Damphyr

4.4. Revelaciones.

Revelaciones.

El tiempo que pasé en Sagunto me había ayudado a comprender dos aspectos de mi vida qué eran incorregibles: no era de esa clase privilegiada de personas que aprendían a conducir; también había aprendido qué no era de los que les gustaba compartir un espacio con otras personas. Michael e Iván no eran malos compañeros de cuarto debido a que eran demasiado callados, que casi nunca estaban y que normalmente solo llegaban a dormir; el problema tal vez era realmente qué no me incomodaba compartir la habitación –una habitación qué no era mía– con dos hombres, pero ahora, compartir con una mujer se sentía bastante extraño. Con Rose no existía ese problema, no en la cabaña; a pesar de ser un espacio algo limitado, cada uno tenía una habitación y por ello el tema de la privacidad no era problema alguno, pero con Irina… no puedo negarlo, a pesar de que solo han pasado unos días, ya extraño mi espacio personal.

No lograba ser como Ethan, lo que en cierto sentido era algo bueno y malo en un segundo o tercer plano; Irina  era la clase de persona que entraba rápidamente en confianza y generaba con facilidad una sensación de asfixia a quien se le acercara, comprobando aquello cuando conoció de Fox y el gato en el departamento, pero también fue claro unos días después qué era la clase de persona que se esforzaba por conseguir lo que quería.

Aún sin desayunar, aquella chica se mantenía un tanto positiva a pesar de que llevaba prácticamente un día entero transportando medicamento y equipo de atención médica de un lado a otro; los hospitales de los alrededores no contaban con gran personal para cubrir todas sus áreas, entre ellas el mantenimiento. Por ello, nosotros debíamos intervenir. Irina, algunos conocidos de Fox y dos o tres hombres de los hospitales íbamos en tres vehículos distintos con medicamento para dos hospitales diferentes al final del día; el sol apenas había cruzado tres cuartas partes del cielo qué se levantaba y vestía sobre nosotros en distintos colores, nadie hacía ruido, y nadie decía nada. Todo realmente tenía un tinte de calma, salvo por una chica de cabellera pelirroja y ojos azules qué no hacía más que tararear mientras en medio del vehículo, giraba el rostro una y otra vez en mi dirección mientras sostenía entre sus manos una vieja libreta de gran tamaño junto a un lápiz qué parecía que desaparecería en cualquier momento. El conductor no hacía más que hablar por una vieja radio, informando sobre el último pedido de ese día en el hospital de Vithas Nisa, mirando de reojo por el retrovisor hacia nuestra dirección solo para referir –a quien debía ser Fox– qué luego de aquello él se volvería para descansar, dejando en claro con ello qué el camino a casa sería a pie.

-No entiendo porque tuve que venir yo también –replicó en voz baja Irina, atenta a su libreta mientras parecía forzarse a no moverse tanto con el auto–. Esto es demasiado trabajo, bien podía quedarme en casa.

-No iba a dejarte sola, no sabemos aún si ibas a tratar de huir.

-No lo hice hace tres días –contestó de mala gana–, ¿Porqué lo haría ahora?

-Uno nunca sabe. Aprendí eso de alguien hace años…

-Ese alguien, ¿tiene nombre?

-Lo tuvo, alguna vez –respondí–, pero ya no importa. Los muertos no necesitan nombre.

-Qué profundo…

-A todo esto, ¿qué haces? –Fue inevitable no sentir curiosidad, dirigiendo mi mirada hacia aquella libreta poco antes de sentir el teléfono vibrar– Un momento.

Se trataba de un mensaje de E.

Hacía mucho tiempo que no recibía uno de él. Desafortunadamente, no era el momento para leerlo; a pesar del tiempo, no había respondido a ningún mensaje de él y tal vez así era mejor. No lo veía como a un padre, pero tampoco le permitiría exponerse solo para tratar de ayudarme, no después de haber causado tantas molestias. Casi podía escucharlo resaltándome qué aún le debía una ventana.

-¿Todo en orden? –Aquellos ojos azules centellearon mientras él conductor doblaba en una esquina, empezando a detenerse mientras su copiloto bajaba del auto– Juraría qué te perdiste durante un instante.

-¿Bromeas? Estoy mejor que nunca –mentí–, todo está en orden… vamos, tenemos trabajo por hacer aún.

-¿No podemos descansar un poco?

-Si no trabajas, no hay paga –intervino el conductor de mala gana, azotando la puerta del vehículo en un intento fallido de impresionar–.¡Jeff! Necesito el cargamento dentro en tres minutos. ¡Damp! O mueves a esa chica o no habrá dinero para ti.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.