Damphyr

4.5. Pecados.

Pecado.

Toma mi vida se había devuelto al mismo lugar en donde había comenzado, pareciera que no importaba el esfuerzo o la máscara pues al final, todo aquello no bastaba para devolver al viejo Zeeb a un estado en el qué era víctima de sus emociones y el miedo; no me atrevía a decir que odiaba esa vieja faceta de mí, pero muy en el fondo, solo quería ocultarla del mundo exterior y reforzarla cada vez más con una armadura impenetrable, y al parecer, Damp no estaba resultando en esos momentos ser la armadura perfecta. La incertidumbre se apoderaba de mí a cada segundo, y ciertamente odiaba qué eso sucediera por algo tan insignificante como podía ser una coincidencia, aunque el problema residía en ese mismo detalle: Ni siquiera Michael, ni Edge sabían mi nombre real, y dudaba rotundamente qué Alan tuviese algún parentesco con los Molbori.

Se suponía qué venía en busca de respuestas. Había escapado, y viajado durante tanto tiempo y una larga distancia solo para darme cuenta de que todo estaba siendo en vano; a donde fuese qué dirigiera la mirada no había nada más que penumbra y una nueva interrogante.

Era un verdadero fastidio no tener respuestas y aún más cuando parecía que todo el mundo sabía algo más que yo; odiaba navegar a ciegas y eso no era algo bueno pues la irá me consumía, dándole paso a la decepción y el dolor.

-¿Qué habrías hecho tú?

Mis dedos acariciaron la rosa qué se levantaba sobre el bastón de madera qué solía pertenecer a Alan; sin aroma ni color, y apenas consiguiendo percibir la con la mirada, era qué apreciaba la belleza de aquel objeto mientras las lágrimas parecían volver a emerger.

-Tú habrías sabido guiarme y, sin embargo, me dejaste solo. S-si tan solo hubiera sido más fuerte en aquel entonces… estoy seguro que seguiríamos juntos. No pude protegerte… lo siento, Rose.

Mi quijada se tensó en un intento de no sollozar, pero en consecuencia las lágrimas brotaron sin menor advertencia. Mi pecho se había comprimido a tal punto qué se tornaba en algo sofocante. Luego de haber limpiado la sangre de los muros y poder ducharme, el resto de la noche la había pasado en el sofá de la sala, contemplando aquel bastón con gran esfuerzo mientras él frío se volvía cada vez más y más penetrante en todo el sitio, aunque eso realmente no era lo que más me importara en esos instantes; justo ahora, era fácil cuestionarme si todo lo que había hecho hasta ahora realmente valía la pena. Tanto tiempo fuera, y nunca aprendí nada de ellos. Eso si qué era algo decepcionante. Tal vez Ethan tenía razón, y al salir de la celda solo sería abrir los ojos ante una realidad cruel como en aquella ocasión. Quizás, una vez fuera… no habría nada para mí. Alan no se había equivocado –o tal vez sí–: estaba perdido, y no había un destino claro para mi camino; esta vida estaba fuera de mi control y parecía que ahora era no más que un peón en un juego manipulado por la desesperanza.

Dejé caer mis párpados por unos instantes solo para dejar escapar un largo suspiro mientras el bastón quedó descansando sobre el sofá mientras mi cuerpo rotaba noventa grados para que mis pies pudieran encontrarse con la madera fría del suelo.

En estos momentos, no dejaba de creer que mi lengua materna se habían vuelto mis pensamientos. Nunca fui alguien de muchas palabras, ni siquiera con Rose llegaba a abrir la boca para articular más de veinte palabras, a menos claro que fuera para quejarme del pueblo y de Declan o Hank. Sin embargo, no era lo mismo hablar conmigo mismo que poder hablar con otra persona, pues en las circunstancias en las que ahora me situaba, no añoraba más que tener a Michael o Edge para poder hablar.

Está era una noche de dudas.

No tenía ánimos para encender las luces, por lo que lo único que me restaba era seguir forzando mi vista para no tropezar mientras me incorporaba en medio de la sala. Caminé con toda calma y precaución, sintiendo mi cuerpo temblar sin control a causa de haber abandonado mi pequeño refugio para reunir algo de calor; juraba qué en cada paso estaba cerca de tropezar mientras mis brazos se cruzaron para ocultar mis manos debajo de mis axilas. Disimular el frío ya no era necesario cuando nadie estaba ahí para observarme.

Me detuve a escasos centímetros de la puerta –o done suponía debía de estarlo– y tuve que exponerme un poco al bajar mis manos para sostener de la perilla, no obstante, al querer moverla confirmé lo que antes ya sabía: ella había cerrado la puerta.

Miau.

Cómo si las cosas no pudieran ponerse de peor humor.

Dirigí la mirada en dirección al felino qué se situaba encima de la estufa, cercano a la ventana qué se dirigía hacia la calle.




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