Hora: 18:00
Con una corta he airada exhalación, mis ojos castaños se alzan para admirar al ser orondo, bajito y maloliente que despotrica a unos metros por encima de mí, habiendo logrado despojarme de un profundo ensueño gracias a su ensordecedor e irrespetuoso tono.
Tratando de contener mis más bajos instintos, comienzo a ascender por las cortas escaleras hasta adentrarme en el reducido espacio. Entretanto sin despegar la vista del suelo, avanzo hasta la última fila de asientos, dejándome caer con ademán descuidado en el único vació junto a la ventana.
A lo lejos aún puedo advertir las quejas por parte del conductor, que parecen haber aumentado considerablemente ante mi actitud impasible pese a sus belicosas palabras. Pues al margen de mis azarosos anhelos, no tolerare que nada arruine mi premeditada intriga.
Después de varios minutos de expectación, el infecto sujeto cierra finalmente las compuertas del vehículo, tras ceder paso al último espécimen que se requiere para concluir esta excéntrica manada. Cuyo talante proyectan a través de latosos cánticos, vistosos ropajes y una dudosa esencia que me intoxica de la misma forma que lo haría el inhalar ántrax.
Es plausible que en mi nubilosa lucidez, no hubiera meditado lo que realmente significa permanecer tres horas en una angustiosa cabina, junto a un puñado de ecologistas libertinos. Pero con una simple firma, sellé mi pacto con el diablo y ya nada podrá redimirme.
Aunque más allá del compromiso mundano, es un avieso afán, junto con una complaciente fantasía, lo que me ata verdaderamente a este tormento autoinflingido. Por lo que confió en que divagar con las mieles de un porvenir más gozoso, logre solazar mi malestar durante el trayecto.
O al menos esa era mi risible esperanza, cuando que el sádico verdugo pareció no estar listo para conferirme un segundo de descanso y antes siquiera de arrancar el florido armatoste rumbo al campamento, osó prender la radio. Sacando a relucir con ello, el mayor de los horrores, mi pasado.
Sin duda la canción es hermosa, pero me evoca recuerdos tristes. Truculentas memorias que viciaron mi alma, impulsándome a resurgir de entre los muertos, con una inexorable sed de venganza. De esa manera, más allá del patético nombre que me he atribuido, Flor, lucho ferozmente por encubrir el frenesí de presenciar en terreno seguro, como corre la sangre de mis enemigos.
Aunque por el momento el sonido que confiere la lúgubre sinfonía, reverberando a nuestro alrededor, hace que mi corazón lata presuroso. En el mismo instante en el que mi escuálida figura se contorsiona molesta ante la fina pátina de sudor gélido que lo recubre, vaticinando la nefasta letanía de añejos pensamientos que se aproximan.