Damphyr

5.2. Evigilantem Novum.

Evigilantem Novum.

Hablar del alma es un tema realmente complicado, pues, así como existieron –y existen– un sinfín de ideologías, también existían un sinfín de conceptos para definir el alma; hablar de la isla como “un lugar donde los espíritus del planeta podían manifestarse” era algo difícil de descifrar, pues la gente nombraba a esos espíritus como el crinos, y al crinos solían llamarlo como un fragmento del alma del mundo. Entonces, ¿qué era el alma? ¿Se trataba de una unidad, un conjunto? ¿Éramos un alma distinta a la del planeta o un fragmento qué algún día volvería al alma del planeta?

Tal vez era por eso –y algunas otras cosas– qué detestaba adentrarme a fondo en esa clase de ideas o pensamientos por el solo hecho de que era adentrarme en un laberinto de posibilidades e hipótesis a una sola pregunta, y a saber si alguna de esas hipótesis era –o no– la respuesta correcta.

Así como André lo dijo: esa noche no durmió, y yo no había conseguido conciliar el sueño aquella misma noche, observando como aquel sujeto de cabellera rubia había tomado horas para limpiar sus armas y luego, tomó el Destroyah para comenzar a desarmarlo parte con parte; haberme opuesto no sirvió de nada, pues en su argumento solamente se dio a conocer qué “se trataba de algo necesario”, y así continuó durante esa noche, y continuó un poco más cuando el sol comenzó a nacer por el sur, dejando ver que, a pesar de estar aislados en aquel sitio, aún era posible ver las estaciones y el mundo hacer sus maravillas en la lejanía. La salida del sol era una de esas maravillas. Irina permanecía cómodamente en la cama, totalmente cubierta en una espesa cobija qué lograba ocultarla mientras ella generaba una especie de bulto al posicionarse en lo que debía ser posición fetal debajo de aquella cobija. André, por su parte, no parecía interesado en salir, pues aún proseguía experimentando con el Destroyah y las cosas que iba extrayendo de cada sitio, mirando de reojo siempre en mi dirección, suponiendo con ello qué debía prestar atención al hecho de que yo aún mantenía el Alkeis conmigo.

-¿Sabes porque los conejos son más rápidos? –Cuestionó aquel muchacho.

-¿Por sus largas patas? No estoy seguro.

-Esa es una cosa, pero hay algo más, ¿qué crees que sea?

-Su… tal vez sea su tamaño y anatomía, ¿no es así?

-O porque tienen un oído más agudo –argumentó al instante que iba torciendo una enorme correa de cuero para apretar una pieza de aquello que solía ser un Destroyah–. Se adaptaron con años y años, así como el resto de animales que son más rápidos, otros más fuertes. Otros vuelan, otros respiran debajo del agua, otros pueden ver en la oscuridad… todos desarrollan algo para sobrevivir.

-¿En conclusión? –Pregunté antes de poder levantarme del sofá.

-Dijiste que tu crinos te vuelve más fuerte, pero que pierdes el control debido a que bebés sangre. Sin embargo, no te pregunté algo importante, ¿en qué momento sucedió aquello? ¿Qué ocurrió para que tu crinos despertara?

-A decir verdad –los recuerdos evocaron casi como si hubiera tirado el gatillo, viajando a gran velocidad y proyectándose en imágenes fugaces de cada vez que aquello había sucedido–, solía despertar cuando estaba en peligro. Cuando estaba cerca de morir o, cuando la irá me dominaba.

-Cuando deseabas sobrevivir, ¿no es así?

Una respuesta amarga, pero con una realidad sin filtros. Desde su cama, Irina parecía atenta a nuestra conversación, pues de forma ocasional parecía moverse en la cama y luego ocultar su rostro; él parecía que seguiría con sus cosas, pero antes de que yo pudiera relajarme de lleno, sus órdenes llegaron casi disparadas: debía ir afuera y evocar todos esos recuerdos, pensar en cómo era la sensación de sobrevivir. También debía cuidar el Alkeis.

Asentí en silencio poco antes de levantarme de mi asiento y notar qué las quemaduras estaban a nada de desaparecer, recordando con ello la pelea de ayer y esas llamas zafiro qué había visto por primera vez con aquel sujeto.

-¿Qué eran?

-¿Te refieres a los creados?

-Tu fuego, jamás vi algo como eso.

-Ya te lo dije: es algo que nadie desearía tener.

-Esa no fue mi pregunta. Pregunté qué era ese fuego.

-Ve y haz lo que te ordené, si lo consigues, te diré lo que quieres saber.

-No das partida a una conversación amena.

-Yo no he venido aquí a una conversación –señaló con amargura–. Despertaré a Irina pronto para que también se dediqué a trabajar con su crinos. Ahora, largo.

Tal vez, había cosas que no podían cambiarse, por ejemplo: André no podría dejar de ser un malhumorado, y yo no podría evitar odiar qué me dieran órdenes y, a pesar de todo, obedecerlas. Negué un par de veces antes de poder caminar hacia la salida de aquel enorme faro, del qué no tuve interés alguno de explorar por el momento. Tal vez por la noche daría una vista por la parte superior; la brisa de afuera delataba un clima frío qué era más tolerable qué en Valencia, por lo que no representaba gran problema salir sin alguna clase de chaqueta o abrigo –además de no llevar ninguno conmigo–, por lo que no demoré en continuar, caminando por toda la isla sin un rumbo exacto.

Los conejos no demoraban en correr una vez que mis pasos estaban cerca de ellos, delatando su posición, así como la de algunos cerdos salvaje qué parecían estar en el área, y lo que, ciertamente, me daba gran curiosidad de porque entonces André nombraba a ese sitio como “isla de las serpientes”. Tal vez las había serpientes cercanas a la costa o en algún otro punto, pero no era nada de lo que –por ahora– debiera preocuparme, aunque, ver de vez en cuando a los alrededores no era una mala idea. La mañana recién comenzaba, por lo que no debía preocuparme del todo por el hecho de tardar en caminar, pensando un poco sobre lo que André dijo minutos atrás: evocar los recuerdos, evocar esa necesidad de sobrevivir. Despertar mis sentidos. Ser incompleto. Eran tantas cosas, tantos conceptos y nuevas interrogatorias qué, a simple vista, parecían tener respuestas fáciles, pero que –para mí– albergaban en sus adentros un verdadero desafío por descubrir la verdad.




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