huracanes o fuertes nevadas, pero lo que si existía eran días lluviosos que podían variar en el día. Sin embargo, eso no era lo más extraño, pues la lluvia en Sagunto –como decía E. y el resto de la tripulación– era lo más normal que uno podía ver a lo largo y ancho del puerto y la ciudad entera.

Aquel día en particular, fue uno de los más impredecibles que yo pude haber presenciado tal vez en toda mi vida.

Cuando salí del anfiteatro y regresé a donde había acordado de reunirme con Michael, caí en cuenta de que ya era tarde al preguntar a alguien por la hora y por supuesto cuando regresé a casa y E. estaba con Michael discutiendo sobre mi paradero, al menos hasta que me vieron llegar y la discusión se tornó en regaños, gritos y más regaños. Pero, todo aquello no parecía tener importancia, no con todo lo que en ese mismo día tuve que aprender como si hubiera pasado más tiempo. Ante aquello, los reclamos eran algo de poco interés.

Los días parecían transcurrir ahora más lentos. No era que todo se viera en una especie de cámara lenta, sino que ahora los días eran más largos y las noches más cortas. El tiempo estaba cambiando para mí y las cosas parecían crear nuevos significados.

El bastón estaba al lado de mi sofá, apoyando las rosas siempre contra la ventana. Aquellos pétalos tallados en madera, parecía que en cualquier momento se atreverían a brotar, pero aquello era lo mismo desde hacía ya algunos días, por lo que no tenía sentido esperar a que aquello pasara realmente.

-Es hora de entrenar –era Michael.

-Creí que aun estaría castigado.

-Eso no te quita tus responsabilidades. Supe que no fuiste al puerto a descargar.

-E. dijo que no podía salir.

-Sin supervisión –corrigió con molestia–. E. te matará si se entera. No puedo estar cubriéndote todo el tiempo.

-No necesitaba que lo hicieras, tengo planes dentro de unos días más.

La maleta donde guardábamos bebidas y armas, así como los sándwiches, voló en mi dirección para que mis manos pudieran atraparla. Michael no estaba de humor puesto que él también tuvo que vérselas con E. mucho antes que yo y por supuesto después de que a mí me mandaran a la habitación.

-Nos vamos en 5 minutos.

-10.

-5 –repuso.

-10, por favor. Aún debo hacer mis cosas. No me mires así, por favor –expresaba con un humor pésimo–. No voy a escapar. Lo prometo. Siguen siendo dos pisos y no quiero romperme una pierna por algo así.

-... Como odio cuando actúas así –renegaba mientras se tocaba la sien–. Date prisa.

-¿Irá Ivan?

-Está con E. nosotros vamos a hacer nuestro entrenamiento solos.

-Eso si va a ser interesante.

La puerta se cerró detrás de Michael para dejarme una vez más a solas. Contemplé el bastón por un momento, pensando en las palabras de Alan y recordando el encuentro tan inesperado al que me habían obligado a pasar. Al final, llevé éste sobre la mochila mientras comenzaba a cambiarme la ropa por la deportiva con la que debía de entrenar.

Una vez listo. Vi de reojo el bastón y lo sostuve entre mis manos.

-Quizás...

Respiré profundamente, adoptando la postura con la que solía entrenar con Ethan y posteriormente con Michael, pero en esta ocasión, mi derecha tuvo que ir hacia atrás con el bastón sostenido. Recordaba los movimientos de Alan, y al tratar de imitarlos, aquel objeto se sintió más pesado y en el movimiento acabó por resbalar de mis manos y golpear con fuerza la ventana, rompiendo esta y saliendo hasta el jardín.

-¡¿Qué pasó ahora?!

-¡Fue sin querer!

 

El entrenamiento había consistido en algo totalmente distinto a los demás; más allá de algo físico, Michael se ocupó de enseñarme a apuntar y disparar en movimiento y a objetivos a grandes distancias. A simple vista podría parecer que no era la gran cosa, pero la realidad era que algo tan absurdo como apuntar costaba trabajo por el peso que el arma por si sola tenía. Sin embargo, no resultó en algo tan difícil conforme las horas pasaban y las balas escaseaban.




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