Damphyr

2.5 La Despedida.

La Despedida. 

Los días avanzaban con lentitud, era como ver un reloj de arena con las pepitas qué salían de la zona superior por el cuello, pero no caían. Se mostraban suspendidos, y eso ciertamente –para alguien como yo–, resultaba en algo frustrante el sentir el flujo del tiempo marchar tan despacio a pesar de que todo a mi alrededor no lo fuera. 

Temprano por las mañanas, salía con Edge a entrenar en las ruinas del castillo; solíamos tomar dos o tres horas con entrenamiento cuerpo a cuerpo y tiro con los Destroyah qué requerían de munición física, pues “mi arma” no respondía aún a mi deseo de disparar. Luego de eso, procedíamos a viajar hasta el puerto, donde solíamos apoyar con las descargas de los botes, otras veces, ayudábamos con el mantenimiento de los lugares cercanos y, en otras ocasiones, yo era el encargado de llevar ciertos pedidos a diferentes lugares del puerto o incluso de la ciudad con ayuda de alguien que me llevara hasta allá. No era un mal trabajo, con la excepción de cuando debía asistir a ver a Dubois; no era una mala persona, pero fuera de su papel como médico, debía reconocer qué su actitud como persona o intento de amigo no era realmente agradable. 

 

Ese día –desafortunadamente– era mi última visita al consultorio de Dubois, así como era día de llevarle su inventario médico. 

El camino no representó mucha molestia, pero el problema real estaba en que Edge no estaría conmigo esperando, puesto que él tenía más trabajo por hacer con otro bote de pesca. Alguien se había ofrecido a llevarme, pero el regreso corría por mi cuenta. Una vez que bajé las cajas con el pedido del doctor, la mujer que me había llevado solo se despidió, comentando qué si debía regresar solo fuera a la estación de autobuses y que alguien me llevaría, y así, se marchó. 

Toqué a la puerta un par de veces. No me gustaba la idea de tocar el timbre pues era sumamente ruidoso, tanto que no imaginaba como debía ser cuando alguien lo usaba por las mañanas o si al menos alguien realmente lo usaba por segunda vez luego de escucharlo. 

-¡Un momento por favor! –decía Dubois al interior de su hogar. 

Suspiré con cierta resignación, pues, no era solo el hecho de visitar a alguien que se tornaba incómodo, sino que ahora también debía esperar por él. Resignado, me crucé de brazos y esperé, tomando asiento sobre las cajas qué antes había tenido qué cargar, cuidando el no apoyar mi peso por completo sobre las mismas pues no deseaba qué algo de ello llegara a estropearse. No quería tener que verle la cara dos veces seguidas en un mismo día. 

Los minutos pasaron, y constantes bostezos emergían de lo más profundo de mi boca. Estaba aburrido, y a decir verdad, tal vez no me necesitaba ahí, es decir, bien podía ir Dubois a casa de Edge y pagar, aunque esa opción tampoco era del todo inteligente…  tal vez era mejor irme y no recibir el dinero. Ya inventaría algo al respecto. 

Me levanté de donde estaba, estirándome un poco antes de poder caminar un par de pasos antes de escuchar una risa proveniente del interior de la casa. 

La puerta se abrió, y de ella, una figura femenina apenas vestida salía entre risas y chapoteos al lado de Dubois (quién mostraba para su profesión un aspecto un tanto…  descuidado). 

-Oh –dijo la fémina–, que lindo es –le decía a Dubois conforme ella arreglaba su cabellera entre castaña y pelirroja, dirigiendo finalmente su mirada hacia mí–. Tú debes de ser Damp. 

-Doctor –expresé, intentando no ver de aquella mujer, a quién parecía que las prendas qué vestía apenas y le cubrían con esfuerzo–. Sus paquetes llegaron. Me han pedido qué recoja el dinero para llevarlo con el capitán del navío Lockwood. 

-Damp –decía Dubois –, no esperaba verte aquí. Tu cita era más tarde y, creo que me has tomado por sorpresa. 

-No se preocupe por eso –respondí con cierto humor–, ya me siento mejor, y en dos días me marcaré. Tengo un viaje pendiente. 

-¿Viaje? 

No era adivino, pero no hacía falta serlo para identificar cierta molestia en el rostro e Dubois, quién –sin pensarlo– se alejaba de la mujer a su lado para acercarse hacia mí, ayudando por primera vez con las cajas fuera de su casa mientras la fémina simplemente permanecía callada y observando. 

-Adelante, por favor –dijo Dubois. 

-No, de verdad ya debo irme. Además no quisiera ser una mala compañía. 

-Verónica ya se iba, ¿no es verdad? 

La mujer se sorprendió ante el comentario de Dubois y su apresurada afirmación. Sin embargo, solo fue cuestión de un cruce de miradas y la sonrisa del doctor para que la mujer cediera, bajando la mirada mientras acomodaba sus prendas, resonando los tacones qué llevaba por debajo. 

-Fue un placer conocerte –dijo ella, despidiéndose con un beso en mi mejilla y levantando el dedo medio en dirección al doctor–. Adiós Francis.

El varón suspiró, negando mientras cargaba una de las cajas y daba media vuelta hacia el interior de la casa. –De verdad lo lamento– dijo él mientras dejaba todo en su despacho al haber subido al segundo piso; yo iba detrás de él, con las dos cajas restantes para bajarlas con cuidado mientras él le dejaba caer como si no significaran nada. Edge y Michael tenían razón: nadie conocía de verdad quién era realmente el doctor Francis Dubois. Eso hacía de aquel individuo alguien peligroso en muchos de los aspectos. 




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