Danger.

Capítulo VI: La hora del terror.

Hora 00:00.

Lentamente despierto de mi letargo, preparando mis ojos para contemplar renovados horrores a medida que mi mente trata de mantenerse alerta ante el nuevo entorno que me rodea. De alguna manera he pasado de estar encerrada en aquella oscura habitación junto al monstruo creador de Luxor y su infecta descendencia, a volver al lugar donde todo comenzó.

Resistiendo el punzante molimiento de mi extenuado cuerpo me levanto del suelo de tierra, sin molestarme siquiera en sacudir la suciedad de mis ropas, atenta únicamente a la agonizante tranquilidad que se respira en todo el campamento. Ni tan siquiera el susurro de una mosca osa interrumpir esta letanía anunciadora de nuevas catástrofes.

Hasta que una jadeante respiración a mis espaldas capta rápidamente mi atención, invitándome a girarme atropelladamente, temerosa de lo que pueda encontrar. Ante mi se halla la organizadora del campamento, manteniendo esa postura altiva y la eterna sonrisa forzada que le aporta una apariencia tremendamente macabra.

—Pobre niña perdida —dice de manera entrecortada debido a su acelerada respiración, que la hace lucir aun más aterradora. Como una sanguinaria hiena esperando ansiosa por hincarle los dientes a su jugosa presa—. Vacíos fueron sus días desde aquella tarde que se fue. Ahora valiente y rauda regresa a por venganza, pero la oscuridad acabará por devorarla —delira sin despegar su mirada de mi ni por un segundo a medida que su tono de voz se hace mas profundo y viciado.

—Sois unos dementes —digo horrorizada, sin ser aun consciente en mi inocencia del séptimo infierno en el que me he infiltrado, aunque la siguiente cadena de acontecimientos se dispone a darme una pequeña probada. Pues tras mis desahogadas palabras, la mujer comienza a reír sin control, convirtiendo sus carcajadas en hilarantes alaridos desquiciados que paralizan mi cuerpo presa del pánico.

Aunque nada se asemeja a las emociones que se abrieron paso al volver a escuchar aquella sinfonía infernal de antaño resonando por todo el campamento, dando vía libre al mayor horror. Como si disfrutara de cada instante contemplo a la organizadora arrancando su piel a tiras, desvelando un amasijo de huesos putrefactos debajo de aquel disfraz de tejido.

Incapaz de contemplar tal atrocidad, tropiezo cayendo inútil al suelo, donde intento desesperada alejarme de la espantosa escena, hasta que una cadavérica mano se abre paso bajo la tierra, atrapando con fuerza mi pie y frustrando cualquier esperanza de huida.

—Cora, hija... —roznea aquel ser, una vez que logra asomar la cabeza de entre el infértil suelo.

Atrapada simplemente alzo mi rostro para contemplar como miles de monstruos se dirigen corriendo hacia mi dirección, empujándose los unos a los otros deseosos de ser el primero en alcanzar un pedazo de carne fresca. Agotada, simplemente reposo mi cabeza en la tierra, dejándome llevar por el sueño, acompañada en esta ocasión, por los sonidos del infierno.




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