Damphyr

4.2 Segundo Contacto

Segundo Contacto 

 

El teléfono había timbrado una y otra vez durante toda la mañana, y en todas las ocasiones, no llegué a responder; en primer lugar, el teléfono estaba lejos puesto que la mochila se encontraba tirada y a un metro o dos de la cama, y además, no tenía el ánimo de atender nadie en aquellos momentos. Sabía que se trataba de Michael ya que era el único que sabía de mí, claro que no descartaba qué se tratara de Edge, pero si fuera él no me atrevería a responderle. No tendría cara para aquello, es decir, ¿qué le diría? ¿Cómo podría siquiera dirigirle la palabra luego de haber huido sin más? De verdad que no podría, y tal vez, lo mejor sería dejarlo hasta que él encontrara la resignación. Estaba seguro de que Edge era tan noble que me entendería, pero aún así…  no tenía el corazón para preocuparlo, no después de todo lo que hizo por mí. 

Había esperado a que el sol saliera y pudiera iluminar mi habitación, pero incluso luego de eso y de que el teléfono dejó de sonar, sencillamente acabé por hundir el rostro nuevamente contra la almohada, sintiendo como a mi lado el gato comenzaba a estirarse con pereza; sus zarpas se retraían luego de haber acabado su estiramiento, y al final, solo ronroneó para finalmente poder bajar de la cama y ver como su pequeña silueta salía de la habitación hacia la parte de la cocina. 

-Si te comes algo, te mueres… 

Era una amenaza sin sentido, pues claramente aquel animal no entendía –o ignoraba– mis palabras y lo dejaba en claro al seguir su marcha. 

Cerré los ojos durante minutos… Horas.

A decir verdad, nunca conté el tiempo. Podía sonar extraño, pero tal vez era hora de ser alguien diferente, es decir, tenía miedo a la muerte, a no ver a Rose de nuevo pero… no lograría nada huyendo. Las cosas no cambiarían si solo huía una y otra vez. 

La mochila había quedado vacía y acomodada en un rincón de la habitación; las cosas habían vuelto a su lugar salvo por la puerta destrozada y la comida que el gato se había comido del refrigerador. Tras despertar, lo único restante para mí había sido el poder ordenar y limpiar mi espacio de pies a cabeza. Había tenido qué buscar entre departamentos y pisos de lo necesario: desde trapeadores y trapos hasta jabón y más artículos para el hogar. El único problema ahora era la puerta, solo eso. Todo estaba en orden, pero resultaba extraño ver la puerta principal destrozada y ni siquiera saber como podría cambiarla. Tal vez le pediría a Donald qué la cambiara luego, el problema era qué no sabría como explicar lo sucedido; uno no podía solo llegar y decir “cambia mi puerta, unos tipos murieron en mi primera noche junto a una cosa horrenda con alas”. 

Cómo sea, eso sería algo que atendería más tarde, pues por ahora lo mejor era salir a conseguir un poco más de información. 

Me vestí con la ropa que había usado poco antes de llegar a Valencia; aún tenía algo de lodo seco, pero estaba seca y todo aquello se le podía remover. Una vez vestido, solo tomé de la mochila y el bastón de Alan para salir de casa, sin embargo, no pude evitar la idea de mirar atrás. 

-Dame eso… 

El gato saltó de la cama en cuanto mis manos alcanzaron los cinturones de cuero qué ataban las vainas y la funda del arma. Había colocado estos en mi cuerpo para que las dagas se guardarán sobre mis costados mientras la Destroyah volvía a un lado de mi muslo. No tenía miedo de que alguien las viera, pero debía ser un poco discreto al respecto y por ello, la mejor opción sería buscar de algo grande que pudiera cubrir de aquellas armas; di media vuelta para salir finalmente de la habitación, moviendo el bastón entre mis manos mientras observaba este de reojo una y otra vez durante el descenso por las escaleras. 

 

Ruzafa no era –al menos ante mis ojos– el lugar más elegante o ilustre de los que ya había conocido. Claro que no conocía más de 4 o 5 sitios en toda mi vida, pero ese no era el punto; dejando de lado el hecho de que no podía acercarme demasiado a la plaza principal, el resto de la situación podía ser medianamente aceptable. 

Había encontrado entre mi recorrido un local donde vendían diversas cosas: desde armas, ropa, comida e incluso “objetos mágicos”. Algo demasiado extraño, pero en cierto punto, divertido. 

Había buscado entre todo lo que ahí tenían para encontrar un viejo abrigo. No estaba seguro de que estaba hecho, pero sin duda era algo pesado y me quedaba grande –nada que no pudiera solucionarse con un par de cortes–, fuera de eso, era ideal. Cubría las dagas lo suficiente, aunque la pistola se quedaba a la vista de todos, aunque eso no era del todo un problema. Además del abrigo, había optado por comprar una pequeña arma qué llamaban puño de hierro, siendo un pequeño cuchillo u hoja que terminaba en un mango qué se sostenía entre los dedos, era algo muy curioso, pero al verlo resultaba útil en mi imaginación; con ello había conseguido algo un poco más… convencional. No sabía porque, pero el dueño me había ofrecido una vieja pistola de nombre Baretta 92: una pistola mucho más pequeña qué la Destroyah, con un cargador pequeño y que parecía funcional pues el dueño había pegado un tiro al aire dentro del lugar. Tras negociar con él, había conseguido todo por un precio medianamente razonable, o eso sería a menos que hubiera tenido todos mis créditos como cuando llegué. En esos momentos, ya estaba ahora sí sin un quinto. 




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